Santiago, el hermano de Jesús, mencionó en su epístola no una, sino dos luchas que tenemos relacionadas con la oración. La primera lucha es la mayor de todas: la falta de oración. “No tienen, porque no piden” (Santiago 4:2). Y el siguiente versículo menciona otra lucha considerable en cuanto a la oración: orar con motivaciones impuras. “Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres” (v. 3).
Discernir nuestras motivaciones no siempre es blanco y negro. Como pecadores justificados, siempre debemos sospechar de nuestros corazones pecaminosos. “La tentación de usar mal la oración nos es nativa y le viene […] de manera automática a cada creyente”, escribe Ole Hallesby.
Nuestra meta detrás de evaluar nuestras motivaciones también debe ser tener un corazón puro ante Dios, no necesariamente que nuestras oraciones sean contestadas como nos gustaría.
Las siguientes preguntas de diagnóstico se sobreponen un poco porque es más fácil exponer motivaciones sucias si las alumbramos desde diferentes ángulos. Si no puedes responder a las siguientes preguntas de manera afirmativa, entonces tus oraciones están fuera de lugar y es hora de revisar tu corazón.
1. ¿Estoy orando para la gloria de Dios?
Dios nos llama a hacer todo para Su gloria (ver 1 Corintios 10:31), incluyendo la oración. Es por esto que Jesús nos enseña que “todo lo que pidan en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” ( Juan 14:13). Cuando oramos para nuestra propia gloria, chocamos con los propósitos de Dios y nos exaltamos a nosotros mismos por encima de Él. Y nuestras motivaciones pecaminosas a menudo se disfrazan tan bien que pensamos que estamos buscando la gloria de Dios cuando no lo estamos haciendo.
En su libro El Dios que oye [en inglés The God Who Hears], W. Bingham Hunter describe una manera sutil de buscar en secreto tu propia gloria como “orar con fe en tu fe”. Este tipo de oración tuerce la buena promesa de oración contestada y la transforma en una fórmula. Si oro con suficiente fe, ¡obtendré lo que quiero! Y esto no solo no glorifica a Dios, sino que a menudo tampoco funciona. Hunter explica cómo orar de esta manera lleva a la frustración:
Cuando la respuesta no llega, nos quedan solo preguntas: ¿Tuve suficiente fe? ¿Mis amigos que oraron conmigo tuvieron suficiente fe? ¿Debí haber ayunado o, tal vez, apropiado una promesa diferente? La atención se centra en los métodos de oración y en las técnicas para generar fe. Los pensamientos se centran en nosotros. Luego, comienzan a cambiar con envidia medible hacia aquellos que aparentemente tuvieron suficiente fe: ¿Por qué él o ella sí y yo no? La progresión puede terminar en especulaciones sobre el amor, la justicia y la bondad de Dios. ¿Los resultados? Nos sentimos marginados de nosotros mismos: tenemos demasiada poca fe. Nos sentimos marginados de otros: ellos sí tuvieron suficiente fe. Y nos sentimos marginados de Dios, quien diseñó tal sistema en primer lugar. En esencia, le estamos diciendo a Dios cómo glorificarse en nuestras vidas […] y Él no lo hizo.
Orar para la gloria de Dios significa permitir que Su sabiduría soberana decida qué hacer con tus oraciones y tu vida. Significa mantener nuestra atención en Él y en Su gloria por encima de la nuestra. “La oración no es una herramienta conveniente para imponerle nuestra voluntad a Dios, ni para forzar Su voluntad a la nuestra, sino la manera prescrita para subordinar nuestra propia voluntad a la Suya”. Cuando no podemos orar y decir en serio “Hágase Tu voluntad”, en esencia le estamos diciendo a Dios: “Hágase mi voluntad”.
Unas pocas preguntas te ayudarán a evaluar si estás orando para la gloria de Dios:
- ¿Haría que el nombre de Dios sea exaltado la respuesta deseada a tú oración?
- ¿Te acercaría a Dios, o te alejaría de Él, tu respuesta deseada a esta oración?
