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Señor, perdona nuestras deudas, cancélalas, cubre todas las formas en que he fallado en amarte y todas las formas en que he fallado en amar a los demás esta semana. 

¿Cómo puede Dios hacer eso? ¿Cómo puede un Dios justo y santo perdonar nuestra falla en cumplir lo que nos ha mandado una y otra vez?

Y hermanos y hermanas, esto nos lleva al corazón mismo de la historia bíblica. Somos deudores de Dios y no podemos pagar la deuda que tenemos. Y en esa situación, nuestra única esperanza es que alguien intervenga y esté dispuesto a pagar la deuda por nosotros.

Y eso es lo que Dios ha hecho por nosotros maravillosamente en Su amor y misericordia en y por Jesucristo. Jesús pagó la deuda que tenemos. ¿Cómo lo hizo? 

Pues bien, el Hijo de Dios vino al mundo y vivió esa vida perfecta de amor que nosotros no hemos vivido. Hizo lo que nosotros no pudimos hacer.

Vivió la vida perfecta de amor. Lo hizo por nosotros, plena y completamente. Y luego entregó esa vida perfecta y, al entregar su vida, pagó el precio de todos nuestros pecados. 

Gracias a lo que Jesús hizo en la cruz, podemos acudir al Padre y decirle: perdónanos nuestras deudas, y saber que, cuando se lo pidamos, Él nos perdonará. Y sin importar nuestros fracasos y nuestros pecados, a través de Jesucristo, nuestra comunión con el Padre será maravillosa y bellamente restaurada.

Ahora hemos visto el por qué. ¿Por qué necesitamos ser perdonados? ¿Por qué necesitamos perdonar? 

Estamos viendo el cómo. ¿Cómo es que podemos ser perdonados? Y ahora una pregunta realmente importante:

¿Cómo podemos perdonar?

Nosotros

Y aquí estamos examinando juntos la palabra nosotros, perdónanos nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. 

Ahora me parece que esta pequeña palabra nosotros, es lo que forma la bisagra entre nosotros recibiendo el perdón de Dios y nosotros extendiendo el perdón a otros que han pecado contra nosotros. Y nuestro Señor Jesús, al final del Padre Nuestro, continúa con este tema que indica la importancia del mismo. 

Versículo 14: «Porque si ustedes perdonan a los hombres sus transgresiones, también su Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus transgresiones». ¿Qué significa esto?

En primer lugar, no puede significar que tengamos que hacer algo para ganarnos el perdón de Dios. No decimos en el Padre Nuestro: perdónanos nuestras deudas porque nosotros hemos perdonado a nuestros deudores

Y amigos, quiero detenerme aquí un momento. Esto es realmente importante porque perdonar no es fácil. A veces tenemos que volver una y otra vez porque creemos que hemos perdonado y tenemos que volver a perdonar.

Y quiero que oigas claramente que si estás luchando por perdonar a otra persona, Dios no te está diciendo, oye, no hay gracia para ti hasta que resuelvas esto. Si así fuera, no habría nadie que se salvara.

Pero lo que Jesús está enseñando, y necesitamos sentir todo el peso de esto, es que aquí está la conexión más estrecha posible entre que recibamos el perdón de Dios y que extendamos el perdón a los demás. Y esa conexión se materializa en la palabra nuestras. No es perdóname mis deudas, es perdónanos nuestras deudas.

Eso significa que quieres que Dios perdone no solo las deudas que tienes, sino también las deudas que tienen los demás, y eso incluye las deudas que los demás tienen contigo. Nuestras significa “Padre perdóname porque he fallado en amarte y perdona a esa persona porque no me ha amado”.

La única alternativa a esta oración, por supuesto, sería: «Padre, no nos perdones nuestras deudas como nosotros no hemos perdonado a nuestros deudores«. Eso sería decir: “Padre, no voy a perdonarlos y por eso tampoco quiero que Tú los perdones». 

¿Y quién querría hacer esa oración? Padre, no nos perdones, significaría: Padre, no me perdones. 

Mira, el corazón humano es duro o suave; está abierto o está cerrado. El corazón humano es un corazón de piedra o un corazón de carne. Y si tu corazón no está abierto para derramar el perdón hacia otros, ¿cómo va a estar abierto para que Dios derrame el perdón hacia ti? ¿Cómo puedo pedir a Dios que perdone mis pecados si no estoy dispuesto a perdonar a los demás por sus pecados? 

Perdónanos nuestras deudas. Ahora bien, esto no te impide, por supuesto, orar: Padre, perdóname cuando confieses un pecado concreto, pero no puedes pedir a Dios para ti lo que no querrías que diera a los demás.

¿Cómo podemos entonces perdonar a quienes nos han hecho daño? Y a veces esto parece lo más difícil de todo porque el perdón es duro. Fue necesario el sufrimiento del Hijo de Dios en la cruz para lograrlo por ti y por mí.

¿Cómo podemos perdonar a quienes nos han hecho daño? Bueno, lo primero que hay que decir es que, por supuesto, no es natural. Lo que ocurre de forma natural, lo que ocurre más a menudo, es que, tarde o temprano, lo que entra en tu corazón acaba saliendo de él y se transmite a otra persona. 

Todos lo sabemos y lo vemos de múltiples maneras. La persona que es despreciada acaba despreciando a otras personas. La persona que es engañada acaba engañando a los demás. Y lo trágico de esto es que aquello que te resultaba tan doloroso acaba siendo lo que se canaliza a través de ti para traer dolor a la vida de los demás. 

Gandhi describió bien esta tragedia cuando dijo «ojo por ojo hasta que todo el mundo esté ciego«. Pero Jesús dijo «Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente.  Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen«.

