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Te damos la bienvenida a Abre la Biblia – la Historia. Vamos a hacer un recorrido por toda la historia de la Biblia en sólo tres sesiones.
Comenzamos con el Antiguo Testamento, donde vamos a conocer a 5 personas. Luego en los Evangelios vamos a ver 5 acontecimientos. Después, en las cartas del Nuevo Testamento, vamos a considerar 5 maravillosos dones.
Con tanto que cubrir vamos a movernos rápidamente. Pero espero que esta breve introducción a la Biblia te ayude a comprender quién es Dios, quién eres tú, quién es Jesús y qué te ofrece.
Hacer un viaje a través de la Biblia es como hacer un recorrido por un castillo, donde han ocurrido grandes acontecimientos en el pasado. Algunas cosas pueden parecer extrañas, y no es de sorprender, porque son de otra época.
Pero te invito a que entres en este mundo de la Biblia y mires a tu alrededor. Descubre este mundo con su impresionante Dios, su pueblo a menudo confundido y desordenado, y su gran promesa de traer bendición a todos.
Ahora, si estás pensando: «No estoy seguro de creer en la Biblia», quiero decirte que me alegro de que hagas el recorrido. Por favor, escucha lo que Dios ha dicho, mira lo que ha hecho, y puede que descubras que lejos de ser una reliquia del pasado, la Biblia es el medio por el que Dios te habla hoy.
Ahora, imagina que estás en un teatro para la primera representación de una nueva obra. El autor sube al escenario y se presenta al público. Les dice quién es, por qué ha escrito la obra y de qué trata. El autor no presenta un argumento para su propia existencia. Simplemente sube al escenario y empieza a hablar de sí mismo y de su obra.
Dios es el Creador
La Biblia comienza con Dios entrando en escena y presentándose.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra… (Génesis 1:1)
Lo primero que Dios nos dice de Sí mismo es que es el Creador. Ahora bien, un creador es siempre un dueño. Lo que uno crea es de su propiedad, y como Dios es el Creador de todas las cosas, Dios es dueño de todas las cosas. Este mundo es suyo. Le pertenece a Él. Y tú también.
Y dijo Dios:
«Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza… Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.» (Génesis 1:26-27)
Fuiste hecho por Dios, estás hecho como Dios, y estás hecho para Dios. Y llegarás a conocerte a ti mismo cuando llegues a conocerle a Él.
Y esto nos lleva a la primera de las cinco personas que debemos conocer en el Antiguo Testamento.
1. Adán
«Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.» (Génesis 2:7)
Dios formó un cadáver del polvo de la tierra. Entonces Dios sopló Su propio aliento en este cadáver. Le dio a Adán el beso de la vida, y el cadáver se convirtió en un ser vivo.
Piensa en lo que eso significó para Adán. En su primer momento de conciencia, ¡estaba mirando el rostro de Dios! Sabía que Dios le había dado vida. Dios le dio la vida. Le pertenecía a Dios.
Dios le dio a Adán cuatro maravillosos regalos
El regalo de un hogar
«Y el SEÑOR Dios plantó un huerto hacia el oriente, en Edén, y puso allí al hombre que había formado.» (Génesis 2:8)
Dios estaba diciendo: «Este es el lugar que he preparado para ti. Aquí es donde quiero que conozcas y disfrutes de mi bendición». Adán estaba en casa en el jardín.
El hogar es el lugar donde Dios te coloca. Ningún hogar es perfecto, pero el mejor lugar para florecer es el que Dios ha preparado para ti.
El regalo del trabajo
«El SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo cuidara.» (Génesis 2:15)
El trabajo es un buen regalo de Dios, y Dios participó en el trabajo de Adán. Trajo los animales para que Adán pudiera ponerles nombre (2:19).
El trabajo que Dios da refleja el trabajo que Dios hace. Dios pone orden en el caos. Él crea lo que es bello. Él protege y provee. Cuando haces estas cosas en tu trabajo, reflejas la obra de Dios.
