Descripción:
¿Qué significa, en el Padre Nuestro, cuando oramos “Venga Tu reino”? El Pastor Colin habla sobre el reino de Dios.
Transcripción
Ahora llegamos a la segunda petición del Padre Nuestro: Venga Tu reino.
Jesús habla de un reino, y eso significa que hay un Rey grande y glorioso.
Dios es un Rey grande y glorioso.
Hoy en día, la mayoría de los reyes y reinas tienen un papel más bien simbólico o ceremonial. Pero en los tiempos bíblicos, todo el poder y toda la autoridad estaban en manos del rey. La cuestión en tiempos bíblicos era cuáles eran los límites del reino de dicho rey.
Más allá de su reino, por supuesto, habría otros reyes y reinarían en sus reinos, pero dentro de su propio reino, un rey reina de forma suprema.
La Biblia nos confronta con esta maravillosa verdad de que Dios es el Rey grande y glorioso, no sólo sobre unas pocas personas, sino sobre el mundo entero. Leemos en el Salmo 47: “Canten alabanzas a Dios, canten alabanzas; canten alabanzas a nuestro Rey. ¿Por qué? Porque Dios es Rey sobre toda la tierra.
No hay rincón de la tierra que no esté bajo el control soberano de Dios, ni reino vecino sobre el que no gobierne. Por supuesto que hay otros poderes, hay otras autoridades, hay otros reyes, hay otros dioses que no reconocen al Señor, pero Él es soberano incluso sobre ellos.
Porque el Señor es un Dios grande, leemos en el Salmo 95, y un gran Rey por encima de todos los demás dioses. Nadie está fuera de Su dominio ni de Su influencia. Y Dios no sólo es el gran Rey, sino que es un Rey glorioso.
Por eso su pueblo anhela el día en que Le verá. “Alcen, oh puertas, sus cabezas, Álcenlas, puertas eternas, para que entre el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? El Señor de los ejércitos, Él es el Rey de gloria” (Salmo 24).
Así pues, Dios se nos presenta en las Escrituras como el Rey grande y glorioso. Y luego aprendemos esto: que Dios establecerá un reino grande y glorioso.
Dios gobierna sobre toda la tierra, pero es evidente que este mundo en el que vivimos no reconoce a su rey ni su gobierno. Y eso, entonces plantea la pregunta: ¿dónde se establecerá entonces el reino de Dios?
Recuerda cuando Poncio Pilato preguntó en una ocasión a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús dio una respuesta muy clara a la pregunta de dónde se establecería el reino. Jesús respondió: «Mi reino no es de este mundo. Si Mi reino fuera de este mundo, entonces Mis servidores pelearían para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí».
Ahora fíjate en que Jesús lo repite dos veces, es muy claro y llama la atención. Fíjate en que no dice: «Mi reino no está en este mundo». No dice eso. El dice: «Mi reino no es de este mundo» y «Mi reino no es de aquí».
Así que enseguida vemos este tema del reino que no es fácil de comprender. Está en este mundo, pero no es de este mundo. Entonces,
¿Qué significa para nosotros orar como Jesús nos enseña a orar: Venga Tu reino?
Vamos a revisar tres cosas. 1) Vamos a ver el comienzo del reino de Dios, 2) el crecimiento del reino de Dios y 3) veremos la venida del reino de Dios.
1. El principio del reino de Dios.
Una noche, un hombre muy brillante se acercó a Jesús. Le intrigaba lo que veía en Jesús y quería saber más. Se llamaba Nicodemo.
Jesús le dijo: «En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios».
Piénsalo bien. Este hombre era religioso, cumplía la ley de Dios. Él consideraba que su vida estaba bajo el dominio de Dios, conocía la promesa de Dios de establecer el reino, y habría estado muy seguro de su propio lugar en él.
Pero Jesús le dice a este hombre: “si no naces de nuevo, no podrás ver el reino de Dios”. Cualquier debate sobre el reino de Dios debe comenzar aquí.
