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Nuestros planes son circunstanciales. Dependen de cómo sucedan los eventos y de nuestra capacidad de ponerlos en marcha. En la Parte 1 del mensaje Dios hace una promesa, el Pastor Colin habla de cómo los planes de Dios son diferentes.

«Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y al pleno conocimiento de la verdad que es según la piedad, con la esperanza de vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde los tiempos eternos». Tito 1:1-2


Quiero que sigamos esta serie titulada El Plan: El diseño de Dios para el universo y tu lugar en él. Vamos a intentar hacer un recorrido relámpago por toda la historia bíblica, mostrando el esplendor del impresionante propósito de Dios y celebrando todo lo que Dios tiene para Su pueblo en Jesucristo.

Hace unos años intentamos hacer un resumen de la historia bíblica que duró unos dos años. Ahora intentamos condensarla en sólo seis semanas, así que comprenderás que vamos a ir a un ritmo bastante acelerado…

Vamos a tocar muchísimos pasajes a lo largo de estas seis semanas, pero quiero que veamos la amplitud y el alcance del propósito Salvador de Dios en Jesucristo, para que entendamos más plenamente por qué vino al mundo y, por tanto, nos regocijemos más profundamente en todo lo que es nuestro en Él.

He llamado a esta serie El Plan porque Dios sabe lo que hace. Dios no es como un científico que experimenta para ver qué funciona y que no. Dios no es como una empresa que trabaja contra las fuerzas imperantes en el mercado; Dios no es como el gobierno que responde a circunstancias imprevistas y luego hace ajustes por consecuencias no deseadas. No, Dios es Dios.

Algunas personas tienen la idea de que Dios tuvo una vez un plan maravilloso, pero las cosas salieron terriblemente mal y, desde entonces, Dios ha estado luchando con nosotros en el proceso, intentando mejorar las cosas y arreglar el desastre. Pero esa no es la enseñanza de la Biblia.

Por eso quiero que vayas al capítulo 1, versículo 2 del libro de Tito, que nos dice muy claramente que Dios prometió la vida eterna antes del principio de los tiempos. Antes del principio de los tiempos Dios prometió la vida eterna.

Y al tiempo señalado, ha sacado a la luz Su Palabra, llevando a los pecadores a la vida eterna. En otras palabras, no fue algo que Dios pensara después de la caída, sino que era el plan de Dios para el universo antes del comienzo de los tiempos.

Por eso la Biblia describe a Cristo, el Cordero de Dios, ofrecido como sacrificio por nuestro pecado, como el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo. De modo que la muerte de Cristo en la cruz no fue algo que Dios pensara, ya sabes, después de que la gente no fuera capaz de responder adecuadamente a los Diez Mandamientos.

No es como si Dios estuviera cambiando de rumbo y haciendo correcciones y proponiendo cosas nuevas a medida que avanza la historia. No, el plan de Dios es muy distinto a nuestros planes porque Dios es muy distinto a nosotros.

Verás, cuando yo hablo de un plan o cuando tú hablas de un plan, nuestros planes son siempre contingentes. De modo que si te digo, por ejemplo, que acordaré desayunar contigo el martes, quiero decir que quedaré contigo para desayunar el martes suponiendo ciertas cosas, como que estaré vivo, que no habrá una emergencia abrumadora que surja de repente y tenga prioridad sobre todo lo demás, que el martes no seré un rehén, que el martes tendré transporte, que el martes sigue abierto ese restaurante y que aún sirven desayunos.

De hecho, cuanto más piensas en ello, más te das cuenta de que puede haber mil razones por las que yo no pueda cumplir mi plan, pero Dios es soberano. Y lo que eso significa es que Dios cumple Su propio plan en Su propio tiempo, por Su propio poder, según Su propia voluntad, y nada puede impedir que lo haga.

Piensa en esto, nada de lo que hayas hecho en tu vida ha tomado a Dios por sorpresa, ¡NADA! Nada de lo que te ha ocurrido en tu vida ha tomado a Dios por sorpresa. No ha existido ningún acontecimiento en tu vida que haya dejado a Dios en el cielo diciendo: “oh, ¿ahora qué vamos a hacer con esto?”

