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mayo 26, 2025

Cristiano, no te conformes con una visión no bíblica de tu santidad.

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Aunque crecí como cristiano, he visitado suficientes iglesias católicas en mi país (México), donde esta religión es mayoritaria. Debo confesar que el arte, la arquitectura, los grandes vitrales y ese sentido de estar suspendido en el tiempo me parecen muy atractivos, pero cada vez que entro a cualquier catedral, un escalofrío recorre mi columna vertebral.

Al voltear hacia cualquier dirección, encuentro la escultura de alguna persona declarada «santa», pero que siempre está pálida, débil y con una expresión de dolor y lamento. «Si eso es ser santo», pensaba de niño, «no estoy seguro de querer serlo».

Sin embargo, Dios nos llama a ser santos (1 Pe 1:15-16). Entonces, ¿cómo podemos reconciliar en nuestras mentes este llamado con las cosas que vivimos y el pecado que nos rodea, pero sobre todo con el pecado que habita dentro de nosotros?

Definiendo a un santo

Distintas tradiciones definen lo que es un santo de manera diferente:

  • La religión católica reconoce oficialmente alrededor de diez mil «santos» en el mundo. Los requisitos para reconocerlos son muy específicos, como que se produzca un milagro inexplicable por la ciencia, a través de su intercesión.
  • Los judíos, además de la Ley del Antiguo Testamento (que llaman Torá), tienen el Talmud, que es una recopilación de las interpretaciones de la ley por parte de eruditos a lo largo de los siglos. Según el Talmud, la Torá contiene 613 mandamientos: 248 mandamientos positivos (qué hay que hacer) y 365 mandamientos negativos (qué no hay que hacer). Pienso que el Talmud puede reflejar lo que los religiosos del tiempo de Jesús podrían haber requerido para llamar a alguien santo, por lo que Jesús los confrontó (ver Mr 7:7-9)
  • En los evangelios vemos a Jesús como el Santo de Dios (Lc 1:35; 4:34), aunque según la interpretación de los judíos de Su época se comportaba de una forma contraria a la santidad enseñada en el Antiguo Testamento: al sentarse a comer con pecadores (Mr 2:16), tocar a alguien impuro (Mt 8:1-4) o hablar con una mujer de dudosa reputación (Jn 4:1-26).

Entonces, ¿quién es santo? ¿Alguien que cumple los 613 mandamientos según el Talmud? ¿Alguien que pertenece a un grupo de personas que está completamente aislado del resto? ¿Alguien que se comporta como Jesús, aunque rompa algunas definiciones populares de lo que significa ser santo?

La respuesta es sencilla y no lo es. Es sencilla porque el estándar de santidad lo encontramos en Dios, manifestado en la vida perfecta de Jesús (quien, contrario a lo que pensaban algunos de Sus contemporáneos, sí cumplió la ley de Dios a cabalidad [Mt 5:17; He 4:11]). Pero no es sencilla porque este estándar es absolutamente imposible de cumplir para personas como nosotros, infectadas por el pecado.

La santidad es más que cumplir reglas

También crecí en un entorno lleno de reglas. Algunas estaban escritas en la Biblia, así que tenía sentido seguirlas, pero muchas otras eran más bien costumbres que se habían formado a lo largo del tiempo, creando una especie de cultura rígida en nuestra iglesia local. Pero ambos conjuntos de reglas eran considerados necesarios para ser llamado «santo» y «cristiano».

Además, conforme crecía, me di cuenta de que, para muchos no creyentes, los cristianos éramos personas aburridas que solo esperábamos el cielo. Creían que la vida para nosotros en esta tierra era casi una carga que estábamos obligados a soportar, pero que no podíamos disfrutar.

Ahora considero que si un cristiano vive así probablemente sea debido a que no entiende bien el evangelio, porque asume, al menos de manera práctica, que la salvación se obtiene por evitar ciertas cosas y vivir de cierta manera con reglas (como no escuchar música «mundana», que las mujeres no usen pantalones o no ir al cine).

Esa visión llevada al extremo nos conduce al aislamiento completo: ir a las montañas y habitar en un monasterio para vivir una vida de quietud, completamente separados del mundo. O bien nos lleva a su versión moderna: vivir en la iglesia y relacionarnos únicamente con otros cristianos. Creo que ambas prácticas nos dejan con la misma expresión de las imágenes que se esconden bajo la luz tenue de una catedral y que muchos tienen de los cristianos.

