Durante años disfruté de la amistad con uno de mis vecinos, al que llamaré José. Hablábamos de nuestras vidas, de nuestro barrio, del mundo, incluso de Dios. Pero un día todo cambió, y no solo porque se mudó, sino porque le compartí la Palabra en un mensaje de texto y estalló enviándome mensajes de texto malvados y amenazadores. Como no paraba, bloqueé su número. ¿Cómo mi amigo se convirtió en un enemigo y por qué? El comportamiento de José me agobió durante días.
Esta situación me llevó a preguntarle a Dios cómo podía amar a quien ahora es un enemigo. Las Escrituras ofrecen una respuesta clara: por medio de la oración. Jesús nos dejó un mandato claro: «Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen» (Mt 5:44). En nuestro mundo lleno de odio, estas palabras son tan desafiantes como contraculturales. Pero las necesitamos.
Piensa en las personas que son hostiles contigo. Puede ser un jefe o un colega, un profesor o un familiar cercano. Nuestros enemigos van más allá de nuestras relaciones personales e incluyen terroristas, líderes políticos malvados y activistas progresistas que odian a los cristianos. Como pueblo de Dios, debemos orar por ellos.
Por qué orar por nuestros enemigos y cómo hacerlo
Oramos por nuestros enemigos porque el corazón de Dios es misericordioso y porque, en Cristo, hemos sido reconciliados con Él (Ro 2:4; Ef 2:12-13). No olvidemos que éramos enemigos de Dios, estábamos separados de Cristo y sin esperanza. Debemos desear esta misma misericordia para los demás, incluso para nuestros enemigos.
El mandamiento de amar a nuestros enemigos implica la gloriosa verdad de que Dios puede usar nuestras oraciones por ellos para cumplir Sus propósitos, aunque nuestros enemigos nos causen problemas. Entonces, ¿cómo orar por nuestros enemigos?
1. Ora por su salvación
Dios desea que todas las personas sean salvas (1 Ti 2:1-4) y tiene el poder para salvarlas (Ro 1:16). Deja que eso te dé confianza para orar por personas imposibles de alcanzar según estándares humanos.
Jesús ordenó que oremos por nuestros enemigos y nos dejó Su ejemplo. Mientras moría en la cruz, oró por Sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23:34). ¿Respondió Dios a esta oración? La Palabra testifica que sí. Después de la muerte de Jesús, uno de los soldados romanos reconoció que Jesús era Hijo de Dios (Mr 15:39).
Cuando pienses en tus enemigos, recuerda que Dios puede salvar hasta el más vil de los pecadores. Ora para que las personas improbables respondan al evangelio. Al igual que Dios transformó al apóstol Pablo de ser un perseguidor violento a un gran misionero,1 Dios salva a periodistas ateos, estrellas del hip hop, profesoras lesbianas y musulmanes. Tu enemigo de hoy podría convertirse mañana en tu amigo en Cristo.
2. Ora por bendiciones
Jesús también ordenó que bendigamos a los que nos maldicen (Lc 6:28).2 Amar a nuestros enemigos significa que deseamos el bien para ellos y podemos llevar ese deseo a Dios en oración. No significa que afirmemos sus cualidades negativas por medio de la oración, sino que deseamos el bien de Dios en sus vidas, esperando que Él les ayude a ver Su bondad que guía al arrepentimiento (Ro 2:4).
Al igual que John Piper, podemos orar el Padrenuestro por nuestros enemigos: para que glorifiquen a Dios y que venga el reino de Dios a sus vidas (similar a orar por su salvación), para que se haga la voluntad de Dios en ellos y por medio de ellos. Podemos pedir que Dios les proporcione el sustento, les conceda el perdón y la capacidad de perdonar, y para que Dios les guarde de la tentación y del mal.
3. Ora para que el mal sea refrenado
Cuando nuestros enemigos no se arrepienten ni confían en Cristo, podemos orar para que su maldad sea frustrada. Esto muestra amor tanto a nuestros enemigos —ya que su pecado los daña—, como a aquellos a quienes afecta su pecado.
Los salmos ofrecen un lenguaje que podemos usar. Por ejemplo, podemos orar para que el Señor frustre los propósitos de nuestros enemigos, les avergüence por sus acciones, les haga caer en los hoyos que cavan o haga que nuestros enemigos tropiecen y caigan ante Él (Sal 33:10; 35:4; 7:15; 27:2).
4. Ora por la justicia de Dios
Aunque algunos rechazan la idea de orar por el juicio de Dios sobre nuestros enemigos debido al mandato de amar a nuestros enemigos (Mt 5:38 ss.), la idea aquí consiste en pedir a Dios que cumpla con lo que ha prometido (p. ej., Sal 37:38; Pr 14:11; Os 7:13).
Amar a Dios de verdad significa odiar la maldad. Amar de verdad la justicia significa anhelar que los malvados rindan cuentas y clamar como los santos mártires de Apocalipsis: «¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?» (Ap 6:10). El estudioso británico Gordon Wenham comenta la utilidad de orar pidiendo justicia: «Sin duda es mejor orar a Dios para que castigue a los malvados que hacerlo uno mismo… [Hacer esto] rompe el círculo de la violencia en lugar de perpetuarlo».
