Jesús ha completado una obra para nosotros en el pasado, tiene una obra continua para nosotros en el presente, y una obra venidera para nosotros en el futuro. La obra que Jesús ha completado es que ha puesto Su vida como sacrificio por nuestros pecados. Lo hizo «una vez por todas» (Hebreos 7:27). La obra venidera de Jesús gira en torno a Su glorioso regreso. En esta sesión exploraremos la obra continua de Jesús.
La maternidad implica tanto un acontecimiento inicial y doloroso en el que una mujer da a luz a un niño como un proceso continuo en el que cuida de él.
Si eres madre, sabes lo que es esto. Te tumbas agotada después de las horas de parto que has soportado y, en pocos minutos, la enfermera te pone en los brazos un pequeño bulto de vida y te dice: «¡Este pequeño necesita ser alimentado!».
Al trabajo de dar a luz le sigue el trabajo continuo de cuidar y satisfacer las necesidades del niño. El trabajo de una madre nunca termina.
El ministerio de Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, también implica tanto un acto completado como un trabajo continuo. El acto completado fue el doloroso evento en el que se ofreció a sí mismo como sacrificio por nuestros pecados cuando sufrió y murió en la cruz. La obra continua es el ministerio en el que Él aplica a nosotros lo que ha logrado en la cruz y suministra todo lo que necesitamos para llevarnos con seguridad al cielo. La obra continua es el ministerio de Cristo de cuidar, proteger y nutrir que la Biblia llama Su intercesión.
Muchos sacerdotes, muchos sacrificios
Había muchos sacerdotes en el Antiguo Testamento: «Los sacerdotes anteriores eran más numerosos porque la muerte les impedía continuar» (Hebreos 7:23).
Cuando Aarón estaba a punto de morir, subió al monte de Hor con su hermano Moisés y su hijo Eleazar. Moisés quitó las ropas de Aarón y se las puso a su hijo, indicando que Eleazar asumiría el papel de sumo sacerdote (Números 20:22-29).
A lo largo del Antiguo Testamento, hubo un sumo sacerdote tras otro, todos servían durante un tiempo, pero la muerte les impedía continuar en el cargo. Tarde o temprano, todos tenían que quitarse las vestiduras.
También había muchos sacrificios en el Antiguo Testamento. Hebreos nos dice que los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían que «ofrecer sacrificios cada día», primero por sus propios pecados y luego por los de los demás (7:27). Cada vez que se cometía un nuevo pecado, tenía que haber un nuevo sacrificio. Por lo tanto, el trabajo del sacerdote nunca terminaba.
Este punto fue ilustrado por el diseño del tabernáculo donde los sacerdotes ejercían su ministerio. En la primera habitación había una lámpara, una mesa y pan (Hebreos 9:2). Observa lo que falta: esta habitación estaba muy bien iluminada, había una mesa y algo de pan, pero ninguna silla. Los sacerdotes nunca podían sentarse porque su trabajo nunca terminaba. Siempre había otro pecado que tratar, otro sacrificio que ofrecer.
Esa fue la historia durante todo el Antiguo Testamento: muchos sacerdotes y muchos sacrificios. El pecado era un problema que nunca se resolvía, y hacer sacrificios era un trabajo que nunca terminaba.
Un Sacerdote, un sacrificio
Pero ahora Dios nos ha dado un Sumo Sacerdote que vive para siempre. Jesús «conserva Su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre» (Hebreos 7:24). Jesús pasó por la muerte y triunfó sobre ella, vive con el poder de una vida sin fin. Nunca habrá un momento en el que las vestiduras de sumo sacerdote le sean quitadas a Jesús. Él es nuestro Sumo Sacerdote para siempre.
Jesús es diferente a cualquier otro sacerdote: «que no necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo. Porque esto Jesús lo hizo una vez para siempre, cuando Él mismo se ofreció» (7:27).
A diferencia de los sacerdotes del Antiguo Testamento, cuyo trabajo nunca se terminaba, Jesús se ofreció a sí mismo una vez por todas en la cruz, y cuando ascendió al cielo, se sentó. «Tenemos tal Sumo Sacerdote, que se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos» (8:1).
Jesús está sentado porque Su obra de ofrecerse a sí mismo como sacrificio por el pecado está terminada: «Consumado es» (Juan 19:30). Él hizo la expiación de nuestros pecados para que no sea necesario ningún otro sacrificio.
Piensa que tus pecados son como grandes piedras que llevas en una bolsa a la espalda. En el Antiguo Testamento, cada vez que sentías el peso de una roca en tu bolsa, ibas al sacerdote, quien ofrecía un sacrificio por ese pecado en particular. Cada vez que cometías otro pecado, tenías que volver al sacerdote, y necesitabas otro sacrificio.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento sacaban piedras de la bolsa. Jesús te quita la bolsa de la espalda. Él se ocupa de todos tus pecados separándolos de ti, Él llevó nuestros pecados en la cruz y los cargó por nosotros (1 Pedro 2:24).
La Biblia nos dice que si pretendemos estar sin pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos (1 Juan 1:8). Tu bolsa nunca está libre de piedras, y Dios te llama a lidiar con el pecado en tu vida, pero tu salvación no depende de que vacíes la bolsa. Depende de que Cristo quite la bolsa de tu espalda.
Los cristianos a veces vivimos como si todavía estuviéramos en la época del Antiguo Testamento, cuando pecamos, nos sentimos como si estuviéramos condenados. Pero Jesús se ha ocupado de nuestros pecados —pasados, presentes y futuros— clavándolos en la cruz (Colosenses 2:14).