Eso significa que nada de lo que hayas hecho ni nada de lo que te haya ocurrido puede impedir que Dios cumpla Su propósito, ni siquiera frenarlo. 

Eso es lo que significa que Dios sea Dios. Por eso espero que al final de esta serie veamos más claramente que Dios sabe exactamente lo que está haciendo en cada momento de la historia de la humanidad y que Su plan conducirá al mayor despliegue posible de Su gloria y a la mayor felicidad posible para todo Su pueblo.

Ahora vamos a intentar cubrir este panorama completo en sólo seis semanas, y obviamente eso significa ir a toda velocidad. Hoy nos ocuparemos del pequeño asunto de todo el Antiguo Testamento, luego de los Evangelios y finalmente de las cartas del Nuevo Testamento.

Quiero que veamos el panorama general. Quiero sugerirte hoy que puedes pensar en toda la historia del Antiguo Testamento en términos de una promesa de Dios en siete partes.

1. La Creación 

Y así empezamos en el libro del Génesis y en el capítulo uno: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). 

Ahora bien, esto tiene una importancia evidente, porque lo que creas te pertenece. Y puesto que Dios ha creado todas las cosas, todas las cosas le pertenecen a Dios. Por eso la Biblia insiste en que la tierra es del Señor y su plenitud, todo lo que hay en ella, el mundo y todos los que viven en él pertenecen a Dios.

Eso es lo primero que debes saber sobre ti mismo, que Dios te creó. Te hizo de forma única, nunca hizo a nadie como tú antes, y nunca volverá a hacer a nadie como tú. Te hizo para Él, y te hizo para Su propia gloria y alegría. No eres un accidente y tu vida no es producto del azar. Fuiste hecho por Dios, y fuiste hecho para Dios.

Y aunque toda la creación refleja la gloria de Dios, Dios ha hecho algo único en la creación del hombre y la mujer. Y ahí es donde reside la promesa, en Génesis 1:26, donde Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Estás hecho a imagen de Dios, por eso eres diferente de las plantas o los animales o los peces, todos ellos fueron hechos por Dios, pero tú fuiste hecho a Su imagen.

Y Dios te hizo a Su imagen para que, a diferencia de las plantas y los animales y los peces y las aves, pudieras reflejar la belleza de Su santidad y vivir en la alegría de Su amor. Fuiste hecho para glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Entonces , ¿qué promete Dios? Aquí Dios promete dar vida a personas que reflejarán Su gloria, personas que irradiarán Su imagen. Piensa en lo que eso podría significar para ti. Reflejar la santidad y vivir en la alegría del amor de Dios, en una comunidad de personas que reflejen esa gloria para siempre.

Ahora bien, cuando Dios creó al hombre y a la mujer, el mal ya existía. En realidad, la Biblia nunca nos da una explicación completa del origen del mal, sino que se limita a decirnos que Dios colocó al hombre y a la mujer en un jardín donde todo era bueno. Les dijo que no debían comer de un árbol. Era el árbol del conocimiento del bien y del mal. Puesto que ya tenían el conocimiento de todo lo que es bueno, lo único que podrían obtener al tomar del árbol del conocimiento del bien y del mal sería el conocimiento del mal.

2. La Destrucción 

Una serpiente entró en el jardín y los sedujo con este conocimiento del mal: “necesitan este conocimiento del mal”. Y esto es lo que eligieron, desobedecieron a Dios y en ese acto de desobediencia, como en todo acto de desobediencia, obtuvieron el conocimiento del mal. 

Dios dijo a la serpiente que había introducido el mal en el mundo y a la experiencia humana, y por eso afirmó: “maldita seas”. Se trata de una gran promesa que nos da esperanza, porque la palabra maldito significa asignado o consignado a la destrucción. Y Dios está prometiendo justo al principio de la historia bíblica que destruirá el mal.

