Desde el principio, la Biblia es una historia de esperanza. Cuando el pecado entró en el mundo, Dios prometió que no se mantendría. Dios enviaría un libertador, un descendiente de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente. La historia de cómo Dios cumplirá Su promesa comienza en Génesis 12.
Un día, Dios se le apareció a Abraham, tal como lo había hecho a Adán y Eva en el jardín (Hechos 7:2). Y Dios dijo: “Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición… En ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2, 3). Así que la promesa a Abraham es una promesa para nosotros. Esta es la razón por la cual, a partir de Génesis 12, la historia bíblica sigue la línea y la familia de Abraham.
La promesa de Dios es un don de gracia
Hay dos detalles específicos en la promesa de Dios de bendecir a Abraham. Primero, un pueblo bendecido: “Haré de ti una nación grande” (Génesis 12:2). Segundo, un lugar bendecido: “Y el SEÑOR dijo a Abram: «Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré” (12:1). Abraham fue a ese lugar, y cuando llegó allí, Dios dijo: “A tu descendencia daré esta tierra” (12:7)
Esa es la historia bíblica en pocas palabras. Se trata de cómo Dios entra en este mundo caído, para reunir a un pueblo bendecido y llevarlo a un lugar bendito. Es por eso que al final de la historia vemos el gozo de una gran compañía de personas de cada tribu y nación, y están en la presencia de Dios (Apocalipsis 7:9).
Pero había un problema. Dios prometió hacer de Abraham una gran nación, pero Abraham no había tenido hijos. Tenía 75 años, y Sara tenía solo 10 años menos que él, por lo que los dos calificaban para el retiro y una buena jubilación, y habían superado ya la esperanza de tener hijos. Y había otro problema más: Abraham fue a la Tierra Prometida, pero cuando llegó, descubrió que ya estaba ocupada. “Los cananeos habitaban entonces en esa tierra” (12:6). Solo Dios pudo hacer la promesa. La bendición prometida viene de Dios y depende de Dios. Es un don de gracia.
La promesa de Dios es recibida por la fe
Abraham «creyó al SEÑOR, y se lo reconoció por justicia» (Génesis 15:6). Este es uno de los versículos más importantes del Antiguo Testamento porque nos dice cómo podemos tener una relación correcta con Dios.
Si lees la historia, vas a ver que Abraham estaba lejos de ser un hombre justo. Él mintió y engañó. Expuso a su esposa al peligro y no pudo protegerla. En el mejor de los casos, la obediencia de Abraham a Dios fue parcial, entonces, ¿cómo podría Dios considerarlo justo?
Toda la Biblia es una historia, que nos dio Dios mismo. Lo que es difícil de entender en un lugar se explica a menudo en otro. Interpretamos las Escrituras a la luz de las Escrituras.
Avanza en la historia bíblica hasta el tiempo de Jesús, y vas a encontrar a nuestro Señor en una conversación sobre Abraham: “Abraham, el padre de ustedes, se regocijó esperando ver Mi día; y lo vio y se regocijó” (Juan 8:56).
2,000 años antes de que Jesús naciera, a Abraham se le dio un vistazo de Cristo. Comprendió que Dios le daría un descendiente a través de quien se cumpliría la promesa de Dios de bendecir al mundo. Este descendiente es Jesús, el Hijo de Dios, que vino al mundo a través de María, descendiente de Abraham.
El primer libro de la Biblia nos dice cómo podemos ser declarados justos ante Dios y nos dice que es por fe. Abraham fue salvo de la misma manera que nosotros, al creer en el Señor Jesucristo. Vio el día de Cristo desde la distancia, y creyó.
A pesar de que no sabía el nombre de Jesús ni los detalles de la cruz, Abraham esperaba con ansias lo que Cristo lograría, al igual que nosotros miramos hacia atrás con fe. Al creer en el Señor Jesucristo, somos hechos justos ante Dios.
La pregunta clave no es: «¿Tienes fe?» sino «¿Crees en el Señor Jesucristo?» ¿Crees como lo hizo Abraham?
¿Cómo es que creer arregla nuestra situación con Dios?
Supongamos que tienes una cuenta bancaria en negativo y un amigo decide ayudarte. Te pregunta cuánto debes, «medio millón de pesos», dices.
Tu amigo te pide que le des el número de tu cuenta bancaria para que te pueda transferir el dinero. Él es tan bueno como su palabra, y cuando se hace la transferencia, se paga tu deuda. Tu ganancia es su pérdida. Lo que se te acredita a tu favor, se cuenta contra él. Ese es el lenguaje aquí. «Abraham creyó al Señor y él se lo reconoció por justicia» (Génesis 15:6).
Si Cristo debe acreditar la justicia a cada creyente, debe asumir una deuda masiva, y lo hizo en la cruz. El costo acumulado de nuestra deuda fue cargado en Cristo. El que no conoció pecado se hizo pecado por nosotros para que en Él podamos llegar a ser la justicia de Dios (2 Co. 5:21).
La promesa de Dios viene a un costo inimaginable
“Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: «¡Abraham!» Y él respondió: «Aquí estoy». Y Dios dijo: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te diré»” (Génesis 22:1-2). Uno lee estos versículos y se pregunta: ¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué Dios le pediría a Abraham que hiciera esto?
Dios había prometido que Su bendición vendría al mundo a través de la descendencia de Abraham, pero no había descendencia. Luego, en un milagro de gracia, Dios dio descendencia. ¡Y ahora Dios dice que debe renunciar a su bendita descendencia!