La razón por la que no hay condenación para ti en Cristo Jesús no es que no haya piedras en tu bolsa, sino que la bolsa misma ha sido levantada de tu espalda. Jesús te la quitó, Él se ocupó de ella completa y de forma final en la cruz.
Jesús vive para salvarte
¿Cómo completarías esta frase? Jesús puede salvar a los que se acercan a Dios por medio de Él, porque ____________________?
Si dijeras: «Porque murió en la cruz por nuestros pecados», estarías en lo cierto, pero Hebreos dice algo más. Jesús «es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos» (Hebreos 7:25).
La intercesión es el ministerio continuo de Jesús, lo que Jesús está haciendo ahora es salvar a los que se acercan a Dios por medio de Él. Él está haciendo todo lo necesario para llevarlos a través de cualquier cosa que enfrenten hasta que lleguen a salvo a Su presencia en el cielo.
Supongamos que después de que Jesús muriera en la cruz y resucitara de entre los muertos, se retirara al cielo y se limitara a observar cómo nos iba a ir. Si sólo hubiera abierto un camino de salvación, y luego nos dejara a nosotros seguirlo, ¿cuántas personas llegarían al cielo? Ninguna. La salvación seguiría siendo una posibilidad teórica, y nadie se salvaría realmente.
Pero Jesús vive para interceder por nosotros, y cuando te acercas a Dios a través de la fe en Él, Jesús te otorgará todo lo que compró a través del derramamiento de Su sangre en la cruz. El perdón, la justificación, la reconciliación con Dios, la adopción en Su familia, un nuevo corazón, el don de Su Espíritu Santo: cada bendición que disfrutas y cada don de gracia que recibes viene a través del ministerio de intercesión del Señor Jesucristo.
Jesús siempre vive para interceder por nosotros. ¡Él nunca se toma un día libre! Nunca se distrae con otra cosa. El ministerio continuo de Jesús es suplir todo lo que necesitamos, y asegurarse de que todos Sus hijos sean llevados a salvo a casa. Jesús murió para salvarte, vive para guardarte, y nunca te dejará ir.
Lo que hace posible la vida cristiana
A lo largo de tu vida cristiana, te enfrentarás a todo tipo de pruebas, desafíos, tentaciones, penas y conflictos. ¿Cómo sobrevivirá tu fe? Cristo siempre vive para interceder por ti, Él lleva tus necesidades al Padre, para que todo lo que necesites sea suplido.
Hay una hermosa ilustración de esto en los Evangelios. Jesús sabía que Pedro se vería sometido a una gran presión y le dijo: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces» (Mateo 26:34).
Pedro se sentía seguro de estar a la altura del desafío de seguir a Jesús, pero Jesús sabía que Pedro fallaría. Le dijo a Pedro: «Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle» (Lucas 22:31-32).
Pedro falló a lo grande cuando negó a Jesús, y ese podría haber sido el final de su historia, pero Jesús oró para que su fe no decayera, y las oraciones de Jesús fueron respondidas cuando Pedro fue restaurado.
Lo que Jesús hizo por Pedro es una maravillosa imagen de lo que sigue haciendo por nosotros: Cristo intercede por ti. Esto no significa que Jesús esté de rodillas en el cielo agonizando en oración como lo hizo en el Jardín de Getsemaní. No, Él está sentado a la diestra del Padre, y lo que Él pide, el Padre lo da.
La intercesión de Jesús es lo que hace posible la vida cristiana. Cristo habla con autoridad en la presencia del Padre, y Su palabra libera los recursos del cielo para las presiones y tentaciones a las que te enfrentas hoy. Cristo da la fuerza para igualar las cargas particulares que llevas en cualquier estación o circunstancia de tu vida. Cuando Él duplica tu carga, también puede duplicar tu fuerza.
La ayuda que recibes cuando oras
Saber que Jesús intercede por ti te dará un nuevo incentivo para orar. Cuando sentimos que nuestras oraciones son débiles y que nuestra fe es débil, podemos preferir que un pastor o un sacerdote rece por nosotros que orar nosotros mismos. Pero lo que se nos dice aquí es que ya tenemos un sacerdote que ora por nosotros.
Jesús es tu gran Sumo Sacerdote y Él intercede por ti. Él está en la brecha entre tú y el Padre, y lleva tus peticiones al Padre en tu nombre. Así que, cuando hagas un intento atropellado de oración, recuerda que Jesús lleva tu oración ante el Padre.
Jesús dijo: «Si piden algo al Padre en Mi nombre, Él se lo dará» (Juan 16:23). Pedir en el nombre de Cristo significa pedir según Su voluntad. La promesa es que cada vez que oras algo que se alinea con la voluntad de Jesús, Él presenta tu petición al Padre. Con Cristo como intercesor, nada de lo que pidas en Su nombre te será negado, porque nada de lo que Él pida al Padre le será negado.
Esto es lo que descubrimos hoy:
Jesucristo ha completado la obra de ofrecerse a sí mismo como sacrificio por nuestros pecados, ahora se dedica a su obra continua por nosotros en el cielo. Nos salva, aplicando lo que logró en la cruz, intercede por nosotros, liberando todo lo que necesitamos para la vida cristiana y presenta nuestras oraciones al Padre, dándonos la confianza de que nuestras oraciones serán escuchadas y respondidas.
23 Los sacerdotes anteriores eran más numerosos porque la muerte les impedía continuar, 24 pero Jesús conserva Su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre. 25 Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos.
26 Porque convenía que tuviéramos tal Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, y exaltado más allá de los cielos, 27 que no necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo. Porque esto Jesús lo hizo una vez para siempre, cuando Él mismo se ofreció. 28 Porque la ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles, pero la palabra del juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo, hecho perfecto para siempre.
(NBLA)
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