¿Ves lo que Jesús le dice a Nicodemo? Puedes hablar todo lo que quieras del Reino, pero a menos que vuelvas a nacer, no lo podrás ni siquiera ver.
Nacer de nuevo. Estamos hablando de una reestructuración fundamental de la vida interior de una persona. Verás, por naturaleza, todos buscamos nuestro propio reino. Queremos vivir bajo nuestro propio dominio.
Y Jesús está diciendo que a menos que haya una reestructuración fundamental de tu vida interior, de tus afectos más profundos y de tus deseos más profundos, a menos que eso ocurra en ti, no verás el reino de Dios.
Ahora bien, está claro que reestructurar la vida interior de una persona es algo que sólo Dios puede hacer.
Sólo el Creador puede llevar a cabo una nueva creación. Y la Biblia habla de cómo lo hace Dios. Habla de cómo el Padre nos ha librado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo amado, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados.
Lo que se nos está diciendo aquí es que Dios mismo rompe el poder de resistencia que tenemos hacia Él, que está en nosotros por naturaleza. Y es Él quien, rompiendo ese poder, nos introduce, nos traslada al reino de su amado Hijo Jesucristo, en quien encontramos la redención y el perdón de los pecados.
Ahora viene la pregunta obvia, ¿cómo ocurre eso entonces? ¿Cómo puedo nacer de nuevo? Eso fue lo que preguntó Nicodemo cuando Jesús se lo dijo.
Por supuesto, ¿cómo es eso posible? ¿Cómo puedo ser transferido desde el reino de las tinieblas, desde la experiencia de la atracción de mi propio corazón, lejos de las cosas de Dios y lejos de sus caminos? ¿Cómo puedo ser transferido fuera de eso y al reino de Su amado Hijo?
Pues bien, escucha estas palabras de Jesús, porque nos lo dice muy claramente. «Dejen que los niños vengan a Mí, y no se lo impidan, porque de los que son como estos es el reino de Dios. En verdad les digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
¿Ves lo que está diciendo? El reino pertenece a los que vienen a Jesús.
Si quieres ver el Reino de Dios, si quieres estar en Él, si quieres pertenecer a Él, debes nacer de nuevo. Debes ser liberado del reino de las tinieblas. Eso es algo que sólo Dios mismo puede hacer por ti, pero ocurre y lo hará cuando vengas a Jesús.
J.I. Packer dice: “El reino de Dios no es un lugar, sino una relación y existe allí donde los hombres y las mujeres ponen a Jesús en el trono de sus corazones y como dueño de sus vidas”.
Por eso, si vienes a Jesús, si pones a Jesús como dueño de tu vida, pertenecerás al reino y el reino de Dios te pertenecerá a ti.
Entonces, ¿dónde comienza el Reino? Empieza en nosotros. Y el libro del Apocalipsis lo dice muy, muy claramente. Apocalipsis 1: 5 y 6: «Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con Su sangre, e hizo de nosotros un reino».
Ha hecho de nosotros un reino. Eso es lo que Dios ha hecho mediante el nuevo nacimiento y trasladándonos de las tinieblas a Su luz maravillosa.
A Él, pues, sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén.
Así que cuando oramos, venga Tu reino, lo primero que pedimos realmente a Dios es esto, que nuestras vidas se sometan más clara, evidente y plenamente a Su reino y a Su gobierno.
Señor, derriba los ídolos de este corazón. Reina en mí.
Eso es lo primero que pedimos a Dios, cuando oramos, venga Tu reino. Ahí es donde comienza, comienza en nosotros, en todos los que vienen a Jesús.
2. El crecimiento del reino de Dios.
Sabemos que el reino de Dios no es de este mundo. Lo vimos claramente
en la declaración de Jesús, pero ¿qué aspecto tiene en este mundo?
Pues bien, Jesús habló de cómo es este mundo clara y repetidamente en las parábolas. Permíteme darte un ejemplo en el capítulo 4 de Marcos. Jesús dijo: “¿A qué compararemos el reino de Dios, o con qué parábola lo describiremos?” Y ésta es la analogía que elige.
