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Tan pronto tengas el deseo de orar, te enfrentarás a dos problemas. El pastor Colin habla de cómo superar los dos desafíos a la oración: la indignidad y la debilidad. Escritura: Hebreos 4:14-16


La semana pasada comenzamos reconociendo que para millones de personas, la oración es un asunto muy tedioso. En realidad, no es más que un intento incierto de comunicarse con un Dios desconocido. Y vimos que eso cambia cuando llegas a reconocer que Dios es tu amoroso Padre Celestial, por medio de Cristo.

Dios nos habla usando esta asombrosa analogía porque es una que todos podemos entender. Piensa en lo que significa un hijo para un padre o para una madre. Piensa en el afecto y en el vínculo.

¿Qué no haría un padre o una madre por su propio hijo?

Ahora, en Jesucristo, Dios se ha convertido en tu amoroso Padre celestial. Él siente amor por ti, Él se goza en ti y se deleita cuando vienes a Su presencia.

Y entre más profundamente puedas comprender esta maravillosa verdad y realidad que es tuya en Jesucristo; cuanto más real, viva, fresca y presente esté en tu mente y corazón la verdad de Dios, tu amoroso Padre Celestial, más deseo tendrás de orar.

Simplemente es así. Este es un regalo transformador: el conocimiento de que Dios es tu amoroso Padre Celestial. En eso nos quedamos en el último mensaje y hoy retomaremos desde ese punto.

Pero tan pronto tengas el deseo de orar, te enfrentarás inmediatamente a dos problemas que todo cristiano experimenta.

El primero es la sensación de indignidad. Cuando llegues al punto en el que realmente quieras orar, te cuestionaras: «Sí, pero espera un momento, ¿quién soy yo para hablar con Dios? ¿Qué derecho tengo para pedirle algo?»

Puede que te venga a la mente que la Biblia dice que, «la oración del justo es poderosa y eficaz». Entonces podrías pensar: «Bueno, eso significa que más vale que sea otro el que esté orando en vez de mí, porque, en realidad, no creo que encaje mucho en esa descripción».

Y así, el primer problema que se nos presenta es la sensación de nuestra propia indignidad. “¿Quién soy yo para pedirle algo a Dios?”

El segundo problema al que te enfrentas cuando tienes el deseo de orar es que muy pronto empezarás a sentir la debilidad de tus propias oraciones.

Vas a la iglesia y escuchas a tu pastor dirigiéndose en oración y puedes tener la sensación de que cuando él habla con Dios parecería saber qué decir. Pero cuando tu oras, sientes que vas tropezando y tu oración te parece mediocre.

 Al final, no puedes imaginar que tu oración realmente tenga algo de importancia ante el Dios Todopoderoso.

Estos son los dos problemas a los que se enfrenta todo cristiano cuando desea orar. Te enfrentas a la sensación de tu propia indignidad y te enfrentas a la sensación de la insuficiencia, la debilidad, la aparente ineficacia de tus propias oraciones.

Ahora bien, ¿cómo vas a superar estos obstáculos? Si de verdad vas a orar, tienes que ser capaz de superarlos. Y ese es el enfoque del día de hoy.

Vamos a ver cómo superar estos dos problemas a los que se enfrenta inmediatamente una persona que desea orar.

Vayan conmigo a Hebreos 4:16, porque verán que trata directamente de lo que acabamos de hablar. «Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna».

El autor de Hebreos habla de los cristianos que acuden a Dios con confianza.

Y las personas que acuden a Dios con confianza son personas que, según este versículo, saben que necesitan misericordia. Es decir, nosotros. Y somos muy conscientes de que necesitamos ayuda y gracia en nuestro momento de necesidad.

Cuando sabes que necesitas misericordia y ayuda, ¿cómo puedes presentarte con confianza ante Dios en lugar de sentir que siempre estás retrocediendo debido a tu propio sentimiento de indignidad?

La respuesta a esa pregunta está en el versículo 14: «Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote», así es como puedes venir con confianza. Desde el versículo 14, «Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios». Y entonces en el versículo 16: «Por tanto, acerquémonos con confianza».

¡Ya ves lo que dicen estos maravillosos versículos! Jesucristo ha atravesado los cielos. Jesucristo es tu gran Sumo Sacerdote. Jesucristo está a la diestra del Padre por ti, y saber esto te dará confianza. Acerquémonos, pues, con confianza a Dios en oración.

En el panorama completo de lo que es nuestro en el Señor Jesucristo, tal vez te resulte útil recordar que hay una obra que Jesucristo ha completado por nosotros en el pasado; hay una obra continua que Jesucristo hace por nosotros ahora, y hay una obra venidera que Jesucristo hará por nosotros en el futuro.

Ahora bien, la mayoría de los cristianos tienen muy clara la obra consumada del Señor Jesucristo. Esto es, por supuesto, cuando Él murió en la cruz por nuestros pecados.

Seguro recuerdas que dijo: «Consumado es», refiriéndose a una obra terminada. Su obra de hacer un sacrificio por los pecados, entregándose a Sí mismo como el sacrificio, está completa. Por eso no hay necesidad de hacer ningún otro sacrificio por los pecados, está hecho.

