¿Por qué necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para orar? El pastor Colin habla de cómo el Espíritu nos ayuda cuando nos encontramos agotados, desanimados o faltos de confianza. Pasaje: Romanos 8:26-30
Este es el tercer mensaje de esta breve serie sobre el tema de la oración. Comenzamos reconociendo que para millones de personas la oración no es más que un intento incierto de comunicarse con un Dios desconocido.
Y hemos visto que Dios nos da el maravilloso regalo de conocerlo como nuestro Padre a través de la fe en el Señor Jesucristo. Y entre más consciente seas, de manera real y verdadera, de que Dios es tu Padre, más deseo tendrás de orar. Tengo un Padre que me ama, tengo un Padre al que puedo acudir.
Pero ya vimos en el programa pasado que en cuanto tienes el deseo de orar y cuando realmente quieres hacerlo, te enfrentas inmediatamente a dos problemas importantes. El primero es la sensación de indignidad, es decir, “¿Quién soy yo para pedirle nada a Dios?”
Y el segundo es la debilidad y la insuficiencia de tus propias oraciones.
Parecen lamentables, patéticas. ¿Cómo puedo venir con esto ante el Dios Todopoderoso?
Hemos visto que la respuesta a estos dos problemas está en el maravilloso don del propio Hijo de Dios. Jesucristo no sólo murió para salvarnos, sino que vive para guardarnos. Siempre está intercediendo a la diestra del Padre, y entre más veas lo que hace a la diestra del Padre por ti, más confianza tendrás para orar.
Recuerda que Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote. Lleva nuestros nombres sobre Su corazón y nos presenta al Padre, no por lo que somos por nosotros mismos, sino por lo que somos en Él.
Cuanto más claramente veas a Jesucristo y todo lo que hace por ti, no sólo presentándote al Padre en Sí mismo, sino también filtrando tus oraciones para que lleguen al cielo de la manera apropiada, cuánto más veas lo que Jesús hace a la diestra del Padre, más confianza tendrás en orar.
Así que pensemos en el deseo de orar, pensemos en la confianza para orar. Realmente hay tres dones que transforman la vida de oración de un creyente. Me gustaría que trates de recordar esto de la serie, es realmente muy simple.
Los tres dones que transformarán tu vida de oración son:
#1, el don de Dios Padre que te da el deseo de orar.
#2, el don del Hijo, Jesucristo, que te da la confianza para orar.
#3, el don de Dios Espíritu, quien te da la capacidad para orar, y eso es lo que estamos viendo hoy del capítulo 8 de Romanos.
Así que espero que tengan su Biblia abierta comenzando en el versículo 26.
«De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad».
La palabra “ayuda” aquí transmite inmediatamente una asociación; se trata de trabajar juntos. El Espíritu Santo no ora en lugar de nosotros, sino que ora junto a nosotros. Él nos ayuda en nuestros intentos de orar.
Mientras crecía en Escocia, teníamos un piano en casa. Ni mi padre ni mi madre tocaban el piano, pero tenían la esperanza de que yo aprendiera algún día. Me temo que los decepcioné en ese sentido, pues nunca me gustó.
Y finalmente, todos estuvimos de acuerdo en que había llegado el momento de aceptar que nunca sería pianista.
Bueno, hay más historias sobre eso, pero sigamos adelante.
Había una pareja en nuestra iglesia que quería tener un piano en casa, así que mis padres decidieron que les regalaríamos el nuestro. Vivían a unos 800 metros de nuestra casa. Nosotros estábamos en lo alto de una colina y ellos en la parte baja de una de las empinadas colinas de Edimburgo.
Mi padre decidió que con la ayuda de unos cuantos hombres y una carretilla para muebles podríamos trasladar el piano esos 800 metros hacia abajo hasta su apartamento. El problema era que el apartamento estaba en realidad en el segundo piso, y no había ascensor, solo una escalera de caracol.
Así que tengo que decirles que la imagen de cuatro hombres de la iglesia subiendo este piano por una escalera de caracol hasta el apartamento del segundo piso de nuestros amigos, estará permanentemente grabada en mi mente.