“Es como un grano de mostaza, el cual, cuando se siembra en la tierra, aunque es más pequeño que todas las semillas que hay en la tierra, después de sembrado, crece y llega a ser más grande que todas las hortalizas y echa grandes ramas, tanto que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra”.
¿Ves lo que dice Jesús? ¿Cómo es el reino de Dios? ¿Qué aspecto tiene en este mundo?
Pues bien, en este mundo se ve como la más diminuta de las semillas.
Mira, aquí hay un puñado de discípulos. El reino está en ellos. ¿Qué puede hacer un puñado de discípulos en un mundo tan grande como éste?
Pues bien, Jesús dice: sí, el reino en su comienzo, es como una semilla diminuta, pero es una semilla viva. Y porque es una semilla viva, aunque sea pequeña, crecerá. Y esta diminuta semilla llegará a ser más grande que todas las plantas del jardín.
Por eso Jesús les dice a los discípulos: ahora el reino tiene este pequeñísimo comienzo en sus corazones. Miramos a nuestro alrededor, a otros creyentes y no parece que seamos gran cosa. Pero aquí está la promesa, lo que Dios está haciendo en ustedes se extenderá a través de ustedes a las vidas de los demás. Esta semilla crecerá.
Ahora bien, todos sabemos que sólo Dios puede hacer crecer las cosas. Y por eso hacemos esta oración: Padre, venga Tu reino. Nosotros no podemos hacerlo realidad, sólo Tú puedes hacer crecer esta semilla viva.
Podemos plantar la semilla de la verdad de Dios y podemos regarla con nuestras oraciones. Pero sólo Dios hace crecer las cosas. Padre, venga Tu reino.
Ahora, ¿ves entonces que cuando hacemos esta oración, es aquí donde oramos por nuestros seres queridos que aún no conocen a Jesús? Aquí es donde llevamos todas nuestras oraciones por el avance del evangelio en el mundo y en las naciones.
Por tanto, éste es el lugar para plantear esta pregunta. ¿Por qué querría una persona formar parte de este reino? ¿Por qué querrías formar parte de él?
Pues bien, en el centro mismo de la historia bíblica, Dios, nuestro gran y glorioso Rey, viene al mundo en la persona de Su Hijo, Jesucristo. Y cuando el Rey vino al mundo, nos dio una maravillosa muestra de cómo será la vida bajo Su gobierno.
Calmó la tormenta y alimentó a los hambrientos. Piensa en lo que eso significa. No más catástrofes naturales cuando venga el rey, no más hambre cuando venga Su reino.
Sanó a los enfermos, no más enfermedades cuando venga Su reino. Resucitó a los muertos, no más muerte cuando venga Su reino.
Pero ya conoces la historia en los Evangelios. Cuando el Hijo de Dios vino y nos dio una muestra de cómo será la vida bajo Su reinado, nuestra respuesta fue: “no queremos que este hombre reine sobre nosotros”. Y lo crucificamos, lo sacamos de nuestro mundo. Aquí no hay lugar para ti, y menos para Tu pretensión única de gobierno soberano. Así que lo clavamos en una cruz.
Pero al tercer día resucitó de entre los muertos, ascendió a la diestra del Padre que está en los cielos, y allí reina hoy y espera el día en que Su reino, en toda su gloria, se establezca en la tierra.
Y hemos de decir entre las naciones: el Señor reina. El Señor Jesucristo resucitado es Rey de reyes y Señor de señores. Volverá con poder y gloria y cuando lo haga, se experimentará la bendición de Su reino.
Así es como lo describe Miqueas en el Antiguo Testamento. Así será la vida cuando el Rey venga en toda Su gloria.
“Entonces forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. Cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera, y no habrá quien los atemorice” (Miqueas 4:3).
¿Te parece este el tipo de reino del que te gustaría formar parte?
Venga Tu reino. Señor, que Tu reinado se vea más claro, más evidente en este corazón y en nuestras vidas. Señor, que Tu reinado se extienda a los corazones de millones de personas en toda la extensión, toda la altura y toda la anchura de este mundo.