Fue a través de Isaac y su línea de descendientes que el Mesías vendría al mundo, así que Isaac tuvo que vivir, tuvo que casarse y tener hijos. ¿Cómo puede cumplirse la promesa si Isaac es sacrificado?
Abraham no cuestionó la necesidad de un sacrificio
“Y Dios dijo: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que Yo te diré” (Génesis 12:2).
Cuando Dios le dijo a Abraham sobre el juicio en Sodoma, Abraham se presentó ante el Señor y le rogó que la ciudad se salvara (18:22-23). Pero cuando Dios dice que debe haber un sacrificio, Abraham no plantea ninguna objeción.
Abraham parece entender que si la bendición de Dios va a fluir al mundo, debe haber un sacrificio. Tal vez su conciencia le dijo eso. Dios había dicho, «camina delante de mí y sé perfecto» (17:1). Este fue el hombre que, en un momento dado, mintió sobre su esposa y en otro se rió de la promesa de Dios.
Abraham es obediente en parte. Él no puede levantar la cabeza y decir: «He hecho lo que Dios me dijo que hiciera». Él no es irreprochable, y nosotros tampoco.
Entonces, ¿cómo puede cumplirse la promesa de bendición de Dios para el mundo si Abraham no cumplió con los requisitos? Esa es la gran pregunta. ¿Cómo puede la bendición de Dios fluir a la vida de un hombre que no ha sido completamente obediente? Debe haber un sacrificio.
Esta historia nos dice que la promesa de Dios de bendecir a un mundo caído solo puede hacerse a través de un sacrificio. Pero nos dice más que eso: Dios mismo provee el sacrificio.
Dios provee el sacrificio
Cuando Abraham sube a la montaña con su hijo, hay un momento conmovedor: “Isaac habló a su padre Abraham: «Padre mío». Y él respondió: «Aquí estoy, hijo mío». «Aquí están el fuego y la leña», dijo Isaac, «pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?» Y Abraham respondió: «Dios proveerá para Sí el cordero para el holocausto, hijo mío” (Génesis 22: 7, 8).
Cuando llegan a la cima de la montaña, todo parece indicar que Isaac será el sacrificio. Fue atado y puesto sobre el altar. Isaac para ese entonces habría sido un hombre joven, por lo que debe haber estado dispuesto a dar su propia vida. Lo que tenemos aquí es un padre dispuesto a renunciar a su hijo y un hijo dispuesto a dar su vida.
Luego, en el momento crítico, el Ángel del Señor grita desde el cielo: “No extiendas tu mano contra el muchacho ni le hagas nada” (22:12).
Entonces Dios proveyó el sacrificio. “Entonces Abraham alzó los ojos y miró, y vio un carnero detrás de él trabado por los cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (22:13).
Debió haberle quedado en claro a Abraham que, por el momento, Dios estaba aceptando este sacrificio menor, y que algún día habría que pagar el precio real del pecado humano.
Eso debe haber dejado a Abraham preguntándose: ¿Cuánto costará que se cumpla la promesa y que la bendición de Dios venga al mundo? ¿Qué sacrificio podría ser mayor que el sacrificio de mi Hijo?
Dios nunca quiso que Abraham sacrificara a Isaac. Pero la desgarradora historia de un padre que está listo para renunciar a su hijo, y un hijo que está listo para dar su propia vida nos muestra cuánto costaría que la promesa de Dios se cumpliera y que Su bendición viniera para todas las personas.
La promesa de Dios nos llega a un costo inimaginable, y ese costo fue tanto para el Padre como para el Hijo. Dios hizo lo que Abraham e Isaac solo pudieron ilustrar. Dios el Padre renunciaría a Su Hijo. Dios el Hijo se entregaría por nosotros.
¿Qué es más difícil, dar tu propia vida o renunciar a la persona que amas? Dios experimentó ambas agonías al mismo tiempo. El Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó libremente por todos nosotros (Romanos 8:32). El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2:20). La bendición prometida de Dios tuvo un costo inimaginable que Dios mismo cargó por nosotros.
Esto es lo que descubrimos hoy:
La promesa de Dios de bendecir al mundo a través de la descendencia de Abraham se cumple en Jesucristo. Dios el Padre se complació en enviar a Su Hijo al mundo, donde cargó nuestros pecados en la cruz y entregó Su vida como un sacrificio, para que su justicia se acreditara a todos los que acuden a Él con fe.
1 Y el Señor dijo a Abram:
«Vete de tu tierra,
De entre tus parientes
Y de la casa de tu padre,
A la tierra que Yo te mostraré.
2 Haré de ti una nación grande,
Y te bendeciré,
Engrandeceré tu nombre,
Y serás bendición.
3 Bendeciré a los que te bendigan,
Y al que te maldiga, maldeciré.
En ti serán benditas todas las familias de la tierra».
4 Entonces Abram se fue tal como el Señor le había dicho, y Lot se fue con él. Abram tenía 75 años cuando salió de Harán. 5 Abram tomó a Sarai su mujer y a Lot su sobrino, y todas las posesiones que ellos habían acumulado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a la tierra de Canaán; y a la tierra de Canaán llegaron. 6 Abram atravesó el país hasta el lugar de Siquem, hasta la encina de More. Los cananeos habitaban entonces en esa tierra.
7 El Señor se apareció a Abram y le dijo: «A tu descendencia daré esta tierra». Entonces Abram edificó allí un altar al Señor que se le había aparecido. 8 De allí se trasladó hacia el monte al oriente de Betel, y plantó su tienda, teniendo a Betel al occidente y Hai al oriente. Edificó allí un altar al Señor, e invocó el nombre del Señor. 9 Y Abram siguió su camino, continuando hacia el Neguev.
(NBLA)
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