El regalo del matrimonio
«De la costilla que el SEÑOR Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre.» (Génesis 2:22)
Dios creó a Eva y luego se la llevó a Adán. El primer servicio nupcial fue dirigido por Dios Todopoderoso. Dios toma la mano de ella y la pone en la de él, y dice: «Ámense el uno al otro. Ayúdense mutuamente. Compartan juntos la vida que les doy».
El primer matrimonio tuvo su cuota de problemas. Pero sin importar cuáles serían sus problemas en el futuro, Adán y Eva nunca pudieron dudar de que habían sido unidos por Dios. Y si estás casado, saber que Dios te ha unido te ayudará a enfrentar cualquier tormenta.
El regalo de la comunión con Él
«Y oyeron al SEÑOR Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día.…» (Génesis 3:8)
Dios se apareció en forma visible en el jardín porque quería que Adán y Eva lo conocieran. Llamamos a estas apariciones teofanías, y muestran el intenso deseo en el corazón de Dios de que le conozcamos.
En el centro de la historia bíblica, Dios se hizo hombre en Jesucristo. Por eso no debe parecer extraño que en el Antiguo Testamento encontremos a Dios haciendo estas apariciones en forma visible. Es casi como si el Hijo de Dios no pudiera esperar a venir.
Dios le dio a Adán cuatro regalos maravillosos, pero…
Adán y Eva pecaron contra Dios
Y aquí llegamos al corazón del problema humano, que tiene dos partes.
Tenemos un conocimiento del mal
Dios había dado a Adán y Eva una sola orden:
«Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás.» (Génesis 2:17)
Este mandamiento era una maravillosa expresión del amor de Dios. Adán y Eva ya conocían el bien. Pero Dios les dice: «Tienen que entender que con todo el bien que disfrutan, hay otra realidad terrible, y quiero protegerlos de ella. Se llama maldad. Y no quiero que lo experimenten nunca, así que no lo toquen».
Pero Adán y Eva querían tener ese conocimiento del mal. Así que hicieron lo que Dios les había dicho que no hicieran. Desobedecieron el mandato de Dios, y en ese acto de desobediencia, obtuvieron el conocimiento del mal, y todos hemos vivido con él desde entonces.
Fuimos excluidos del paraíso
«Y el SEÑOR Dios lo echó del huerto del Edén, para que labrara la tierra de la cual fue tomado. Expulsó, pues, al hombre; y al oriente del huerto del Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba en todas direcciones para guardar el camino del árbol de la vida.» (Génesis 3:23-24)
Los querubines eran ángeles que representan la santidad de Dios. Y había una espada encendida que giraba en todos los sentidos: arriba, abajo, derecha e izquierda. Cortaba en todos los ángulos, por lo que sería imposible pasar por encima de ella. La espada de fuego representa el juicio de Dios.
La visión debe haber sido aterradora para Adán y Eva. Fueron excluidos del lugar donde habían conocido la bendición de Dios y no había forma de regresar.
Este es el diagnóstico bíblico del problema humano: tenemos conocimiento del mal y estamos excluidos de la presencia de Dios, pero…
Dios trajo esperanza a través de una maldición y una promesa
Dios maldijo a la serpiente que había tentado a Eva:
«Maldita serás …» (Génesis 3:14)
Una maldición es una expresión de la deidad que consigna a una persona o cosa a la destrucción, así que cuando Dios pronunció esta maldición, estaba diciendo: «El mal no permanecerá. Será destruido». ¡¡Eso es realmente una buena noticia!!
Entonces Dios se dirigió a Adán y le dijo: «Maldito…» (3:17). Adán debió contener la respiración. Dios había maldecido a la serpiente, y ahora parecía que iba a maldecir también a Adán.
Pero en lugar de decirle a Adán: «Maldito seas», Dios dijo: «Maldita sea la tierra por tu culpa» (3:17). ¿Qué hizo la tierra?
Esto nos dice una de las cosas más importantes que debemos saber sobre el Dios de la Biblia. Dios siempre se ocupará del pecado y lo destruirá. Pero Él desvió Su juicio del hombre y la mujer, creando un espacio para que se reconcilien con Dios.