Ninguno de estos hombres podía levantar el piano por sí solo, pero lo que ocurrió fue que cada uno de ellos cargó con una parte del peso y consiguieron trasladar aquel instrumento grande y pesado hasta la casa de nuestros amigos. Cada uno de estos hombres ayudó.
Ahora, aquí está la enseñanza: «El Espíritu nos ayuda». Él viene a nuestro lado y levanta la carga, no en nuestro lugar, sino a nuestro lado. El Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad para que lo que no sería posible por tu cuenta se haga posible porque no estás solo.
El Espíritu Santo nos ayuda y está ahí comprometido contigo.
Ahora bien, estos versículos se refieren a la oración y nos enseñan muy claramente que orar es algo que un cristiano hace con el Espíritu Santo. No podemos orar sin el Espíritu Santo y el Espíritu Santo no va a orar sin nosotros.
Existe una asociación en la que cada vez que un cristiano ora, no sólo ora él, sino que el Espíritu Santo participa activamente en esa oración.
Y eso no significa que vamos a dar un paso atrás y decir, bueno voy a dejar que el Espíritu Santo ore por mí. ¡No! Dios te llama a orar. Pero lo que dice es que cuando oras, nunca oras solo. Dios te da el Espíritu Santo para ayudarte.
Ahora quiero mostrarles dos cosas más. La primera es por qué necesitamos ayuda de Espíritu y la segunda es cómo nos ayuda el Espíritu Santo.
Si tienes este versículo a la vista, te darás cuenta inmediatamente por qué necesitamos ayuda. De hecho, se nos dicen dos cosas:
la primera es que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad.
La debilidad surge en nosotros por varias razones. Una es simplemente el conocimiento y la experiencia de nuestra propia fragilidad. Habrá momentos en tu vida, en que te sientas tan agotado que apenas te parezca posible poder orar.
Estás cansado. Recibes una noticia que te golpea tan fuerte que apenas puedes pensar con claridad, y mucho menos formular una oración coherente.
Este don del Espíritu Santo es un don maravilloso para todos nosotros, pero permítanme hacer esta aplicación especialmente para el cristiano que camina por el oscuro valle de la depresión.
Tu mente y tu corazón han sido tan golpeados, que no sabes cómo expresar lo difícil que es para ti orar. Te parece imposible, tanto como cargar un piano por una escalera de caracol a un segundo piso, tú solo. Y dices: “no puedo hacerlo”.
Pues te digo que el Espíritu de Dios te es dado, como creyente en el Señor Jesucristo, para ayudarte cuando experimentes la realidad de tu propia debilidad a causa de tu fragilidad.
Luego hay una experiencia de debilidad que proviene de nuestra propia conciencia de fracaso. Habrá momentos en tu vida en los que te percibas tan derrotado por tu propio fracaso y pecado que apenas te sentirás capaz de acercarte a Dios.
Recuerda cuando Pedro entendió quién era Jesús, y cuando se acerca, le dice: «Apártate de mí, porque soy un hombre pecador. No debería estar cerca de ti».
Y sabrás que hay ocasiones en las que te sientes incapaz de orar, porque el sentimiento de tu propio fracaso te invade. Y yo te digo que Dios te da el Espíritu Santo para ayudarte en esa debilidad particular, no llevas esa carga tú solo.
Y luego hay momentos en los que experimentamos y sentimos muy profundamente la debilidad de nuestra propia fe. Estaba pensando en las palabras de Jesús cuando le dijo a sus discípulos…
«Si tienen fe como un grano de mostaza (la cual era una semilla diminuta),
si tienes la más mínima pizca de fe, dice Jesús, dirías a este monte: “pásate de aquí para allá, y se pasará; y nada les será imposible”.
¿Cómo te sientes acerca de tu fe cuando lees este versículo? Cuando lo leo, pienso: «bueno, no tengo el tipo de fe que va a mover montañas». Y a veces tendrás muy poca confianza en que las cosas por las que estás orando realmente sucederán porque ni siquiera puedes imaginarlo.
Y cuando experimentes la debilidad de tu propia fe, quiero que recuerdes esto, que no estás solo y que el Espíritu Santo te es dado para ayudarte en tu debilidad.
