Un mensaje en el que el Pastor Colin Smith cuenta la historia de la Navidad desde la perspectiva de José.
Estoy aquí para decirte que un ángel del Señor se me apareció en sueños. Y esto es lo que me dijo «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo. Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados«.
Me desperté sudando frío. No se parecía a ningún otro sueño que hubiera tenido antes. Sabía, más allá de toda duda, que Dios me había hablado.
A la mañana siguiente supe lo que tenía que hacer. Me dirigí directamente al sur, hacia Judea. Creo que nunca había recorrido 140 kilómetros tan deprisa. No veía el momento de tomarla en mis brazos y contarle lo que había sucedido. Cuanto más pensaba en ello durante aquel viaje, más asombroso me resultaba.
Nuestras pequeñas vidas habían quedado atrapadas en el tapiz del propósito salvador de Dios para toda la raza humana, nuestro pequeño hogar. Iba a ser el lugar donde nacería el niño prometido al mundo y la vocación de mi vida era ser el guardián del Hijo de Dios.
María había pasado tres meses con Elisabet y, cuando volvimos, ya empezaba a notarse. Ese fue el comienzo de nuestra vida matrimonial juntos. Aunque ambos acordamos que no consumaríamos nuestro matrimonio hasta después de que naciera el niño.
Bueno, empezábamos a instalarnos en una nueva vida juntos en Nazaret cuando llegó a la ciudad un heraldo con un anuncio de Roma de que el nuevo gobierno tenía una iniciativa. Siempre despierta dudas cuando el gobierno tiene una nueva iniciativa… sigue siendo igual, ¿verdad?
Bueno, nosotros también, y efectivamente eran malas noticias para nosotros. Se había ordenado a toda la población que regresara a la ciudad de origen de la familia para inscribirse en un censo que decidieron que querían hacer. ¿Te lo imaginas?
Parecía que todo el mundo estaba en movimiento. Un caos absoluto en los caminos. Familias con carros y animales moviendo todo lo que poseían en todas las direcciones imaginables. Apenas podía creerlo. María estaba a punto de llegar al término de su embarazo.
Pero cuando los romanos daban órdenes, no había excepciones, así que ensillé el burro y los dos nos dirigimos hacia el sur por el camino de Belén, mi ciudad natal. Otros 114 km. Por supuesto, el burrito te da ternura… Deberías probar montar en burro y luego hacerlo durante 114 km.
Luego intenta imaginar hacerlo casi al término de un embarazo. No sé cómo lo logró María, pero lo hizo.
Fue durante el viaje cuando caí en la cuenta de que incluso esto formaba parte del plan de Dios. Cientos de años antes, el profeta Miqueas había hablado de un gobernante que saldría de Belén, no de Nazaret, donde habíamos estado viviendo, sino de Belén, mi ciudad de origen familiar.
Hacía años que no iba a Belén, y nunca habría soñado con ir allí si no hubiera sido por el decreto. Piensa en esto. Dios puso en la mente de un dictador europeo, que ni le conocía ni creía en Él, emitir un decreto que provocó que volviéramos a mi ciudad natal, donde un profeta 700 años antes dijo que nacería este niño. Es asombroso.
Belén es un lugar diminuto, por supuesto. Cuando Lucas dice que no había sitio en el mesón, eso es lo que quiere decir. No había sitio ahí. Sólo quedaba el cobijo de una cueva. Y allí fue donde nació.
No puedo describirles la alegría de ese momento. Algunos de ustedes han estado presentes en el nacimiento de su hijo, y saben lo que se siente. Yo fui el primero en tenerlo en mis brazos. Mis manos lo trajeron al mundo. Fui el primero en tocar el regalo de Dios.
Era de lo más extraño estar en ese lugar, sólo nosotros tres. El niño que había nacido, prometido al mundo desde el principio de los tiempos y sólo nosotros tres lo sabíamos.
Al menos eso es lo que parecía hasta que llegó un grupo de pastores diciendo que habían visto esa misma noche un grupo de ángeles en el cielo alabando a Dios y diciéndoles que había nacido un Salvador en Belén.
Ahora que había nacido, empecé a ver la importancia del papel que Dios me había dado como su guardián. Por supuesto, mi primera responsabilidad era encontrar un lugar adecuado para hospedarnos. Decidimos quedarnos un tiempo en Belén, y fue allí, al octavo día, donde tuve el inmenso privilegio de ponerle nombre.
No hubo discusión al respecto. El ángel ya lo había dejado claro en aquel sueño especial. Había dicho que le diera el nombre de Jesús, porque salvaría al pueblo de sus pecados.