La maldición por el pecado de Adán debe ir a alguna parte. En el centro de la historia bíblica, Dios enviará a Su Hijo, y dirigirá la maldición hacia Él. Él llevó la maldición para que no cayera sobre nosotros.
Entonces Dios prometió que vendría un libertador:
«Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón.» (Génesis 3:15)
El resto de la historia bíblica trata de este Libertador. ¿Quién es? ¿Cuándo vendrá? ¿Qué hará? ¿Y cómo podemos participar en la bendición que traerá?
Después de que Adán y Eva fueran expulsados del Jardín, la familia humana creció. Y a medida que la familia crecía, el mal y la violencia aumentaban.
Dios frenó la maldad humana enviando un diluvio y confundiendo el lenguaje humano. Pero entonces Dios entró en la historia de la humanidad y se reveló a un hombre llamado Abraham.
2. Abraham
¿Por qué deberíamos estar interesados en Abraham?
Dios le hizo una promesa a Abraham
Dios hizo una maravillosa promesa a Abraham:
«Te bendeciré… en ti serán benditas todas las familias de la tierra.» (Génesis 12:2, 3)
Observa que la promesa a Abraham es una promesa para nosotros. En Abraham serán bendecidas todas las familias de la tierra.
La razón por la que el Antiguo Testamento se centra en la línea de Abraham no es porque el resto del mundo no importe. Es porque el resto del mundo sí importa, y el plan de Dios es bendecir a todas las familias de la tierra a través de Abraham.
La Biblia nos dice que en sus inicios Abraham «sirvió a otros dioses» (Josué 24:2). Abraham no conocía a Dios, no buscaba a Dios y no obedecía a Dios. Pero Dios se le apareció y le dijo: «Te bendeciré… y en ti serán bendecidas todas las familias de la tierra» (Génesis 12:2, 3).
Dios tomó la iniciativa. Es como si Dios dijera: «Si espero a que estos seres humanos me busquen y me encuentren, nunca vendrán. Los buscaré, los encontraré y los bendeciré».
Eso es lo que la Biblia llama gracia. Dios buscaba a Abraham mucho antes de que Abraham buscara a Dios. Y Dios te buscaba a ti mucho antes de que tú lo buscaras a Él.
Abraham creyó la promesa de Dios
«Y Abram creyó en el SEÑOR, y Él se lo reconoció por justicia.» (Génesis 15:6)
¿Qué creía Abraham? Adelanta la historia bíblica y encontrarás que Jesús dijo: «Tu padre Abraham se alegró de ver mi día. Lo vio y se alegró» (Juan 8:56).
Abraham vivió 2.000 años antes de que naciera Jesús. Pero comprendió que de todos sus descendientes, Dios le daría uno a través del cual se cumpliría la promesa de Dios de bendecir al mundo. Ese descendiente es Jesús, que nació en la línea de Abraham.
Abraham se salvó, como nosotros, al creer en el Señor Jesucristo. No conocía el nombre de Jesús ni los detalles de la cruz, pero la fe de Abraham miraba hacia adelante, hacia lo que Jesús lograría, así como nuestra fe mira hacia atrás, hacia lo que Jesús ha logrado.
Es por creer en el Señor Jesucristo que somos hechos justos con Dios. Siempre ha sido así, incluso antes de que Jesús viniera al mundo.
La promesa de Dios se cumpliría a un costo inimaginable
Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: «¡Abraham!” Y él respondió: «Aquí estoy».
Y Dios dijo: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriá, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te diré.» (Génesis 22:1-2)
Isaac habría sido un hombre joven en esta época. Por lo tanto, olvida cualquier impresión artística que puedas haber visto de un niño que yace indefenso sobre el altar. Isaac llevaba la madera sobre sus hombros (22:6). Era un hombre en la plenitud de su vida, y podría haber dominado fácilmente a Abraham, que era un anciano, si hubiera querido.