Entonces la pregunta sería… ¿Por qué necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para que nos acompañe en la oración?
En primer lugar, porque somos muy conscientes de nuestra propia debilidad, de nuestra fragilidad, de nuestro fracaso e incluso de la debilidad de nuestra fe. Pero, en segundo lugar, el apóstol Pablo dice aquí que necesitamos la ayuda del Espíritu Santo porque en realidad no sabemos cómo orar.
Fíjate en lo que dice: «De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos».
Oras para que Dios te abra una puerta de oportunidad, pero luego piensas:
“Pero ¿es realmente la voluntad de Dios?” No lo sabes. Tienes un hijo o una hija que está lejos de Dios y oras para que Dios los proteja del mal. Pero luego piensas: “tal vez Dios orqueste una prueba en su vida y ese sea el medio a través del cual obre”. Tampoco lo sabes. “¿Acaso estoy orando en contra de la voluntad de Dios? ¿Cómo puedo saber cuál es la voluntad de Dios?”
Un ser querido está gravemente enfermo y por supuesto, con toda razón, oras para que se cure y entonces te viene el pensamiento: “¿es posible que este sea el momento en que el Padre responda a la oración de su propio Hijo con respecto a esta persona?” Porque Jesús oró para que cada uno de Sus hijos estuviera con Él. Para nuestro asombro y sorpresa, eso es lo que Dios está haciendo en esa situación.
Así que está afirmando algo que todos sabemos por experiencia propia.
Nos encontramos con esto una y otra vez; no sabemos orar como debiéramos.
Y quiero que sepas que esto es algo que afecta aún a los creyentes más maduros.
Verás, es fácil para nosotros tener esta idea, especialmente cuando somos cristianos jóvenes, de que si tan solo hubiéramos crecido en el cristianismo, entonces sabríamos cuál es la voluntad de Dios y sabriamos cómo orar.
Pero este es un problema incluso para los creyentes más maduros.
Fíjate en que Pablo dice: «No sabemos por qué orar». En otras palabras, se incluye a sí mismo. Él no dice, “ustedes no saben por qué orar, pero por supuesto, yo soy un apóstol y sí sé”. Él dice, “no sabemos”.
Así que está hablando desde su propia experiencia, así como desde la experiencia de cualquier otro cristiano. Había veces en las que el propio apóstol no sabía por qué orar. De hecho, si lo piensas bien, nos da un ejemplo de su propia experiencia en la Biblia.
Nos habla de una ocasión en que oró para que le fuera quitado un problema, un problema doloroso, en su propia vida. Se refiere al problema como un aguijón en la carne. Y sin embargo, cuando oró para que le fuese quitado, lo que descubrió al final fue que su oración había sido claramente contraria a la voluntad de Dios. Y dice, «tres veces supliqué a dios que me lo quitara
Así que ahí está el apóstol haciendo todo lo posible para suplicar a Dios y no está pidiendo lo que es conforme a la voluntad de Dios. Porque Dios le comunica claramente que va a ser más útil con este problema en su vida de lo que sería sin él.
Entonces Dios le dice: «Bástate Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad». De hecho, será mucho más evidente que Mi poder está sobre ti Pablo, con tu “aguijón”, que si te lo quitara, y entonces pareciera que fue tu habilidad.
Ahora puede haber una aflicción en tu vida y has orado con todo tu ser para que Dios la quite. Darías cualquier cosa por acabar con ella. Pero, ¿y si realmente eres más útil a Dios soportándola, que lo que serías sin ella?
Verás, Pablo no sabía cómo orar con respecto a un problema particular en su vida. Y lo dice aquí, así que no te sorprendas por esto. No tenemos pleno conocimiento de la voluntad de Dios para los detalles de cada área de nuestra vida.
De hecho, hay otros muchos ejemplos en la Biblia de personas buenas y piadosas que pidieron algo equivocado.
Permítanme darles otro ejemplo: una madre que quiere lo mejor para sus hijos. Toda madre quiere lo mejor para sus hijos, ¿no es cierto?