Así que le puse el nombre de Jesús, porque en aquel momento tenía muy poca idea de lo que significaba que Él salvaría al pueblo de sus pecados… Aunque ahora veo Su gloria.
Pero incluso entonces parecía un Nombre lleno de esperanza y de significado. Y no cabía la menor duda de por qué había venido al mundo. Había venido a salvar a su pueblo de sus pecados, lo que sea que significara eso y lo que implicaría.
Un mes más tarde, llegó el momento de llevarlo al templo de Jerusalén. Más viaje para su madre y para mí, aunque esta vez sólo fueron 10 kilómetros de Belén a Jerusalén.
Moisés nos había dado una ley según la cual debíamos ofrecer un sacrificio de dos palomas y que esto debía hacerse poco más de un mes después del nacimiento de un niño. Así que eso fue lo que hicimos.
Estábamos a punto de terminar la ceremonia cuando un anciano se acercó corriendo. No lo había visto nunca, ni lo he vuelto a ver. Pero el anciano preguntó si podía sostener al niño, y María se lo dio. Y mientras sostenía al niño, empezaron a brotar palabras de su boca: «Porque mis ojos han visto Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz de revelación a los gentiles, y gloria de Tu pueblo Israel«.
Miré a María y ella me miró. ¿Quién es esta persona? Nos maravillamos de lo que decía. El mismo Dios que le había hablado a María por medio del ángel y a mí por medio de sueños y se había revelado por medio de ángeles a los pastores y había puesto en el corazón de un dictador incrédulo la idea de convocar a un censo , es el mismo Dios que había respondido a la oración de un anciano que, evidentemente, llevaba años orando para ver el nacimiento del Salvador.
Después de aquel gran día, volvimos a nuestra rutina habitual en Belén. Llevábamos ahí algún tiempo cuando, una noche, se presentó la conmoción más extraordinaria fuera de nuestra casa. Tres caballeros muy distinguidos y de aspecto real llegaron al exterior de nuestra pequeña casa, acompañados de su séquito. Habían venido a ver a Jesús.
Dios lo había dado a conocer a profetas como el anciano, a sacerdotes como Zacarías, a un pariente por matrimonio, y ahora a los reyes. Y lo extraño era que no eran reyes de nuestro país los que venían, eran reyes de Oriente.
Recuerdo lo que había dicho el anciano en el templo: “mis ojos han visto Tu salvación; Luz de revelación a los gentiles”. Pues bien, estos reyes venían de otra cultura diferente. Este salvador iba a ser el salvador de los pueblos de todas las culturas, así como de todas las generaciones.
Los reyes traían regalos que reflejaban su riqueza; era realmente extraordinario. Es decir, aquí apenas podíamos reunir el dinero para dos palomas que ofrecer en el templo. Y llegaron con oro, incienso y mirra.
Por supuesto, me río con ellos a menudo cuando hablamos de aquel momento. Tenían tanto y nosotros tan poco. Y lo más gracioso es que, durante dos mil años, no ha habido ni una pizca de diferencia entre ellos y nosotros. Lo único que importaba era que adoraban a Jesús… y nosotros también.
Pues bien, aquella noche, después de que se hubieron ido, un ángel del Señor volvió a hablarme en sueños. Era la segunda vez que ocurría, fueron cuatro en total. Las palabras eran muy sencillas. “Levántate”, me dijo. No es lo que quieres oír en mitad de la noche, pero me dijo: “Levántate, toma al Niño y a Su madre y huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te diga; porque Herodes quiere buscar y matar al Niño”.
Así que eso fue lo que hicimos. Tomamos lo que pudimos, salimos de casa y nos escabullimos de Belén escondidos en la oscuridad. Ahora, no puedes siquiera imaginar cómo fue este viaje. Fueron más de 650 kilómetros y estuvimos en el camino más de un mes.
Así que los que tienen niños pequeños y se quejan cuando tienen que ir en el auto, piensen en lo que fue para nosotros intentar hacerlo con unos cuantos animales y una carreta. Además, María seguía amamantando al niño.
Más tarde nos enteramos de que Herodes había matado a todos los niños varones menores de dos años de Belén. Fue una atrocidad terrible y un recordatorio para nosotros de la espantosa maldad de la que hay que salvar a este mundo.
No sé cuántos niños murieron, probablemente no tantos como a veces se imagina. Un pueblo muy pequeño, quizá 10, quizá 20, pero una tragedia terrible para cada niño y cada familia. Sus vidas fueron arrebatadas a causa de Él. Más tarde, Su vida sería entregada a causa de ellos, y a causa de ti, a causa de todos nosotros.