Pero Isaac no hizo eso. Estaba dispuesto a dar su vida. Entonces, lo que tenemos aquí es un padre dispuesto a entregar a su hijo, y un hijo que está dispuesto a entregarse a sí mismo. Y son uno en lo que están haciendo para que la bendición venga al mundo.
Pero en el momento crítico, Dios gritó desde el cielo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada» (22:12). Entonces Dios proporcionó el sacrificio:
«Entonces Abraham alzó los ojos y miró, y vio un carnero detrás de él trabado por los cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.» (Génesis 22:13)
El carnero era un sustituto de Isaac. La vida de Isaac se salvó porque el carnero ocupó su lugar en el altar.
Ahora bien, es evidente que la vida del carnero tenía mucho menos valor que la de Isaac, por lo que Dios estaba aceptando un sacrificio menor por el momento y un día habría que hacer un sacrificio mayor.
Abraham debió preguntarse: ¿Qué costará que la bendición de Dios llegue al mundo? ¿Qué sacrificio puede ser mayor que el de mi hijo?
Debemos responder a esta historia de dos maneras: En primer lugar, espero que sientas una especie de golpe por el horror, porque eso es lo que debes sentir. ¿Qué clase de costo inimaginable es éste?
En segundo lugar, espero que te asombres de la realidad a la que apunta esta historia. La historia de un padre dispuesto a entregar a su hijo, y de un hijo dispuesto a dar su vida, nos muestra lo que cuesta que la bendición de Dios llegue a todos los pueblos.
Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a 12 hijos, y toda la familia se trasladó a Egipto, donde encontraron comida en una época de hambruna.
La familia permaneció en Egipto durante 400 años. En ese tiempo, su número creció. Y mientras su número crecía, fueron oprimidos. Y eso nos lleva a la tercera persona que debemos conocer en la historia del Antiguo Testamento: Moisés.
3. Moisés
Lo primero que debes saber de Moisés es que
Dios liberó a Su pueblo a través de Moisés.
Dios dijo,
“Ciertamente he visto la aflicción de Mi pueblo… he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel.” (Éxodo 3:7-8)
Dios ordenó a Moisés que sacara a Su pueblo de Egipto (3:10). Y Moisés se enfrentó al Faraón con la orden de Dios: «Deja ir a mi pueblo» (5:1). El faraón se negó. Pero después de una serie de plagas, finalmente accedió a la demanda de Dios.
Cuando el pueblo de Dios llegó al Mar Rojo, parecía que estaba atrapado.
«Moisés extendió su mano sobre el mar, y el SEÑOR, por medio de un fuerte viento del este que sopló toda la noche, hizo que el mar se retirara, y cambió el mar en tierra seca. Así quedaron divididas las aguas. Los israelitas entraron por en medio del mar, en seco, y las aguas les eran como un muro a su derecha y a su izquierda.» (Éxodo 14:21-22)
Dios le dio a Moisés los Diez Mandamientos
Entonces Dios habló todas estas palabras diciendo:
“Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses delante de Mí.” (Exodus 20:1-3)
Hay dos cosas que hay que tener en cuenta sobre los Diez Mandamientos:
Los mandamientos de Dios reflejan Su carácter
Los Diez Mandamientos son un reflejo directo del carácter de Dios.
Dios dice: «Ustedes son mi pueblo, así que los llamo a una vida que refleje cómo soy yo».
¿Por qué no debes cometer adulterio? Porque Dios es fiel. ¿Por qué no debes robar? Porque se puede confiar en Dios. ¿Por qué no debes mentir? Porque la Palabra de Dios es la verdad.
En estos mandamientos, Dios está diciendo: «Ustedes son mi pueblo. Su vocación es vivir una vida que refleje quién soy yo, y esto es lo que parece una vida piadosa».
Dios da lo que ordena por el poder de Su Espíritu
«Pondré dentro de ustedes Mi espíritu y haré que anden en Mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente Mis ordenanzas.» (Ezequiel 36:27)
Hace años conocí la historia de un hombre que cumplió condena en la cárcel por ser ladrón. Este había sido su estilo de vida hasta que el largo brazo de la ley lo atrapó. Durante su tiempo en prisión, escuchó las buenas noticias de Jesucristo y fue maravillosamente cambiado.