Cuando otra persona te hace daño, sabes que hay dos posibilidades. La primera es que el mal que te han hecho acabará saliendo de ti, lo transmitirás a los demás y serán heridos como tú fuiste herido. Y ese es, como todos sabemos, el camino de la naturaleza.

Sin embargo, la segunda posibilidad es que lo que te hicieron termine ahí contigo y que no lo transmitas a los demás. Y ese es el camino de la gracia. Algo mejor que un mundo de represalias interminables, algo mejor que el ojo por ojo y diente por diente es posible. Y lo vemos supremamente en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Escucha estas palabras de 1 Pedro cuando describe lo que ocurrió mientras Jesús sufría en la cruz. Dice lo siguiente «Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos«. 

Asimila lo que está diciendo aquí por un momento. Pedro está hablando de nuestra vocación como cristianos y, en particular, de nuestra vocación cuando somos agraviados por otras personas. 

Y nos dice que lo que debemos hacer, lo que Dios nos llama a hacer cuando somos agraviados por otras personas ha sido modelado para nosotros por el Señor Jesucristo. Nos dio un ejemplo y lo hizo para que siguiéramos Sus pasos.

Ahora bien, ¿cuál era el ejemplo? Pues el versículo siguiente: «quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando«. Piensa en nuestro Señor Jesús en la cruz: se burlaron de Él, lo avergonzaron, lo insultaron y lo trataron con absoluto desprecio. 

Eso es lo que padeció Jesús. Y podría haber llamado a doce legiones de ángeles para se vengaran por lo que le habían hecho… pero Jesús no hizo eso. ¿Qué hizo? Bueno, Pedro nos dice que: “cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia”.

Y miramos esto y decimos, ¿cómo lo hizo Jesús? Y la respuesta es que oró el Padre Nuestro: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Y luego viene esta descripción asombrosa de lo que ocurrió realmente en la cruz. Esto es lo que hizo Jesús para que se liberara este perdón. Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero. Eso es lo que hizo, y lo hizo para que muriéramos al pecado y viviéramos a la justicia, y es por Sus heridas que somos curados.

La vergüenza, las burlas, los escupitajos, las injurias, el desprecio que se vertieron sobre Jesús; y luego la culpa de nuestros pecados que recayó sobre Jesús, Él no la transmitió, la llevó en su cuerpo sobre el madero, y dijo en efecto: esto se termina aquí. 

Y así, hermano y hermana, es como somos perdonados, y así es como tenemos paz con Dios. Pedro dice, esto es un ejemplo. Sabemos que en la cruz, el Señor Jesucristo hizo expiación pero nosotros nunca podremos hacer expiación por el mundo. Eso es algo que Él hizo, nunca podrá hacerse de nuevo, y sólo Él pudo haberlo hecho. 

Pero en este sentido, el sufrimiento de Cristo en la cruz es un ejemplo para nosotros de que debemos seguir sus pasos y nunca nos parecemos más al Hijo de Dios que cuando elegimos perdonar.

El Dr. J.I. Packer tiene un poema que me ha resultado útil y me gustaría leértelo: 

«Perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos», nos enseñaste, Señor, a orar; pero sólo Tú puedes concedernos la gracia de vivir las palabras que hemos de declarar.

¿Cómo puede tu perdón alcanzar y bendecir al corazón que no perdona, que no deja los agravios y que la amargura nunca lo abandona?

Con luz resplandeciente, tu cruz nos revela la verdad que apenas conocemos: ¡qué deudas tan triviales tienen con nosotros, cuán grande es la deuda que contigo nosotros tenemos!

Señor, limpia las profundidades de nuestras almas y haz que cese el rencor; entonces, unidas a todos con lazos de paz, nuestras vidas difundirán tu amor«.

Que eso sea verdad para todos y cada uno de nosotros. ¿Te unirías conmigo para orar? 

Una oración

Padre nuestro que estás en los cielos, nos inclinamos ante Ti agradecidos por la gracia con la que nos has reconciliado contigo en y por Jesucristo, nuestro Salvador y Señor. Hoy somos conscientes de ser Tus hijos descarriados. 

Somos profundamente conscientes de las cosas que hemos pensado, dicho y hecho, que te desagradan y te deshonran. Perdónanos.

Y Padre, hoy somos profundamente conscientes no sólo de lo que hemos hecho, sino de lo que no hemos hecho. No estamos ni un poco cerca de una vida dedicada plenamente a amarte con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas. 

No hemos amado a nuestro prójimo como a nosotros mismos, ni siquiera nos acercamos a ese llamado. Somos profundamente conscientes de nuestra deuda, y pedimos que nos perdones por el continuo fracaso a la hora de amar bien a los demás.

Padre, somos pecadores y también hemos pecado contra ti. Queremos poner delante de Ti el dolor de aquello en lo que hemos sido afectados y pedimos que, por Tu gracia, podamos derramar ese dolor al pie de la cruz de Jesús.

Padre, gracias porque a través de nuestro Señor Jesucristo nuestros muchos pecados pueden ser perdonados. Gracias porque has prometido que llevarás sobre Ti nuestros pecados, los echarás al fondo del mar y los alejarás de nosotros tan lejos como el Oriente está del Occidente.

Límpianos por la sangre de nuestro Señor Jesucristo; te rogamos que la sangre de Jesús nos limpie de todo pecado. Y luego, Padre, danos la gracia de perdonar como nosotros mismos somos perdonados. Por favor, ayúdanos esta semana a amar bien a los demás. Concédenos crecer en consideración, en empatía, en gracia y en perdón. 

Haz que Tu gracia fluya de nosotros en este mundo duro e implacable, para que Tu nombre sea honrado, Tu reino extendido y Tu voluntad consumada, por Jesucristo nuestro Señor. En Su maravilloso Nombre oramos, amén.