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Jesús le dijo al Padre: “La gloria que me diste les he dado”. ¿Qué significa esto? El Pastor Colin explica la escandalosa respuesta. 

Pasaje: Juan 17:6-22


Eres más que todo el mundo para Jesús. Tú eres el regalo del Padre para Él. Y esa es la primera dimensión de tu santidad. Oh, hermano, cuando estés ahí sentado diciendo: “realmente no soy nada, no soy importante para el mundo”, alimenta tu alma con eso. Eres el don del Padre a Su Hijo, el fruto de Su sufrimiento. ¡Preferirían tenerte a ti que a todo el mundo!

Piensa en esto, no sólo eres entregado al Padre, sino que estás en una posición totalmente nueva en Cristo, entregado por el Padre al Hijo. 

Pero en segundo lugar, eres glorificado. Compartes la gloria de Jesús. 

Ahora bien, esto, si es posible, es aún más asombroso. Mira el versículo 22: “la gloria que me diste”. Podrías pasar mil años intentando asimilar la declaración de Jesús: “Les he dado la gloria que Tú me diste”.

Había un hombre llamado Donald Grey Barnhouse, que fue durante muchos años pastor de la 10ª Iglesia Presbiteriana de Filadelfia, una iglesia muy famosa. A lo largo de los años de su ministerio como pastor, Barnhouse celebró muchas bodas, pero nunca aceptó dinero por hacerlas. Y esto es lo que decía, y cito textualmente: “Durante muchos años ha sido mi costumbre, cuando oficio una boda, que cuando el novio me entrega un sobre, voy directamente a la novia y le digo: este es mi regalo de bodas para ti. Si tu esposo ha sido generoso con el predicador, también lo ha sido contigo”. Eso sí que me gusta. Creo que es un bonito detalle.

Ahora mira de nuevo el versículo 22. Jesús le dice al Padre: “Les he dado la gloria que tú me diste”. Lo que está diciendo es que obtenemos la gloria que el Padre le dio al Hijo. ¿Cuánta gloria es esa? “La gloria que me diste”, dice Jesús, “la tomó y se las entregó”. Esto es lo asombroso de ser cristiano. No es sólo que veremos la gloria de Jesús, es que compartiremos Su gloria. No es sólo que Su gloria se nos revelará, la Biblia dice que Su gloria se revelará en nosotros. 

Cuando le veamos, seremos como Él.

Ahora bien, la mayoría de nosotros estamos familiarizados con la enseñanza bíblica de que seremos glorificados. Pero fíjate que Jesús habla aquí de eso como de algo que ya ha sucedido: Él dice; “les he dado esta gloria”. Como ves, está oculta en nuestro interior, pero es una verdadera expresión de lo que eres en Jesucristo. Por eso Juan dice en una de sus cartas, más adelante en el Nuevo Testamento: “ahora somos los hijos de Dios y lo que seremos aún no se ha dado a conocer”.

Cuando te preguntas: ¿Realmente importo? ¿Tengo algo que aportar a este mundo? Piensa en esto: No eres un don nadie, a la deriva, en la historia de los tiempos. Eres un hijo de Dios en Jesucristo y lo que serás, aún no se ha dado a conocer. Como dice Pablo en Colosenses 3: “Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria”.

Ayer intentaba pensar en esto. Miré por la ventana de mi estudio, en casa y allí estaban los árboles que han estado desnudos todo el invierno y apenas comienzan a verse algunos brotes rojos. Pronto se van a transformar y van a florecer para tener un aspecto totalmente nuevo y diferente. La vida que ha estado en ellos durante todo el invierno está en ellos ahora. Pero lo que serán aún está por contemplarse.

Esto es algo que simbólicamente también te puede pasar a ti. Cristo te ha dado Su vida y Su vida está en ti. Eres Suyo por toda la eternidad. Lo que serás aún no se ha dado a conocer, pero Él comparte Su gloria contigo. Así que sé quién eres. Si deambulas por la vida pensando, oh, no soy nadie, no soy nada especial, en realidad no importo, así es como vivirás.

La verdad que encontramos en la Biblia es que eres el regalo del Padre a Su Hijo, es que eres el fruto de Su sufrimiento y es que eres con quien Él comparte Su propia gloria, aunque todavía no se vea que su esplendor ya está en ti. ¿Podrías volver a cuestionarte la importancia de la posición en la que has sido puesto en Jesucristo? Eres santo. Estás en Cristo. Eres Santo. 

La primera dimensión: somos entregados; la segunda: somos glorificados y la tercera: somos llamados.

Y quizá la mejor forma de expresarlo sea con la conocida frase: “estás en el mundo pero no eres el mundo”. 

A mí me educaron con esa frase, supongo que muchos de nosotros estamos muy familiarizados con ella. Es una buena frase que resume nuestra relación con el mundo, que los cristianos estamos llamados a estar en el mundo pero no ser parte de él. Y esa frase, por supuesto, procede directamente de Juan capítulo 17.