Así que vivíamos en Egipto. Yo era carpintero, siempre trabajé en una carpintería. Y esa habilidad formaba parte de la provisión de Dios para nosotros en todos nuestros movimientos.
Algún tiempo después, Herodes murió, y fue entonces cuando Dios me habló por tercera vez a través de un sueño. Dios habló, por supuesto, en aquel momento de este modo, porque no había otro modo de saberlo.
Es decir, tienes Internet y redes sociales para enterarte al instante de las noticias. Pero ¿cómo crees que nos habríamos enterado en Egipto de que un rey había muerto en Israel? Es decir, no es el tipo de cosas de las que se informa.
El ángel vino en sueños y me dijo: “Levántate, toma al Niño y a Su madre y vete a la tierra de Israel, porque los que atentaban contra la vida del Niño han muerto”. Por cierto, me encanta esta frase: “los que atentaban contra la vida del Niño han muerto”.
Verás, intentaron matarlo, pero la muerte acabó con ellos. Vale la pena reflexionar sobre ello. Verás, a lo largo de 2,000 años desde entonces, algunas personas lo han amado, otras lo han odiado e ignorado, quizá muchos nunca han oído hablar de Él, pero tarde o temprano, todos mueren. Y cuando mueren, le rinden cuentas.
Los que atentaban contra la vida del Niño han muerto. Llevan años intentando acabar con Él, pero nunca lo conseguirán.
Bueno, de nuevo en el camino, otro mes de viaje, otros 650 kilómetros de vuelta a Israel. Ya sabes, ustedes se suben a sus vehículos y conducen a donde quieren. En nuestro caso, tuvimos que llevarnos todo lo que teníamos.
Cuando llegamos a la frontera, descubrimos que, en realidad, el país se había dividido desde la muerte de Herodes en cuatro regiones distintas, y que un hombre llamado Arquelao gobernaba en Judea, donde estaba Belén. Eran malas noticias, porque era tan abusivo como su padre Herodes.
De hecho, al cabo de unos años los líderes de la comunidad se quejaron de él porque era muy malo y entonces los romanos destituyeron a Arquelao y lo sustituyeron por un gobernador romano que fue el primero de una serie que llegó sucesivamente a aquella zona, uno cuyo nombre quizá reconozcas: Poncio Pilato.
Fue entonces cuando Dios me habló por cuarta vez a través de un sueño. Y después de haber cruzado la frontera hacia nuestra nación de Israel, siendo advertidos en este sueño, desviamos la ruta y en vez de ir a Belén, volvimos a Nazaret. Pero esto añadió otros 120 kilómetros a los 640 que ya llevábamos.
Pero tengo que parar, de lo contrario tendré problemas con tu pastor si se entera de que te he contado mi historia. Si te cuesta creer en el nacimiento virginal, quiero decirte que soy tu testigo. A nadie le costó tanto creer como a mí y hoy he venido a decirte que nació de una virgen.
La pregunta obvia, por supuesto, es que, incluso si crees eso, como confío que harás hoy, podrías hacerte esta pregunta: bueno, nació de una virgen, ¿qué tiene eso que ver conmigo?
Ahora escuchen, todos son personas sensatas, así que piensen en esto conmigo. Si realmente nació de una virgen, no se parece a ninguna otra persona que haya vivido jamás. Y si no se parece a ninguna otra persona que haya vivido jamás, al menos es posible que sea capaz de hacer por ti lo que nadie que haya vivido jamás puede hacer. Y si es capaz de hacer por ti lo que nadie más puede hacer, entonces nada en tu vida es más importante que la forma en que respondes a Él.
No he venido a contarte una historia sentimental, la Navidad no es eso. He venido a contarte lo que ocurrió, he venido a decirte que Dios entró en la historia humana a través de Jesucristo. Y que, al hacerlo, se acercó a ti.
Hoy he venido a decirte que el cielo es tan real, más real que tu vida aquí en la tierra y mucho más permanente. Y he venido a decirte que Dios te quiere allí y que ha abierto el camino a través de Su hijo Jesucristo para todos los que crean y se inclinen ante Él.
¿Le crees? ¿Lo obedecerás? ¿Confiarás en Él como tu Salvador? ¿Lo coronarás como tu Señor? Oremos juntos.
Padre, hemos reflexionado sobre la mayor realidad de la historia del universo. Nos inclinamos ante Ti en estos momentos de silencio. Señor, creo; Señor, me inclino; Señor, me arrepiento de mi egocentrismo, de mi arrogancia y de mi orgullo. Señor, recibo el don que me ofreces en Jesús y la vida que se encuentra en Él. Señor, adoro a Jesús, Salvador, Maestro, Redentor y Rey. Escucha mi oración en el nombre de Jesús. Amén.