El gran propósito de Dios es mostrar Su gloria reconciliando a las personas con Él y entre ellas. La iglesia es el centro de este propósito. Cuando creemos en Cristo, pasamos a formar parte de Su iglesia, que comprende a todos los creyentes en todo tiempo y lugar. Y el propósito de Dios se cumple cuando le adoramos y servimos en una congregación local. Cristo ama a la iglesia, y si somos Sus amigos, también la amaremos.
¿Qué es lo primero que te viene a la mente cuando oyes la palabra iglesia? ¿Las vidrieras? ¿Música de órgano? ¿Las túnicas? ¿Velas? ¿Recibir dinero?
Hablo a menudo con personas que se sienten atraídas por Jesucristo, pero que no tienen mucha idea de la iglesia. Vivimos en una sociedad muy individualista, y no siempre es fácil ver dónde encaja la iglesia. ¿Cuál es el objetivo de la iglesia?
Algunas personas dicen que la iglesia existe para el culto, pero que se puede adorar solo o con unos pocos amigos. Otros dicen que la iglesia existe para evangelizar. Pero el evangelismo fluye de las relaciones, así que si das testimonio de Cristo donde Él te ha puesto, ¿para qué necesitas la iglesia? Otros creen que necesitamos la iglesia para el compañerismo. Pero si tienes relaciones profundas con un pequeño grupo de amigos, encontrarás un nivel de compañerismo personal que probablemente no encontrarás en una congregación más grande. Entonces, ¿por qué necesitamos la iglesia?
El problema es más profundo que la cuestión de la relevancia. Algunas personas dicen que su fe ha sido herida por la iglesia; un pastor o sacerdote les falló, una congregación se dividió, o alguien les ofendió, y desde entonces ha sido una barrera.
Es importante afrontar estas cuestiones con honestidad, el Nuevo Testamento lo hace. Los apóstoles nunca sugirieron que las primeras iglesias fueran pequeñas colonias del cielo en la tierra. Las cartas del Nuevo Testamento hablan de problemas de mala conducta sexual, disputas legales, errores doctrinales, división por personalidades, afirmaciones exageradas sobre experiencias espirituales, egoísmo, falta de compasión, legalismo, autoritarismo, orgullo, líderes manipuladores, abusos de poder y malversación de fondos. La lista es deprimente, pero la honestidad es refrescante.
Las iglesias son comunidades de pecadores en proceso de restauración, pero no todos los que dicen que Jesús es su Señor entrarán en el reino de los cielos. En el último día, algunos predicadores, líderes del ministerio y miembros de la iglesia se encontrarán fuera del reino de Dios. Cristo les dirá: «Jamás los conocí» (Mateo 7:23).
El propósito eterno de Dios
Junto a la rigurosa honestidad que confiesa y aborda los pecados de la iglesia, las Escrituras nos dan una visión de la iglesia que necesitamos recuperar desesperadamente. El propósito de Dios es «la infinita sabiduría de Dios puede ser dada a conocer ahora por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Efesios 3:10).
El propósito de Dios siempre ha sido mostrar Su sabiduría a una vasta audiencia en el cielo, y la forma en que lo hace es a través de la iglesia.
Dios está atrayendo a personas de todas las naciones del mundo hacia Jesús, y reuniéndolas en una nueva comunidad —la iglesia— que cruza las barreras de la raza, la lengua y la cultura. En la nueva comunidad de Dios, «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).
Piensa en ello. Judíos y árabes, negros y blancos, jóvenes y viejos, ricos y pobres, todos reunidos en una nueva comunidad. El mundo sueña con esto. En Cristo, tenemos una profunda unidad entre nosotros que trasciende todo lo que nos hace diferentes.
Concretemos. Un profesor cristiano de astrofísica tiene más en común con un creyente analfabeto que con un compañero académico que no conoce al Señor. Un multimillonario que conoce a Cristo tiene más en común con el creyente más pobre que con los amigos del club náutico que no saben nada de Cristo. Una mujer cristiana refinada que disfruta de la música clásica tiene más en común con un rapero de la escuela secundaria que ama a Jesús que con sus amigos de la sinfónica que nunca han visto su necesidad de un Salvador.
Las distinciones de educación, ingresos y cultura existen sólo por un tiempo. Pero la unidad del pueblo de Dios es eterna, y los ángeles se quedan boquiabiertos cuando ven la sabiduría de Dios en la iglesia (Efesios 3:10).
¿Qué es la iglesia?
¿Qué es exactamente la iglesia? Si tres cristianos se reúnen en una parada de autobús cada mañana, ¿son una iglesia? ¿Y si hablan de la Biblia en Starbucks? ¿Es su grupo pequeño una iglesia? ¿Es una familia cristiana una iglesia? Y si no, ¿por qué no?
Un número creciente de cristianos tiene la idea de que «iglesia» es simplemente el plural de «cristiano», y que cualquier grupo de cristianos que se reúna en cualquier momento o lugar es una iglesia. ¿Están en lo cierto?
¿Qué quiso decir Jesús cuando habló de la iglesia? Jesús usó la palabra «iglesia» dos veces y lo que dijo define la iglesia para nosotros. La primera vez fue cuando Pedro confesó que Jesús es el Cristo. Jesús le dijo: «Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mateo 16:18).
Cristo no habla aquí de una iglesia local o de una denominación, sino de todos los creyentes en todo tiempo y lugar. Hay una sola iglesia, compuesta por todos los creyentes, y Cristo la construye.
Las «puertas del infierno no prevalecerán contra» esta iglesia (16:18). Eso no se puede decir de ninguna iglesia local o denominación. En todo el mundo hay historias tristes de iglesias y denominaciones que han perdido el rumbo y han cerrado, pero la iglesia que Cristo está construyendo está viva y bien. Abarca a todos los creyentes en todo momento y en todo lugar.