Cuando llegó el momento de su liberación, sabía que se enfrentaría a una gran lucha. La mayoría de sus antiguos amigos eran delincuentes, y sabía que no sería fácil romper los patrones de su antigua forma de vida.
Lo primero que quería hacer cuando saliera de la cárcel era ir a la iglesia, así que el primer domingo por la mañana de su nueva libertad, se coló en una iglesia y se sentó al fondo.
Al mirar al frente, vio las palabras de los Diez Mandamientos inscritas en la pared. Sus ojos se dirigieron inmediatamente a las palabras del mandamiento que parecía condenarlo: «No robarás». Eso es lo último que necesito, pensó para sí mismo. Conozco mi fracaso y sé la batalla que voy a librar.
A medida que leía y releía las palabras, éstas parecían adquirir un nuevo significado que nunca antes había visto. Antes, había leído estas palabras en el tono de un mandato condenatorio: «¡No robarás!».
Pero ahora, parecía que Dios le decía estas mismas palabras como una maravillosa promesa: «¡No robarás!». El hombre se había convertido en una nueva persona, y el Espíritu Santo le daría el poder para superar su antiguo hábito de robar.
No robarás, y la razón por la que no robarás es que «pondré mi Espíritu dentro de ti, y te haré andar en mis estatutos…» (Ezequiel 36:27).
Una nueva vida es posible a través de Jesucristo por el poder de Su Espíritu.
Dios le dio a Moisés los sacrificios
Mientras Moisés recibía los Diez Mandamientos en la cima de la montaña, el pueblo de Dios los rompía al pie de la montaña.
«Entonces el SEÑOR habló a Moisés: “Desciende pronto, porque tu pueblo, que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido.” (Éxodo 32:7)
Luego Dios dijo,
«Enviaré un ángel delante de ti… Sube a una tierra que mana leche y miel. Pues Yo no subiré en medio de ti…» (Éxodo 33:2, 3)
¡Esa fue una gran oferta! «Podrás disfrutar de una vida de prosperidad en una tierra que fluye con leche y miel. Incluso enviaré un ángel para que te guíe. Sólo hay un problema. Yo no iré con vosotros» (Éxodo 33:3).
Y aquí llegamos a un momento maravilloso de la historia bíblica: «Cuando el pueblo escuchó esta palabra desastrosa, se lamentó…» (Éxodo 33:4). Eran el pueblo de Dios, y sabían que si Dios no estaba con ellos, ninguna cantidad de prosperidad podría compensar esa pérdida.
Pero, ¿cómo podía volver la presencia de Dios entre Su pueblo cuando habían quebrantado Sus mandamientos?
Dios dio a Moisés instrucciones detalladas para un centro de adoración móvil llamado tabernáculo. En el centro de esta estructura en forma de tienda estaba el Lugar Santísimo.
Allí se colocaba el Arca de la Alianza. Era un cofre de madera, cubierto por una tapa, y en medio de la tapa estaba lo que Dios llamaba el propiciatorio.
Dios dijo que se reuniría con Su pueblo allí.
«Pondrás el propiciatorio encima del arca, allí me encontraré contigo…» (Éxodo 25:21, 22)
El sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo, y cuando rociaba la sangre de un animal sacrificado en el propiciatorio, la nube de la presencia de Dios bajaba y llenaba el tabernáculo.
Dios estaba mostrando cómo Su presencia regresaría a Su pueblo. Perdemos la presencia de Dios a causa de nuestro pecado. La presencia de Dios regresa debido a un sacrificio.
Tras la muerte de Moisés, Dios llevó a Su pueblo a la Tierra Prometida bajo el liderazgo de Josué, el sucesor de Moisés. Lo que siguió fue un largo período de caos que duró cuatrocientos años.
El pueblo de Dios seguía alejándose de la obediencia a Sus mandatos. Cuando se alejaron de Dios, Él permitió que Sus enemigos prevalecieran sobre ellos. Y cuando se volvieron a Dios y clamaron por ayuda, Dios envió líderes llamados jueces para liberarlos. Pero cuando el juez murió, el pueblo de Dios se alejó de Él de nuevo.
