Todas las promesas del Antiguo Testamento dependen de Una Persona. En la Parte 1 del mensaje Cristo cumple la promesa, el Pastor Colin habla sobre quién es esa persona.
Continuamos hoy nuestro recorrido relámpago a través de la historia bíblica. Nuestro objetivo es saborear el impresionante propósito de Dios y celebrar todo lo que es nuestro en Jesucristo, nuestro Señor. La semana pasada examinamos el alcance de las promesas de Dios a lo largo del Antiguo Testamento.
Vimos que Dios ha asumido siete pactos inquebrantables. Ha prometido crear hombres y mujeres que reflejen Su imagen y Su semejanza.
Ha prometido destruir el mal, librar al mundo de su maldición. Ha prometido bendecir a personas de todas las naciones del planeta. Ha prometido llevar a estas personas a la comunión consigo mismo mediante un sacrificio expiatorio por sus pecados. Ha prometido establecer Su reino para que los pueblos de todas las naciones puedan vivir bajo la bendición de Su gobierno para siempre. Ha prometido hacer que todas estas personas caminen en Sus caminos. Y ha prometido, en séptimo lugar, darnos vida nueva desde la tumba.
Ahora bien, con sólo dar un paso atrás y tener una idea general de lo que Dios promete en las Escrituras, queda claro que se trata de una promesa asombrosa. Y el Antiguo Testamento, tal y como lo hemos visto, nos aclara una cosa, y es que todas estas promesas dependen de una persona, a la que el Antiguo Testamento describe como descendiente de la mujer, como simiente de Abraham e hijo de David.
La persona que llevaría a cabo estas promesas sería un profeta, alguien que pronuncia la Palabra de Dios y llama al pueblo de Dios a seguir Sus caminos. Sería un sacerdote, alguien que ofrece un sacrificio y representa al pueblo en la presencia de Dios. Y sería un rey, alguien que establece la justicia y la paz para que Su pueblo pueda vivir bajo la bendición de Su gobierno.
Y después de haber contemplado el asombroso recorrido de estas promesas, la semana pasada llegamos a la conclusión, haciéndonos la pregunta: ¿quién puede ser todo esto? ¿Y quién en todo el mundo puede hacer todo esto? Y la conclusión a la que llegamos, que es realmente la conclusión de las Escrituras del Antiguo Testamento, es que sólo Dios puede cumplir lo que Dios promete.
El Nuevo Testamento, en 2 Corintios 1:20, dice esto tan hermoso: “Pues tantas como sean las promesas de Dios, en Él todas son sí».
Y eso, por supuesto, nos lleva a la gloriosa verdad que celebramos en Navidad. Dios se hizo hombre en Cristo Jesús. Dios vino a nosotros para cumplir Sus asombrosas promesas. Así que hoy nuestro viaje recorre los Evangelios.
Nuestro título de hoy es “Cristo cumple la promesa”. De nuevo, vamos a considerar siete pasajes de las Escrituras que nos darán la visión en conjunto de todo lo que el Señor Jesucristo ha hecho para cumplir las promesas de Dios para nosotros.
Ahora podrías seguir las Escrituras conmigo y vamos a centrarnos en el Evangelio de Lucas para que podamos seguir un patrón y una línea a través de él. Por favor, ve a Lucas, capítulo 1, versículo 35, donde comenzaremos.
Y tomando siete puntos clave a través del recorrido de la vida y ministerio de nuestro Señor Jesucristo, iniciaremos, por supuesto, con la encarnación.
1. La encarnación
Y mira las palabras del ángel a María:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1:35).
Ahora bien, el Nuevo Testamento afirma tres verdades centrales sobre nuestro Señor Jesucristo: que es Dios, que es hombre y que es santo. Y las tres se encuentran aquí, en este mismo versículo.
Él es Dios
Observa que el ángel anuncia que Jesús sería el Hijo de Dios, versículo 35. Si te regresas al versículo 32, allí se le describe como “el Hijo del Altísimo”. En el Evangelio de Mateo, en el capítulo 1, se le describe como “Dios con nosotros”. En el Evangelio de Juan, se le describe como “el Verbo de Dios hecho carne”.
Piensa en esto. Dios pronunció Su promesa en palabras. Y cuando Su palabra se hizo carne, Su promesa se cumplió.
Estoy muy agradecido de que el Señor Jesucristo sea Dios, porque sólo Dios puede cumplir lo que Dios promete. Y estoy absolutamente persuadido, en mi propia mente, de que aquellos que no ven o no reconocen la unicidad del Señor Jesucristo, simplemente han subestimado el alcance de las promesas de Dios.
Porque… ¿quién sino Dios en todo el mundo podría cumplir lo que Dios promete?
Él es hombre
Pero no sólo es Dios, sino que es hombre. Y, de nuevo, fíjate que en este mismo versículo, el que nacerá, será llamado Hijo de Dios.
Nació como nacemos nosotros, para vivir nuestra vida y morir nuestra muerte. Viene a nosotros, está con nosotros, actúa por nosotros, asume nuestra causa haciéndose uno con nosotros. Por eso debemos estar tan agradecidos por estas maravillosas verdades.