Esa es la obra completa de Jesucristo en la cruz.

Y creo que muchos cristianos también tienen bastante clara la obra venidera del Señor Jesucristo en el futuro, que gira en torno a Su regreso en poder y en gloria, cuando reunirá a todos los redimidos.

Nuestras almas serán perfeccionadas, y luego nuestras almas perfeccionadas serán vestidas con cuerpos de resurrección; este viejo y cansado mundo será terminado y llevado a juicio.

Dios va a traer un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva creación que será el hogar de la justicia y no habrá más enfermedad, tristeza, ni muerte ni dolor.

Así que creo que la mayoría de los cristianos tienen clara la obra completada de Jesús en el pasado y la obra venidera de Jesús en el futuro. Pero creo que muchos cristianos no tienen tan claro lo que Jesucristo está haciendo ahora.

¿Qué está haciendo Jesucristo, tu Salvador y tu Señor, ahora mismo?

Su obra continúa hoy. Y la respuesta a eso se resume en una maravillosa frase en el Nuevo Testamento: «Jesucristo está intercediendo por nosotros».

Permítanme mostrarles esto en dos maravillosos versículos de la Palabra de Dios. El primero es Hebreos 7:25, donde nos dice que Jesús: «es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos».

Así que, para cualquiera que se acerque a Dios a través de la fe en el Señor Jesucristo, lo que Jesús está haciendo hoy es vivir siempre (esto es lo que está haciendo ahora mismo) intercediendo por nosotros.

Y esa misma y maravillosa verdad también se afirma en Romanos 8:34,

donde leemos que: «Cristo Jesús el que murió, más aún, el que resucitó, está a la diestra del Padre, está a la diestra de Dios, y está “intercediendo” (la misma palabra de nuevo), por nosotros».

Ahora bien, “interceder” literalmente significa: pararse en la brecha,

o moverse, o pasar entre dos cosas. Y ésta es la obra continua de Cristo, esto es lo que Él hace ahora mismo. Él se interpone, por así decirlo, entre nosotros y el Padre, acercándonos al Padre y manteniéndonos en relación con Él.

Y la Biblia dice que Él siempre está haciéndolo.

Él intercede por nosotros, se interpone entre nosotros y el Padre, nos lleva y sostiene en la relación con el Padre. Él vive para esto; vive siempre para interceder por nosotros. Esta es la vida del Señor Jesús, esto es lo que Él hace.

No hay un solo momento en el que Jesucristo no esté activamente comprometido en sostener tu relación con el Padre, mientras está en el cielo sentado a Su mano derecha.

Si pensamos en cómo una obra terminada da lugar a una obra continua, creo que la experiencia de una madre es una buena ilustración. En este caso, la maternidad implica un acto inicial muy doloroso: dar a luz.

Pero cuando ese trabajo termina, el niño ha nacido. La obra de la madre apenas comienza, porque el acto completado y no repetido conduce a un ministerio continuo que es suplir todas las necesidades del niño para crecer hacia la madurez. El trabajo de la madre nunca termina.

Piensa en la salvación del Señor Jesús. Cristo se convierte en el Salvador a través de un trabajo agonizante que nunca se repetirá y que sucedió en la cruz. Eso está terminado. Pero Su obra completada ha conducido a Su ministerio continuo, que es proveer todo lo que Sus hijos necesitan de aquí a la eternidad. Y Él siempre está comprometido en eso.

Está a la diestra del Padre y siempre intercede por nosotros. Él está tomando lo que logró con Su muerte y lo está dando a través de Su vida, y este es Su ministerio continuo a favor de cada uno de nosotros.

Así que cuando, por ejemplo, el apóstol Pablo dice: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece», en tiempo presente, en realidad está reflejando el ministerio intercesor de Jesús, afirmando que Él está a la diestra del Padre y que Su obra continua es dar a todos Sus hijos todo lo que necesitarán de aquí hasta la eternidad.

Y aquí está Pablo, que necesita fuerza para una situación particular. Es porque Cristo está a la diestra del Padre que todo lo que necesitas para llegar de aquí a la eternidad será suplido, porque Él vive para ese mismo propósito.

Él siempre está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.

Esta maravillosa verdad está expuesta en Romanos 5:10, donde leemos estas palabras: «si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por Su vida».

La forma en que me gusta decirlo es muy simple: “Jesús murió para salvarte y Jesús vive para guardarte.”

Jesús murió para salvarte y Jesús vive para guardarte. Y eso es lo que da la confianza. No sabes a qué te vas a enfrentar mañana, la próxima semana o el año que viene, pero sea lo que sea, tienes un gran Sumo Sacerdote.

Él está a la derecha del Padre y se asegura de que cada uno de sus hijos tenga todo lo que necesita de aquí a la eternidad, de modo que habiendo muerto para salvarnos, vive para guardarnos.

Este es Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote.

Esta es una verdad maravillosa, pero hoy quiero aplicarla particularmente al tema de la oración, y especialmente a los dos problemas que identificamos antes y a los que todo cristiano se enfrentará cuando quiere orar.