- ¿Cómo impactaría en otros tu respuesta deseada a esta oración? ¿Te ayudaría a amarlos más?
- ¿ Jesús oraría esta oración en esta misma situación?
2. ¿Estoy orando conforme a las Escrituras?
Esta pregunta provee una prueba decisiva para nuestras motivaciones. Si alguna vez oramos por algo que está prohibido en las Escrituras (y, por lo tanto, fuera de la voluntad de Dios), no podemos esperar recibir la respuesta que deseamos. Y es probable que tengamos un ídolo en nuestras vidas del cual arrepentirnos. R. C. Sproul expone una manera particularmente engañosa de hacer esto:
Los que se dicen cristianos a menudo le piden a Dios que bendiga o apruebe su pecado. Son incluso capaces de decirles a sus amigos que han orado por un asunto específico y Dios les ha dado paz a pesar de que la petición era contraria a Su voluntad. Tales oraciones son actos disimulados de blasfemia, y le echamos más sal a la herida cuando nos atrevemos a anunciar que el Espíritu de Dios ha aprobado nuestro pecado al darle paz a nuestras almas. Tal paz es una paz carnal y no tiene nada que ver con la paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz que el Espíritu se agrada en otorgarles a aquellos que aman a Dios y aman Su ley.
No pases por alto el último punto de Sproul: la paz no proviene de Dios si es una “paz” que sentimos cuando nuestras acciones van en contra de la verdad de las Escrituras. Debemos sopesar cada oración y cada motivación frente a la Palabra de Dios.9 Cuando estamos claramente en contra de la Palabra, necesitamos arrepentirnos. Cuando no estamos seguros, necesitamos pedirle a Dios que revele el pecado en nosotros y considerar qué deseos negativos y emociones poderosas pueden estar torciendo nuestras oraciones.
3. ¿Estoy buscando la humildad y la santidad?
Después de que Santiago explica el peligro de orar con motivaciones impuras, comparte cómo podemos arrepentirnos de ellas. Él cita Proverbios, donde dice que “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6; cp. Proverbios 3:34), y luego presenta esta serie de mandamientos:
Sométanse a Dios.
Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes.
Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes.
Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones.
Aflíjanse, laméntense y lloren.
Que su risa se convierta en lamento y su gozo en tristeza. (Santiago 4:7-9)
Y entonces cierra con aquello que engloba todo lo que ha estado diciendo: “Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará” (v. 10). En esencia, Santiago coloca los mandamientos a arrepentirse entre dos llamados a la humildad.
Ser humildes ante Dios es una parte clave de probar nuestras motivaciones porque no. 1: reconoce que nuestras motivaciones pueden estar desordenadas; y no. 2: admite que Dios conoce nuestras motivaciones pecaminosas y puede revelárnoslas. Si queremos discernir adecuadamente nuestras motivaciones, necesitamos buscar la humildad y la santidad, porque una vida de pecado y de orgullo nublará nuestra vista espiritual y hará difícil que discernamos nuestras verdaderas motivaciones.
Santiago ordena la santidad y la reconciliación con Dios. El hombre de “doble ánimo” que se menciona en Santiago 1:8 es alguien que dice amar a Dios pero que en realidad ama el pecado. Santiago dice en los versículos 7 y 8 que el hombre de doble ánimo es “inestable en todos sus caminos” y que “no piense […] que recbirá cosa alguna del Señor”.¿Ha encontrado el pecado un agarre en tu corazón? Aquellos que aman a Jesús guardan Sus mandamientos (ver Juan 14:15). En humildad, arrepiéntete de cualquier doble ánimo en tu vida y busca a Dios como tu amor más grande. Una vida sana de oración nunca debe estar divorciada de una vida fiel de obediencia cristiana.
Este artículo fue un fragmento adaptado del libro Cuando orar es una lucha: Una guía práctica para superar los obstáculos en la oración (P&R, 2023), por Kevin Halloran. El Pastor Colin Smith ha dicho sobre el libro, «Kevin Halloran ha reunido un tesoro de consejos sabios y prácticos que le añadirán profundidad a tus oraciones».