Le está diciendo a la serpiente: “Lo que has hecho no permanecerá en mi mundo. Serás destruida y todo lo que es malo será destruido contigo”. Y esta promesa de la destrucción del mal es la promesa de Dios y la esperanza de este mundo. Entonces,  ¿cómo puede ser eso una esperanza, puesto que el mal está en la humanidad y todo el conocimiento del mal se nos ha transmitido desde Adán y Eva? 

Pues bien, cuando Dios se volvió hacia Adán, le dijo: “maldita sea la tierra por tu culpa”. Tú dirás, bueno, la tierra no hizo nada malo. Pero puedes darte cuenta que estamos aprendiendo algo muy maravilloso sobre Dios justo al principio de la historia bíblica. El Dios de la Biblia es el Dios que desvía la maldición lejos del hombre y lejos de la mujer hacia otro lugar, a fin de crear espacio para que los hombres y las mujeres se reconcilien con Él.

¿Qué promete Dios aquí? Dios promete liberar a Su pueblo del mal y la destrucción del mal; sin embargo se crea un espacio para que Adán y Eva se separen de él y se reconcilien con Dios.

Quiero que pienses en el alcance de esta promesa. Un mundo sin maldad. Un mundo sin mentiras. Sin odio, sin crueldad, sin asesinatos, sin miedo, sin abusos, sin torturas, sin guerras. Un mundo sin egoísmo, un mundo sin orgullo. Un mundo sin mal. Esta es la promesa de Dios. Es espectacular, simplemente pensarlo.

Ahora dirás, ¿cómo ha podido suceder esto? Pues bien, Dios dice al maligno: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza y tú lo herirás en el talón”.  ¿Qué significa eso? Enemistad entre tú y la mujer significa que Dios estaba diciendo que a lo largo de la historia humana en este mundo, habría una gran lucha entre la raza humana, entre la humanidad, entre nosotros y el mal.

Y eso, por supuesto, ha demostrado ser así en cada vida, en cada cultura y en cada generación. La humanidad siempre lucha contra el mal, pero Dios dice que habrá una simiente. Habrá alguien que llegará a la historia de la humanidad, nacido de la mujer, y estará con nosotros en esta gran lucha contra el mal. Estará de nuestro lado, estará a nuestro favor contra los poderes del mal.

Satanás, por supuesto, intentará acabar con Él y ves esa bella imagen, la serpiente mordiendo el talón de este héroe que viene y se pone a nuestro lado, pero en el mismo acto esta simiente pisa la cabeza de la serpiente y la destruye por completo. Esta es la promesa de Dios. 

Así que buscamos a alguien que lleve a la humanidad al pleno reflejo de la imagen de Dios y que destruya todo el mal e introduzca un mundo en el que el pecado y el mal y todas sus consecuencias, incluida la propia muerte, ya no existan.

Ahora la historia continúa y descubres que desobedecer un mandato de Dios, en el jardín que podría haber parecido bastante inofensivo, da lugar a un conocimiento del mal que crece en poder. Esa es la cuestión, el mal nunca es estático; siempre es un poder en crecimiento, siempre que echa raíces, crece en la vida de una persona. 

Y así ocurrió en la sociedad. La primera familia humana se desgarró cuando este mal se manifestó de nuevo en Caín, que se enfadó con su hermano Abel y lo asesinó. Asesinato en la primera familia. Y a medida que aumentaba la violencia, la gente se unió para construir una ciudad con el fin de proporcionar algún tipo de seguridad colectiva. 

Y su proyecto, que empezó con grandes esperanzas, acabó en una gran decepción, pues la gente se dispersó hacia el norte, el sur, el este y el oeste, impulsados por el miedo y divididos por el lenguaje. Y cuando sigues lo que nos cuenta la Biblia, descubres que de entre todas las tribus emergentes y todas las culturas emergentes del mundo, Dios eligió a un hombre.

3. La Elección 

Por eso he llamado a la tercera parte de esta promesa, elección. Y pienso especialmente en el capítulo 12 de Génesis. El hombre que Dios eligió no sabía absolutamente nada de Dios, no buscaba a Dios, no oraba a Dios. De hecho, era un idólatra y vivía en una oscuridad espiritual total.