La segunda vez que Jesús habló de la iglesia, dijo: «Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas… Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más… Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia» (Mateo 18:15-17).
La palabra «iglesia» tiene aquí claramente un significado diferente. No puede significar: «Díselo a todos los creyentes de todos los tiempos y lugares». Nadie podría hacer eso. Jesús estaba claramente hablando aquí de una congregación local de creyentes.
Entonces, nuestro Señor usó la palabra iglesia de dos maneras: Primero, para describir a todos los creyentes en todo tiempo y lugar; segundo, para describir una congregación local de creyentes.
La iglesia no es un grupo auto-seleccionado de personas. Nunca somos sólo tú, yo y unos pocos amigos los que elegimos. Cristo construye Su iglesia a medida que lleva a las personas a la fe en Él y las reúne en congregaciones locales.
Cenicienta irá al baile
Hay una gran diferencia entre lo que la iglesia es ahora y lo que la iglesia será un día: «Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada» (Efesios 5:25-27).
Había una vez una niña que tenía una madrastra malvada y dos hermanas feas. La obligaban a trabajar en la cocina y se sentaba con sus ropas harapientas entre las cenizas, por lo que la llamaban Cenicienta.
Un día el rey invitó a todas las doncellas del país a un gran baile en su palacio. Quería que su hijo, el príncipe, se enamorara y se casara. Las hermanas feas fueron llevadas al baile, pero Cenicienta no tenía vestido que ponerse y se quedó en casa.
Entonces el hada madrina la tocó con la varita y los trapos de Cenicienta se convirtieron en un hermoso vestido, pero sólo hasta la medianoche.
Cuando Cenicienta llegó al baile, cautivó el corazón del príncipe y bailaron hasta la medianoche, cuando ella tuvo que marcharse. Pero mientras Cenicienta salía corriendo del salón de baile, uno de sus zapatos de cristal se cayó.
El príncipe estaba decidido a encontrar a la mujer que amaba. Ordenó que la zapatilla se probara en los pies de todas las doncellas del país y que se trajera a palacio a aquella a la que perteneciera.
Imagina a Cenicienta sentada en su casa. Está vestida con harapos, despreciada por las hermanas feas y oprimida por la malvada madrastra, pero su destino es una vida de amor y alegría en el palacio.
Es una imagen maravillosa de la iglesia. A veces parece un poco desaliñada, hay algunos hermanos y hermanas bastante feos que la desprecian y la consideran de poco valor. Hay partes del mundo donde una madrastra malvada la persigue y la encarcela. Pero Cristo ama a la iglesia, y la llevará a casa.
Cuando Cristo presente la iglesia a sí mismo, no estaremos en trapos y harapos. La iglesia será «sin mancha ni arruga ni nada parecido… santa y sin mancha» (Efesios 5:27). La iglesia será radiante, será gloriosa y compartirá el gozo de Cristo para siempre.
Recuerda siempre que la iglesia es la novia que Cristo se presentará a sí mismo. Las escuelas cristianas, los seminarios, los ministerios de radio, las sociedades misioneras y las organizaciones de evangelización son como las damas de honor que ayudan a la novia a prepararse para el novio. La novia necesita a sus damas de honor, pero es un gran error hacer más a las damas de honor que a la novia.
Al final de la Biblia, el apóstol Juan oye la voz de una gran multitud que grita desde el cielo: «¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y Su esposa se ha preparado… Bienaventurados los que están invitados a la cena de las Bodas del Cordero» (Apocalipsis 19:6-9).
Esto es lo que descubrimos hoy:
La iglesia es una obra en curso. Todavía no es todo lo que Dios la llama a ser, y todavía no es lo que un día será, pero la iglesia es la novia de Cristo. Él dio Su vida por ella, y ella es el centro del propósito de Dios.
El Catecismo de Heidelberg responde a la pregunta: «¿Qué crees sobre la iglesia?» con estas palabras: «Creo que el Hijo de Dios, por medio de su Espíritu y su Palabra, de todo el género humano, desde el principio del mundo hasta su fin, reúne, protege y conserva para sí una comunidad elegida para la vida eterna y unida en la verdadera fe. Y de esta comunidad soy y seré siempre un miembro vivo». No puedo imaginar un privilegio mayor que ese.
1 Por esta causa yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús por amor de ustedes los gentiles 2 si en verdad han oído de la dispensación de la gracia de Dios que me fue dada para ustedes; 3 que por revelación me fue dado a conocer el misterio, tal como antes les escribí brevemente.
4 En vista de lo cual, leyendo, podrán entender mi comprensión del misterio de Cristo, 5 que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu; 6 a saber, que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, participando igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio.
7 Es de este evangelio que fui hecho ministro, conforme al don de la gracia de Dios que se me ha concedido según la eficacia de Su poder. 8 A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, se me concedió esta gracia: anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo, 9 y sacar a la luz cuál es la dispensación del misterio que por los siglos ha estado oculto en Dios, creador de todas las cosas.
10 De este modo, la infinita sabiduría de Dios puede ser dada a conocer ahora por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, 11 conforme al propósito eterno que llevó a cabo en Cristo Jesús nuestro Señor, 12 en quien tenemos libertad y acceso a Dios con confianza por medio de la fe en Él. 13 Ruego, por tanto, que no desmayen a causa de mis tribulaciones por ustedes, porque son su gloria.
14 Por esta causa, pues, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. 16 Le ruego que Él les conceda a ustedes, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder por Su Espíritu en el hombre interior;
17 de manera que Cristo habite por la fe en sus corazones. También ruego que arraigados y cimentados en amor, 18 ustedes sean capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, 19 y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, 21 a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.
(NBLA)
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