Sin embargo, la idea de que podemos ser santos por nuestros esfuerzos, siguiendo reglas y aislados del mundo, es refutada por Jesús. Cuando los fariseos le cuestionaron por qué Sus discípulos no se lavaban las manos antes de comer (una tradición judía que se esperaba que cumpliera todo buen judío), Jesús profundizó en el tema:

También decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre» (Mr 7:20-23).

Ninguno puede ser verdaderamente santo por sí mismo. Aunque alguien luzca bien externamente, su corazón necesita ser transformado. Así que solo podemos ser santos al colocar nuestra fe en Jesús y Su obra, para que se nos conceda Su santidad. Luego, como seguidores de Jesús, debemos crecer en santidad y vivir en obediencia a la Palabra de Dios, con la ayuda del Espíritu Santo, y se espera que podamos enseñar a otros a ver la santidad en los términos de Dios. Esto no nos exige salir del mundo.

La santidad es misional

Antes de ascender al cielo, Jesús dejó a Sus discípulos una última tarea:

Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28:19-20).

¿Cómo esta misión informa nuestra santidad? La manera en que vivimos y las cosas que hacemos o dejamos de hacer sí importan, porque son la manifestación visible de nuestra fe en Jesús. Pero alguien que impone reglas humanas sobre las personas para rechazarlas, o quien vive aislado del mundo, es incapaz de compartir el evangelio.

Cumplir la gran comisión implica movernos, acercarnos a los pecadores como lo hizo Jesús para confrontarlos con su pecado y ofrecerles la esperanza que solo se halla a los pies del Hijo de Dios. Hacer discípulos exige relacionarnos con las personas, no solo simpatizar con ellas, sino genuinamente ser sus amigos. ¿No fue Jesús acusado de ser amigo de pecadores? (Mt 11:19).

Es importante reconocer que la amistad con quienes están fuera de la familia de Dios no significa justificar o ignorar su pecado, sino estar tan cerca de ellos como para enseñarles todas las cosas que Jesús mandó. No estamos siendo condescendientes, sino amorosos; queremos que abracen una vida distinta por medio de la obediencia a Cristo.

El verdadero propósito de tu santidad

Entonces, ¿a dónde apunta la santidad? ¿Se trata de un rasgo que habla de nosotros? En cierta forma sí, pero es mucho más que eso. Nuestra santidad se trata de la gloria de Dios. Pedro lo afirma así:

Amados, les ruego como a extranjeros y peregrinos, que se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra el alma. Mantengan entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que les calumnian como malhechores, ellos, por razón de las buenas obras de ustedes, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación (1 Pedro 2:11-12, énfasis añadido).

Jesús, en el famoso Sermón del monte, les recuerda a Sus discípulos y a la multitud que el propósito de sus acciones no es traer gloria hacia sí mismos, sino hacia el Padre:

Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos (Mt 5:14-16, énfasis añadido).

Entonces, podemos caminar por el mundo, llevando las buenas nuevas de salvación con la convicción de que somos santos. No porque sigamos ciertas reglas o no pequemos nunca, sino porque la plenitud de Cristo habita en nosotros (Col 2:9-11), porque somos revestidos del nuevo hombre (Ef 4:24), porque hemos recibido una mente renovada (Ro 12.2) y porque cuando el Padre nos mira, si hemos creído en Jesús, lo ve a Él y a Su santidad.

Solo cuando la gloria de Dios es la fuente y el propósito de nuestra santidad podremos ser fieles testigos del evangelio, mostrándole al mundo cómo se ve una vida realmente cambiada por Dios:

Todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu (2 Co 3:18).

Ahora, te animo a levantarte y testificar al mundo que los santos van por todo el mundo con gozo en Dios porque no tienen nada que demostrar que no haya sido cumplido en Cristo, Su Salvador.


Este artículo fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio.


Rodrigo Gómez

Editor y Coordinador de Traducciones

Rodrigo Gómez es editor del contenido en español para el ministerio Open the Bible y para el ministerio The Word One to One, cuya misión es llevar la Palabra a quienes nunca la han leído. Actualmente se está preparando en una Certificación en Consejería Bíblica por la ACBC. Lo puedes encontrar en Instagram y en su blog De vuelta a la cruz. Vive en la Ciudad de México con su esposa Paty y su hija Naíma.
Rodrigo Gómez es editor del contenido en español para el ministerio Open the Bible y para el ministerio The Word One to One, cuya misión es llevar la Palabra a quienes nunca la han leído. Actualmente se está preparando en una Certificación en Consejería Bíblica por la ACBC. Lo puedes encontrar en Instagram y en su blog De vuelta a la cruz. Vive en la Ciudad de México con su esposa Paty y su hija Naíma.