Pero Dios se apareció a este hombre y le habló. Dios entró en la vida de este hombre sin ser invitado y lo cambió para siempre. El hombre se llamaba Abraham. Y Dios le dijo: “Te bendeciré, y serás bendición. En ti serán benditas todas las familias de la tierra”.

¿Ves lo que Dios promete aquí? Dios promete bendecir a personas de todas las naciones. Va a traer al conocimiento de Su bendición a personas de todos los orígenes imaginables en todo el mundo. Su bendición no va a ser conocida simplemente por la gente de Occidente, o simplemente de Oriente, o del Norte, o del Sur, o simplemente por la gente que tiene unos ingresos determinados, o unos antecedentes específicos, o ciertos privilegios. Él va a entrar en la vida de personas de todo tipo y de todo el mundo. Y va a llevarles al conocimiento de Su bendición, como hizo con Abraham.

Ahora bien, Dios dejó claro que esta maravillosa y asombrosa promesa no llegaría directamente a través del propio Abraham, ni siquiera a través de todos los descendientes de Abraham, sino que llegaría a través de un Hijo al que se denominó la simiente. Un hijo en la línea de Abraham que cumpliría esta promesa.

Y por eso la historia del Antiguo Testamento a partir de este momento sigue la línea de Abraham. Abraham y Sara estaban envejeciendo, no tenían hijos. Y en un milagro de la gracia de Dios, Sara concibió en su vejez, dio a luz a Isaac, y luego Isaac y su mujer, a un hijo, Jacob, y a los doce hijos de Jacob, que se convirtieron en los padres de las doce tribus de Israel.

Y Dios cuidó de esta familia. Fue el centro de Su promesa de una manera muy especial. Cuando sobrevino una hambruna, Él proveyó para ellos, preservando sus vidas en Egipto. Y durante el tiempo que estuvieron en Egipto, que se prolongó durante muchos años, el grupo de unos 70 de la familia original, se multiplicó y se convirtió en una gran multitud de unas 2 millones de personas.

Pero a medida que crecían en Egipto, eran cada vez más despreciados y odiados. Fueron convertidos en esclavos, y Dios vio su sufrimiento y se compadeció de ellos. 

4. Redención

Esto nos lleva a la cuarta dimensión de la promesa de Dios, que yo he llamado redención, porque Dios dice: «Ciertamente he visto la aflicción de Mi pueblo que está en Egipto, así que he descendido para librarlos y para sacarlos a una tierra que mana leche y miel».

En aquel tiempo, Dios levantó a un hombre llamado Moisés y lo envió al rey pagano de Egipto con la orden divina de que este rey dejara marchar al pueblo de Dios. Pero el rey pagano de Egipto no aceptó la autoridad de Dios y desobedeció Su orden, se negó y cayó bajo el juicio de Dios, que se derramó en forma de una serie de plagas, cada una más grave que la anterior, y que culminó en un juicio final en el que la muerte cayó sobre toda la tierra.

Luego, Dios dio a Su pueblo un mandato muy sencillo. Dijo a los Suyos: “Sacrifiquen un cordero, tomen la sangre y coloquen la sangre sobre los marcos de las puertas de sus casas”. Y luego Dios dijo: “cuando vea la sangre, pasaré de largo”. Y en aquella noche, que se conoció como la Pascua, Dios sacó a Su pueblo de la esclavitud en Egipto y lo reunió en el monte Sinaí, donde hizo un pacto con él. Dios les dio mandamientos, aunque, mientras Dios daba los mandamientos a Moisés en la cima de la montaña, en ese mismo momento el pueblo estaba quebrantando esos mandamientos.

Eso nos recuerda que el pueblo de Dios necesita algo más que mandamientos. Necesitamos sacrificios. Por eso Dios les dio sacrificios y les hizo esta promesa. Dijo: “Andaré entre ustedes y seré su Dios, y ustedes serán Mi pueblo”.