El pueblo de Dios vio que otras naciones tenían un liderazgo más establecido y quisieron tener un rey. El primer rey, cuyo nombre era Saúl, fue una gran decepción. Pero su sucesor fue un hombre llamado David.
4. David
David llegó a ser rey unos mil años antes del nacimiento de Jesús, y reinó durante cuarenta años (2 Samuel 5:4). Durante ese tiempo, el pueblo de Dios disfrutó de una bendición sin precedentes. Con una fuerte defensa, una economía próspera y un liderazgo estable, al pueblo de Dios nunca le había ido tan bien.
Hay que destacar dos cosas de la vida de David y de su hijo Salomón:
Dios le dio a David una promesa
Cuando el pueblo de Dios estaba en el desierto, Su presencia visible había bajado hasta el Arca de la Alianza. Pero durante el reinado del rey Saúl, el arca había sido guardada y olvidada por completo.
David quería que este símbolo de la presencia de Dios estuviera en el centro de la vida nacional, así que llevó el arca a Jerusalén. «Y trajeron el arca del Señor y la pusieron en su lugar, dentro de la tienda que David había levantado para ella» (2 Samuel 6:17).
David quería construir un templo para albergar el arca, pero Dios tenía otros planes. David quería hacer algo impresionante para Dios, pero Dios se estaba preparando para hacer algo espectacular para David y para nosotros.
«Levantaré a tu descendiente después de ti… y estableceré su reino. Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre. Yo seré padre para él y él será hijo para Mí.» (2 Samuel 7:12–14)
David estaba abrumado por el peso y la gloria de estas promesas. Era fácil entender que su hijo construiría un templo, pero ¿cómo podía durar el reinado de un rey para siempre? ¿Y cómo podría un hijo de David ser descrito como el Hijo de Dios?
Recuerda que la historia bíblica trata de cómo la bendición de Dios llegará a todos los pueblos. Dios ya había prometido que Su bendición llegaría a través de un descendiente de Abraham. Ahora, mil años después, Dios reveló que vendría a través de un rey del linaje de David.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, el primer versículo dice,
«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» (Mateo 1:1)
Jesús es Aquel en quien se cumplen las promesas de Dios a Abraham y a David. Él es Aquel en quien todas las familias de la tierra serán bendecidas. Él es el Rey que reinará para siempre. Nació en la línea de David, pero Dios es Su Padre y Él es el Hijo de Dios.
Él es el que construirá una casa para el nombre de Dios. No construyendo un edificio, sino reuniendo a un pueblo de cada tribu y nación que lo ame de corazón.
La presencia de Dios llegó al templo
Cuando David murió, Salomón, su hijo, se puso a cumplir los planes de su padre de construir un templo en Jerusalén.
Fue un proyecto de construcción masivo y Salomón prestó especial atención al Lugar Santísimo – la pequeña habitación en el centro del templo donde Dios dijo que Su presencia descendería.
Cuando el edificio estuvo terminado, el pueblo de Dios se reunió para un servicio de dedicación. Los sacerdotes llevaron el Arca de la Alianza al templo y la pusieron en el Lugar Santísimo (1 Reyes 8:6). Y cuando se retiraron, la nube de la gloriosa presencia de Dios llenó el templo (8:10-11). El signo visible de la presencia de Dios había llegado de nuevo al pueblo de Dios.
Después de la época de David y Salomón, el pueblo de Dios se volvió repetidamente hacia otros dioses, y esto continuó durante un período de cuatrocientos años.
Después de Salomón, el reino se dividió en dos. Diez tribus del norte se declararon independientes del linaje de David. Hubo 19 reyes en el norte, y todos ellos hicieron el mal a los ojos del Señor. Entonces el reino del norte se derrumbó, y Su pueblo se dispersó.
Dos tribus del sur continuaron bajo reyes del linaje de David. La mayoría de estos reyes llevaron al pueblo a adorar a otros dioses. Esta idolatría fue tan ofensiva para Dios que entregó a Su pueblo en manos de sus enemigos.