¿Cuáles son? Uno es un sentimiento de indignidad y el otro es un sentimiento de que tus oraciones son débiles y mediocres.

Ahora piensa en cómo el ministerio intercesor del Señor Jesucristo habla y responde a estos dos problemas de una manera que, cuando lo reconozcas, será transformador para tus oraciones.

Esto es lo primero que quiero que veamos a modo de aplicación, que Jesús efectúa en el cielo lo que ha logrado en la cruz.

En la cruz, Él logró todo lo necesario para tu salvación y en el cielo, lo que está haciendo ahora mismo es efectuar a diario, a cada hora, a cada momento, todo lo que ha logrado en la cruz a la situación y la experiencia real de todos los que creen en Él. Lo hace presentándote al Padre como suyo.

Esto es algo tan maravilloso y tan fuera de nuestra esfera de comprensión que es realmente difícil de entender. Y cuando hay algo realmente importante en la vida cristiana que es difícil de entender, Dios, en Su gran bondad, nos da ejemplos que incluso un niño puede comprender.

Siempre que hay un gran proyecto de construcción, una de las cosas que hace un arquitecto es crear un modelo para que la gente pueda ver cómo será el edificio cuando se construya.

El modelo se presenta para que lo que es difícil de entender y visualizar se vuelva muy claro y la gente vea cómo será en la realidad cuando se construya. Eso es precisamente lo que Dios ha hecho por nosotros en relación con esta verdad que quiero que comprendamos hoy.

En el Antiguo Testamento, Dios le ordenó a Moisés que creará un modelo que representara la realidad, la maravillosa realidad de lo que sucede en el cielo de una manera que la gente en la tierra pudiera entender.

Y así es como Moisés, por orden de Dios, estableció un lugar especial que fue designado como el lugar de la presencia de Dios. Era una estructura parecida a una tienda de campaña y se llamaba tabernáculo.

Cuando el pueblo de Dios iba por el desierto, llevaba esta estructura sobre postes, y cuando acampaba, el tabernáculo estaba justo en el centro del campamento con toda la gente alrededor.

Y la nube de la presencia de Dios venía sobre esa tienda en aquellos días; así que esto no era solo un símbolo. De hecho, la presencia de Dios descendía realmente a ese lugar.

No cualquiera podía ir al tabernáculo, el lugar de la presencia de Dios. Así que lo que sucedía era que había una persona designada para ir a la presencia de Dios en nombre de todas las demás personas. Y el nombre de esa persona era el Sumo Sacerdote. A eso se refiere Hebreos en el capítulo 4.

El sumo sacerdote tenía dos funciones: ofrecer sacrificios, y orar. Cuando entraba en este lugar de la presencia de Dios, llevaba alrededor del cuello un pectoral en el que había 12 piedras preciosas, y en cada una de ellas estaba grabado el nombre de una de las doce tribus de Israel.

Así que, tenemos esta hermosa imagen de alguien que va a la presencia de Dios, a donde la gente común no puede ir, va en nombre de otras personas y, cuando entra allí, lleva los nombres de estas en su corazón. Ese es el propósito de la posición de esta placa, llamada pectoral, que el sumo sacerdote usaba.

Ahora piensa en lo sencillo que es. Si fueras un padre o una madre con un niño pequeño en el antiguo Israel, podrías decirle: «No podemos ir a la presencia de Dios, pero tenemos una persona que va allí por nosotros».

Y cuando va a la presencia de Dios, en realidad tiene nuestros nombres escritos en su corazón. Eso es lo que hacía el sumo sacerdote en el modelo del Antiguo Testamento.

Ahora, ¿por qué se nos enseñó eso? Para que podamos empezar a entender la maravillosa realidad de lo que realmente sucede en el cielo. Tenemos un Sumo Sacerdote que ha pasado por los cielos y su nombre es Jesús. Él está en la presencia de Dios por nosotros. Tiene nuestros nombres, por así decirlo, escritos en su corazón.

Pablo nos dice: «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos… » (Romanos 8:26). Oras para que Dios te abra una puerta a una oportunidad, pero ¿es esto realmente lo que Dios quiere para ti?

No estás seguro.

Tienes un hijo o una hija que está lejos del Señor y oras para que Dios les guarde del mal. Pero luego te preguntas si tal vez Dios usará algún gran desastre en su vida para cambiarlos.

¿Y si estoy orando por algo que es contrario a la voluntad de Dios? Un ser querido está gravemente enfermo y oras para que se cure.

Pero, ¿y si es el momento de que Dios lo lleve a casa?

No sabemos por qué debemos orar, por eso el Espíritu nos ayuda. ¿Cómo nos ayuda el Espíritu? Hay muchas respuestas a esa pregunta, pero en la enseñanza «Orando en el Espíritu», quiero que veas cómo el Espíritu Santo usa las Escrituras para formar y dirigir nuestras oraciones.

Además compartiré un ejemplo sobre mi propia vida devocional y de oración que espero te anime a clamar con fe a nuestro Padre en los cielos.