La Biblia nos habla de la madre de Santiago y Juan. Ella quería lo mejor para sus hijos. Y en el capítulo 20 de Mateo, leemos que la madre de Santiago y Juan vino a Jesús y le preguntó algo, y Jesús le respondió: «¿Qué deseas?»
¡Qué maravilloso! Jesucristo le dice, ¿qué deseas? Tiene la oportunidad de preguntar cualquier cosa. ¿Y qué pide? Ella dice: «Ordena que en Tu reino estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús dijo: “No saben lo que piden”. Y luego le dice a Santiago y a Juan:
“¿Pueden beber de la copa que Yo voy a beber?”
En otras palabras, está diciendo: «No tienes ni idea de la agonía que supone llegar a donde yo voy. No sabes lo que estás pidiendo. No sabes lo que significa en realidad».
Puede que haya una oportunidad en tu corazón, quizá una oportunidad que deseas que se abra para ti y piensas: «Si tuviera eso, si tuviera esa puerta abierta, si tuviera ese puesto, si tuviera esa oportunidad, eso sería lo mejor del mundo».
Y te acercas a Dios y dices: “Señor, te pido por esto”.
Pero, ¿qué pasaría si estar en esa posición que crees tan atractiva te trajera más dolor del que podrías imaginar? Pues verás, la madre de Santiago y de Juan no supo pedir para sus hijos lo que debía. Ella tenía la mejor intención de todo el mundo, pero en realidad no sabía lo que era bueno en última instancia, ni siquiera para sus propios hijos.
Déjame darte otro ejemplo. Moisés. Tenemos a un líder piadoso (por eso digo que nunca dejas de aprender. Incluso los creyentes maduros se enfrentan al conocimiento limitado que tenemos de la voluntad de Dios).
Este líder piadoso ora por una bendición que no era la voluntad de Dios para él. En ese momento no lo sabía.
No estaba mal que pidiera, pero lo que pidió simplemente no se ajustaba a la voluntad de Dios. Pidió que se le permitiera entrar en la tierra prometida.
El capítulo tres de Deuteronomio dice: «Permíteme, te suplico, cruzar y ver la buena tierra que está al otro lado del Jordán, aquella buena región montañosa y el Líbano. Ahora déjame guiarlos en una temporada de bendición». Eso es lo que está diciendo: “Quiero ver la tierra que mana leche y miel.
Quiero ver la bendición de Dios derramada. Dame eso en mi vida”.
¿Recuerdas que esa bendición le fue dada a otra persona? El llamado de Dios a Moisés fue que continuara guiando fielmente a Su pueblo en el desierto durante 40 años y luego muriera.
En la historia de Elías se repite algo parecido, pero diferente. Moisés buscaba algo maravilloso y Dios le dio la disciplina de ser fiel cuando no obtenía lo que quería.
Elías era todo lo contrario. Había terminado con lo que estaba haciendo y estaba listo para renunciar. Y Dios tenía más para él de lo que él sabía.
Elías sintió que su ministerio había llegado a su fin. «Mira, he servido. Ha sido muy duro. Solo lánzame. Ya he terminado. Ya es suficiente, Señor. He dado todo lo que tenía para dar. Estoy muy cansado de la batalla. Estoy listo para irme al cielo. ¿Me llevarías ahora a casa?»
Dios tenía otro capítulo en el ministerio de Elías, y fue más fructífero, y no tengo duda de que fue más gozoso para Elías que cualquier cosa que hubiera experimentado antes.
Moisés y Elías, experiencias totalmente contrastantes en cuanto al plan y el propósito de Dios para sus vidas. Y ninguno de los dos sabía realmente qué pedir, y ambos pidieron lo contrario a la voluntad de Dios.
Ahora bien, estamos analizando por qué necesitamos la ayuda del Espíritu Santo y hemos llegado a la conclusión de que hay dos razones.
La primera es nuestra debilidad, que surge de nuestra fragilidad, que proviene de nuestro fracaso, que procede de la debilidad de nuestra fe.
La segunda es que, incluso en nuestro mejor momento, no siempre sabemos qué pedir. A veces lo sabemos, pero muy a menudo no es así.