Observa aquí las dos partes de la misma, primero en el versículo 14, Jesús dice de Sus discípulos: “no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo”. Lo repite de nuevo para enfatizarlo en el versículo 16: “no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo”. Tú no eres del mundo. Pero al mismo tiempo, es cierto que estás en el mundo, y Jesús lo afirma igualmente en el versículo 11. Y luego en el versículo 15: “no pido que los saques del mundo”. Es muy importante saber que estamos en el mundo con un propósito, y por cierto, el propósito no es prepararse para el cielo.

No estarás más preparado para el cielo el día que mueras de lo que lo estarías un segundo después de haber confiado en Cristo, porque tu entrada al cielo depende de lo que Él ya ha hecho por ti mediante tu justificación por la fe. 

Así que el propósito de la vida cristiana, el propósito de que permanezcas en el mundo no es prepararte para el cielo, el propósito de estar en el mundo es que Él tiene trabajo para ti aquí en el mundo. No hay otra razón, Dios podría llevarnos inmediatamente al cielo, pero nos ha llamado a estar en el mundo aunque no seamos parte del mundo. 

Ahora bien, no es fácil estar en el mundo cuando no somos parte de él, y sin embargo esa es nuestra vocación distintiva de parte de Dios. 

Vistiendo los colores equivocados

Estaba pensando en esto y mi mente se remontó a un partido de fútbol al que fui hace unos años en Londres. En el norte de Londres existe una intensa rivalidad entre dos equipos, uno conocido como el Arsenal, el otro Spurs o Tottenham Hotspur.

Cuando digo intensa, quiero decir intensa. Y algo que hace que la rivalidad sea tan intensa es que los aficionados llevan los colores del equipo, quiero decir que allí llevamos puestos realmente los colores del equipo y las entradas se asignan según el equipo al que apoyes. Así que para este partido, Arsenal contra Spurs, que era un gran acontecimiento cada año, en el estadio del Arsenal tendrías el 80% del terreno cubierto de rojo y el 20% del terreno en el otro extremo, cubierto de azul. Y la gente acostumbra traer sus bufandas y cuando las cosas iban bien para su equipo levantaban sus bufandas.

Normalmente se veía una especie de ola con el movimiento de las bufandas que daba este colorido cubriendo todo un extremo del campo. Y también se cantaban canciones dirigidas hacia los aficionados del equipo contrario, en su derrota y en su mala elección, por irle al equipo perdedor. Pues bien, un día un amigo mío de una iglesia de Londres me llamó por teléfono y me dijo: «Hola Colin, tengo una entrada extra para el gran partido, ¿quieres venir?”

Siempre hemos sido seguidores de los Spurs, así que le dije inmediatamente: “¿para qué lado del campo es? “ Él respondió: “Del lado del Arsenal”. Y le dije que no estaba muy seguro de aventurarme ahí. Entonces me dijo: «Oye, deja la bufanda en casa y ven, que nos lo pasaremos muy bien”.

Así lo hice y tengo que decirte que fue una experiencia de lo más extraña. Me refiero a que estábamos apretujados en una multitud embrujada pintada de rojo, a la que yo no pertenecía. Y allí estaba, mirando a lo largo del campo a un grupo más pequeño pintado de azul al que sí pertenecía. Y a medida que avanzaba el partido todo se volvía más y más extraño porque cuando se emocionaban y gritaban, yo me agarraba la cabeza con las manos. Y cuando se hundían en la desesperación, me encontraba desbordado de alegría.

Ahora, es difícil ser diferente y puedes imaginar que intenté no hacerlo demasiado obvio. ¿No es ésta precisamente nuestra posición? Verás, vamos a la iglesia el domingo por la mañana y hablamos de santidad y nos reunimos con un grupo de personas que están todas bajo el mismo color. Es como animar cuando estás rodeado por tu propio equipo, pero el resto de la semana te encuentras en el otro extremo del campo. Te encuentras en medio de una gran multitud que anima lo contrario.

Te encuentras diciendo: “Esta es una experiencia muy extraña para mí. Estoy trabajando con toda esta gente, hago el mismo trabajo, pero no soy como ellos. Estoy entre ellos, pero no soy uno de ellos”. Funciono con un conjunto de valores completamente distinto. Me percibo a mí mismo en una posición totalmente diferente. Es una experiencia en verdad muy, muy extraña.

Tengo que decirte que los Spurs ganaron el partido. Y en realidad fue una experiencia extraña estar en esta gran multitud de gente abatida mientras que mi rostro se cubría de gloria. ¿Sabes que cuando llegue el final del juego, el equipo local caerá? Los que han intentado vivir sin Dios y sin la verdad abandonarán el terreno de juego derrotados. Pero ahí no acabará todo contigo. Estás en el mundo, pero no eres del mundo. Has sido entregado por el Padre al Hijo. Serás cubierto de Su gloria. Compartirás Su triunfo.