El rey de Babilonia sitió la ciudad de Jerusalén, y ésta quedó reducida a un montón de escombros. El templo fue destruido, y los que sobrevivieron fueron llevados al exilio en Babilonia.
Pero Dios siempre cumple Sus promesas, e incluso en la hora más oscura, todavía había esperanza para el pueblo de Dios. Después de setenta años, el pueblo de Dios regresó del exilio para reconstruir la ciudad de Jerusalén.
Sus líderes eran un constructor llamado Zorobabel, un maestro de la Biblia llamado Esdras y un brillante estratega llamado Nehemías.
5. Nehemías
Setenta años después de que el pueblo de Dios fuera llevado al exilio, Babilonia cayó ante el creciente imperio de los medos y los persas. El nuevo rey, Ciro, decretó que cualquier exiliado judío que deseara regresar a Jerusalén era libre de hacerlo. Un grupo de unas cincuenta mil personas tuvo la visión de crear una nueva comunidad en la ciudad de Dios.
Su primer líder, Zorobabel, estableció una nueva comunidad en Jerusalén y, bajo su liderazgo, la gente construyó casas y luego reconstruyó el templo. Pero había un problema.
El Lugar Santísimo, en el centro del templo, albergaba el Arca de la Alianza, donde Dios dijo que se reuniría con Su pueblo. Pero cuando Jerusalén quedó reducida a un montón de escombros, el Arca de la Alianza se había perdido. Y a pesar de los esfuerzos de Indiana Jones, ¡nunca se ha encontrado!
Sin el arca, el templo ya no sería el lugar donde la presencia de Dios bajaba entre Su pueblo. Sin el arca, el Lugar Santísimo era sólo una sala vacía. La gente se reunía para adorar, pero la nube de la presencia de Dios nunca descendía. Y en la época de Jesús, el templo que debía ser un lugar de encuentro con Dios se había convertido en una cueva de ladrones (Mateo 21:13).
Después de Zorobabel, Dios levantó a un maestro de la Biblia llamado Esdras. Era «diestro en la Ley de Moisés que el SEÑOR, el Dios de Israel había dado… la mano del SEÑOR su Dios estaba sobre él». (Esdras 7:6).
Algún tiempo después, Dios levantó a un talentoso planificador y organizador llamado Nehemías. Cuando llegó a Jerusalén, vio que la ciudad no tenía defensas, y Dios puso en su corazón reconstruir las murallas.
Cuando los muros fueron reconstruidos, el pueblo se reunió en la plaza pública y pidió a Esdras que sacara el Libro de la Ley.
«Todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que estaba delante de la puerta de las Aguas, y pidieron al escriba Esdras que trajera el libro de la ley de Moisés que el SEÑOR había dado a Israel.» (Nehemías 8:1)
Era una multitud de unas 50,000 personas, y le dijeron a Esdras que trajera el Libro de la ley de Moisés. ¿Cómo hacen una petición cincuenta mil personas? Cantando. Esta multitud tenía mucha hambre de la Palabra de Dios, y comenzaron a gritar: «¡Queremos la Biblia! Trae la Biblia!»
El sacerdote Esdras abrió la Palabra de Dios y fue apoyado por los levitas en su tarea:
«Y leyeron en el libro de la ley de Dios, interpretándolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura.» (Nehemías 8:8)
Leer, explicar y aplicar la Palabra de Dios: esa fue la estrategia de Esdras para edificar al pueblo de Dios.
La historia de este día nos da una imagen de lo que ocurre cuando se abre la Biblia, como lo estamos haciendo hoy.
Cuando la Biblia se abrió, el pueblo de Dios se afligió
Cuando se leyó y explicó la Palabra de Dios, la primera respuesta del pueblo fue llorar.
«Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley.» (Nehemías 8:9)
Cuando la luz de la Palabra de Dios entra en nuestras vidas, empezamos a ver lo lejos que estamos de Él y sentimos nuestra propia necesidad. Así que no te sorprendas si tu primera reacción al abrir la Biblia es sentir tu propia indignidad. La Palabra de Dios te llevará allí, pero nunca te dejará allí.