Si eliges orar para que Dios juzgue a tus enemigos, cuídate de tu propio corazón. El odio nos llena de amargura y nos hace desobedecer el mandato de amar a nuestros enemigos. Si oras por la justicia de Dios sobre tus enemigos, no olvides orar también por su salvación.
Por ejemplo, Asaf rogó a Dios para que hiciera a sus enemigos «como polvo en remolino, como paja ante el viento» y pidió a Dios que cubriera «sus rostros de vergüenza» (Sal 83: 13, 16a). Pero lo hizo para que buscaran el nombre del Señor (v. 16b) y para que supieran que solo Dios es el Altísimo (v. 18). Asaf oró lo que yo llamo «las imprecaciones evangelizadoras»: súplicas por el juicio terrenal que hace que los enemigos busquen el rostro de Dios.
La respuesta está en manos de Dios
Dios utiliza nuestras oraciones por nuestros enemigos al menos de dos maneras. La primera es que Dios llena nuestros corazones de amor. Es un hecho que nos cuesta amar de manera correcta a nuestros enemigos, pero cuando consideramos su necesidad espiritual y la esperanza que Cristo les ofrece, podremos amar con más facilidad.
La segunda manera es que a veces Dios responde a nuestras oraciones de manera sorprendente. Él ejecutará el juicio merecido sobre algunos para Su gloria, pero frenará la maldad y la destrucción planeada contra algunas personas. Esto se debe a que transformará por Su gracia a algunos de Sus enemigos en hijos amados.
Permíteme terminar este artículo compartiendo una historia que despierta la imaginación sobre cómo Dios puede usar nuestras oraciones por nuestros enemigos.
Oraciones que resuenan eternamente
Stephen Lungu creció en las calles de Zimbabue, se involucró en una banda criminal y planeó un ataque terrorista en un evento evangelístico.3 Cuando se encontraba fuera de la carpa de la reunión con las bombas en las manos esperando para atacar, sintió el deseo de entrar y escuchar.
En lugar de derramar sangre inocente aquella noche, Lungu escuchó el evangelio y creyó en Cristo. Experimentó una transformación radical y se convirtió en un evangelista (conocido como el Billy Graham de África) que viajó por el mundo compartiendo cómo Dios le había salvado.
Treinta años después de su conversión, predicó en una iglesia cercana a su ciudad natal. Habló de su conversión y, para su sorpresa, dos ancianitas gritaron: «¡Ven aquí, tienes que ver esto!». Lungu se acercó y una de ellas señaló una página al final de su Biblia que tenía la fecha 14 de mayo de 1962, la noche de la conversión de Lungu. Junto a la fecha estaba una oración: «Señor Jesús, ¿salvarás esta noche a un líder de una banda?».
Sorprendido, Lungu respondió. «¡Pero si nunca las vi aquella noche!». Las señoras respondieron: «No estábamos allí. Sabíamos de aquella reunión evangelística y estábamos orando». Aquellas mujeres tardaron treinta años en saber cómo Dios había respondido a su oración. El fruto de su oración continúa hoy, ya que miles de personas conocieron a Jesús por medio del ministerio de Stephen Lungu.
La oración sencilla de estas ancianas tuvo el efecto opuesto al de una bomba nuclear. En lugar de causar muerte y destrucción, Dios usó su oración para salvar innumerables vidas, en un sentido literal y espiritual, ya que un terrorista dejó las bombas y tomó una Biblia.
No, no tenemos garantizados estos resultados cada vez que oramos por un enemigo. Pero no olvidemos que Dios es quien decide los resultados de nuestras oraciones. Él es capaz de hacer mucho más de lo que podemos pedir o pensar, incluso cuando oramos por nuestros enemigos (Ef 3:20). ¿Por qué no pedir y pensar en grande?
1. El primer mártir, Esteban, siguió el mandato y el ejemplo de Cristo en su último aliento, mientras oraba por los que lo apedreaban: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hch 7:60). Aunque no sabemos cómo respondió Dios a esta oración, el versículo siguiente me despierta curiosidad: «Y Saulo estaba de completo acuerdo con ellos en su muerte» (Hch 8:1). Se trata del mismo Saulo que persiguió a la iglesia que se convertiría milagrosamente en Hechos 9.
2. Dios nos llama a bendecir a los que nos injurian (ver 1 P 3:9; Ro 12:14, 20). También me encanta el mandamiento práctico de Éxodo 23:4: «Si encuentras extraviado el buey de tu enemigo o su asno, ciertamente se lo devolverás».
3. Esta historia procede del epílogo de Out of the Black Shadows: The Amazing Transformation of Stephen Lungu (Monarch Books, 2001), de Stephen Lungu y Anne Coomes.
Este artículo fue publicado primeramente en Coalición por el Evangelio.