Y esto es lo último, y es muy importante: eres enviado; esto forma parte de nuestra nueva posición en Jesucristo. 

Verás, no nos basta con decir “bueno, ya sabes, el mundo sigue su propio camino, pero nosotros estamos destinados a la gloria eterna”. Hay algo más que eso. El Señor se preocupa por el mundo, y la forma en que expresa ese cuidado, es enviándonos a nosotros. Te envía al mundo y eso forma parte de la santidad de nuestra vocación. Hemos sido apartados para esto, para ser enviados al mundo.

Fíjate en cómo lo expresa Jesús: “como tú me enviaste al mundo, yo los he enviado al mundo”. Luego continúa: “por ellos Yo me santifico, para que ellos también sean santificados”. 

Ahora bien, fíjate en esa frase, cuando Jesús dice, “Yo me santifico”, obviamente no está hablando de un crecimiento gradual en santidad, ¿verdad? Es decir, Él es Santo, y nunca en un momento de Su vida se quedó corto de Su llamado, nunca hubo un momento en el que se desviara del camino, nunca, en toda Su vida, se quedó corto en lo que Dios lo llamó a hacer.

No se trata de crecer de algún modo para ser más brillante en Jesús. Así que Él no está hablando de un proceso que está ocurriendo aquí, más bien lo está utilizando claramente en el otro sentido en el que nos centramos hoy. Está hablando de apartarse para una tarea. Por ellos, “Yo me santifico”, me aparto. Y, por supuesto, la tarea para la que se aparta es la vocación única de llevar la cruz. Recuerda que ésta es la noche en que fue traicionado. Está llegando al clímax de Su propia oración.

Recuerda que Mateo, Marcos y Lucas registran la historia de cómo Jesús luchó en el huerto de Getsemaní con la agonía a la que se enfrentaría al soportar la cruz. El dijo: “Si es posible que pase de Mí esta copa, pero que no se haga como Yo quiero, sino como Tú quieras”. 

¿Te has fijado alguna vez en que Juan no registra la historia del Huerto de Getsemaní? Pasa directamente del capítulo 17, y del capítulo 18, al arresto. Éste es el Getsemaní de Juan.

Aquí mismo, Jesús dice: “Yo me santifico”, Me entrego, con todo lo que eso significa, a la obra que el Padre me ha encomendado. Y fíjate en que, en el mismo sentido, Jesús nos llama a hacer precisamente lo mismo. Me santifico, Me entrego a mi vocación para que ellos también se santifiquen, para que se entreguen a su vocación. En el mismo momento en que en presencia del Padre se entrega a todo lo que implica la cruz, ora para que nosotros nos entreguemos a todo lo que implica nuestra vocación, que no es ser colgados en una cruz, sino ir al mundo. Por eso dice: «Como el Padre me ha enviado, así yo los envío».

Así que cuando Cristo ve un colegio con todas sus necesidades y a todos esos chicos que están perdidos, ¿qué hace? Te envía a ti. Cuando Cristo ve el mundo de los negocios, frío, y a la gente atacándose el uno al otro, persiguiendo el triunfo del yo, ¿qué hace Jesús? ¡Te envía a ti! Cuando Jesús ve a alguien que tiene hambre o que está enfermo, qué hace? ¡Jesus te envía a ti! No nos envía a todos a todos los lugares, pero sí a cada uno de nosotros a algún lugar. No nos hace a todos responsables de todas las necesidades, sino que nos hace a todos responsables de alguna necesidad.

Y así como Él se entrega a su obra, yo me santifico. Su oración es que nos entreguemos a nuestra obra porque somos enviados. Ya ves por qué es tan importante que seamos quienes somos. Jesús dijo a Sus discípulos: “ustedes son la luz del mundo». Son la luz de esa escuela, son la luz de esa oficina, son la luz de esa familia, son la luz de esos niños. Y si la luz se convierte en oscuridad, ¿cuán grande es la oscuridad? Si la luz que hay en ti no brilla, ¿de dónde vendrá la luz en este mundo roto? Tú eres la luz. ¡Sé quien eres!

Ahora bien, ¿cómo puede alguien que está en el Señor Jesucristo cuestionar la importancia de su vida? ¿Ves tu santidad en Cristo? Eres santo. Eres entregado a Cristo. Eres glorificado en Cristo. Eres llamado a través de Cristo y fuiste enviado por Cristo. ¡Sé quien eres! 

Una oración

Padre, nos resulta casi abrumador intentar comprender nuestra nueva posición en Jesucristo. Simplemente nos postramos ante Ti en adoración, gratitud y alabanza. Llenos por Tu espíritu de gran gozo y con un renovado sentido del privilegio que tenemos de ser quienes somos en Cristo Jesus, Amén.