Cuando la Biblia se abre, el pueblo de Dios se regocija
“…No se entristezcan, porque la alegría del SEÑOR es la fortaleza de ustedes.” (Nehemías 8:10)
Abrir la Biblia produce una gran alegría porque, de principio a fin, la Biblia es una buena noticia. El pueblo de Dios no volvió a casa preocupado por sus pecados y fracasos. Al abrir la Biblia, descubrieron la gracia y la misericordia de Dios, y esto les dio fuerza.
Nótese que Nehemías habla de «la alegría de Yahveh» (8:9). Dios es supremamente feliz en Sí mismo. Y eso es una buena noticia porque no podría haber alegría en la comunión con un dios infeliz.
Si piensas que Dios tiene el ceño fruncido siempre hacia Su pueblo, no te sentirás atraído a buscarlo. Pero cuando sepas que Dios es supremamente feliz en Sí mismo, te sentirás atraído por Él. Y a medida que lo conozcas, la alegría que hay en Dios estará cada vez más en ti.
Cuando la Biblia se abre, el pueblo de Dios tiene esperanza
En la época de Nehemías, el pueblo de Dios se reunía en el templo. Cantaban canciones de alabanza, ofrecían oraciones, regalos y sacrificios. Pero la nube de la presencia de Dios nunca bajaba.
La gente que amaba a Dios anhelaba Su presencia. Así que Dios envió profetas que prometieron que un día Dios vendría a Su templo.
“Yo envío a Mi mensajero, y él preparará el camino delante de Mí. Y vendrá de repente a Su templo el Señor a quien ustedes buscan.” (Malaquías 3:1)
Esa profecía se cumplió cuando nació Jesucristo.
Jesús habló de Su propio cuerpo como un templo (Juan 2:19-20). Dijo que este templo (Su cuerpo) sería destruido y resucitado en 3 días. Y al referirse a Su propio cuerpo como el templo, Jesús estaba diciendo que Él es el lugar donde podemos encontrarnos con Dios.
En el Antiguo Testamento, el templo era el lugar de encuentro con Dios. Pero en el Nuevo Testamento, el lugar de encuentro con Dios es una persona, Jesucristo.
El Antiguo Testamento explica por qué lo necesitamos. El Nuevo Testamento nos cuenta lo que sucedió cuando Él vino.
13 Aquel mismo día dos de los discípulos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. 14 Conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. 15 Y mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. 16 Pero sus ojos estaban velados para que no lo reconocieran.
17 Y Él les dijo: «¿Qué discusiones son estas que tienen entre ustedes mientras van andando?». Y ellos se detuvieron, con semblante triste. 18 Uno de ellos, llamado Cleofas, le dijo: «¿Eres Tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días?». 19 «¿Qué cosas?», les preguntó Jesús. Y ellos le dijeron: «Las referentes a Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; 20 y cómo los principales sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron a sentencia de muerte y lo crucificaron. 21 Pero nosotros esperábamos que Él era el que iba a redimir a Israel. Además de todo esto, este es el tercer día desde que estas cosas acontecieron. 22 Y también algunas mujeres de entre nosotros nos asombraron; pues cuando fueron de madrugada al sepulcro, 23 y al no hallar Su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto una aparición de ángeles que decían que Él vivía. 24 Algunos de los que estaban con nosotros fueron al sepulcro, y lo hallaron tal como también las mujeres habían dicho; pero a Él no lo vieron».
25 Entonces Jesús les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en Su gloria?».
27 Comenzando por Moisés y continuando con[ todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras. 28 Se acercaron a la aldea adonde iban, y Él hizo como que iba más lejos. 29 Y ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. 30 Al sentarse a la mesa con ellos, Jesús tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. 31 Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron; pero Él desapareció de la presencia de ellos. 32 Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?».
33 Levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos, 34 que decían: «Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón».
35 Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
(NBLA)
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