Él es Dios, y sólo como Dios puede cumplir la promesa. Pero Él es hombre, pues sólo como hombre puede cumplir la promesa a nuestro favor, asumiendo nuestra causa y estando con nosotros y actuando por nosotros.
Él es santo
Y luego fíjate, en tercer lugar, en esta maravillosa afirmación del ángel, de que Él es santo.
El ángel dijo que el santo que nacería sería llamado Hijo de Dios. El santo, piensa en eso. He aquí algo que nunca se había visto antes del nacimiento de Jesús y que nunca se ha vuelto a ver desde entonces. ¡Nunca ha habido otro nacimiento igual!
Un hombre que es santo por naturaleza, es el único. Un hombre que pertenece por derecho al cielo, es el único. Un hombre que por ser Dios tiene la capacidad de llevar consigo a otros hombres y mujeres al lugar al que pertenece. Esa es la singularidad de nuestro Señor Jesucristo.
Y esta santa unión de Dios y el hombre, en el Señor Jesucristo, nos abre la puerta de la esperanza. Piensa en esto: Dios, en su naturaleza, no puede morir. Nosotros, en nuestra naturaleza, no podemos vencer a la muerte.
Juan Calvino lo expresa maravillosamente al unir estas dos realidades. Él dijo:
«Cristo unió la naturaleza humana a la divina, para que, a fin de expiar el pecado, sometiera a la muerte la debilidad de una naturaleza, y para que, luchando con la muerte mediante el poder de la otra naturaleza, obtuviera una victoria para nosotros«.
¡Eso es hermoso!
¿Qué hace Cristo entonces? Une la naturaleza humana a la divina, de modo que, para expiar nuestros pecados, somete la debilidad de la naturaleza humana hasta la muerte y, con el poder de la naturaleza divina, lucha contra el poder de la muerte, de modo que por nosotros, obtiene el triunfo. Sólo el Dios-hombre podía hacerlo. Sólo Jesucristo podía hacerlo, y para ello ha venido al mundo. De eso trata la Navidad.
Ahora bien, la gloriosa encarnación del Hijo de Dios, el nacimiento del Santo de Dios, condujo, por supuesto, a la vida perfecta de Cristo.
Así que pasemos rápidamente a nuestra segunda parada, que es la tentación del Señor Jesucristo, primero la encarnación, ahora la tentación.
2. La tentación
Quieres volver conmigo al Evangelio de Lucas, capítulo cuarto. Aquí se nos dice que Jesús, lleno del Espíritu Santo, fue llevado por el Espíritu al desierto, donde durante 40 días fue tentado por el diablo. Quiero que te fijes en que el primer paso del ministerio público de Cristo, fue enfrentarse a Satanás y triunfar donde Adán había fracasado.
Recuerda que Satanás había tentado tres veces a Adán y Eva en el Jardín del Edén. Y aquí, muy significativamente, Satanás tienta tres veces al Señor Jesucristo. Así que los paralelismos son muy evidentes. Se trata de un segundo hombre, un hombre nuevo, que acude a la lucha contra el enemigo de la raza humana. Los paralelismos son claros.
Lo que quiero que veamos aquí son las diferencias.
En primer lugar, hay una iniciativa diferente.
Satanás fue a buscar a la mujer y al hombre al jardín. Cristo va en busca del demonio en el desierto. Ese es el significado, por cierto, de las palabras “ser guiado por el Espíritu”, literalmente ser empujado por el Espíritu.
¿Qué está haciendo Jesús? Está acechando al diablo, lo está atrayendo. Está diciendo, “tengamos esta confrontación, tengamosla ahora mismo”. Se está enfrentando a nuestro enemigo, es absolutamente maravilloso.
Segundo, el entorno es diferente.
Adán está en un jardín perfecto, el Señor Jesús se enfrenta a Satanás en un desierto. Adán tiene a su alrededor toda la comida que pueda desear y Cristo tiene hambre.
Tercero, fíjate en el resultado diferente.
Esta revancha tiene un resultado completamente distinto a la del Jardín del Edén. Adán fracasó. ¡Cristo triunfó! Esto tiene una enorme importancia para nosotros hoy, porque el fracaso de Adán nos trajo la miseria. Esa es la historia de la raza humana y de nuestra experiencia. El fracaso de Adán transmitió los efectos de su fracaso a todos los que vinimos después de él.
Eso somos todos nosotros, porque por naturaleza todos pertenecemos a Adán, quien fracasó. Compartimos su fracaso, de modo que la Biblia dice que todos estamos bajo el pecado por igual. Eso lo vemos en Romanos 3:9.
Pero así como el fracaso de Adán nos trae la miseria, el triunfo de Cristo nos trae la esperanza. Porque así como Adán transmite su fracaso a todos los que toman de él su vida, así Jesucristo transmite los efectos de Su triunfo a todos los que extraen de Él una vida nueva.
Y por la gracia y mediante la fe pertenecemos no sólo a Adán por naturaleza, sino a Cristo por gracia, y pertenecemos al que triunfa para que participemos de Su triunfo, de modo que la Biblia dice de los que están en Cristo, están bajo la gracia.
El apóstol Pablo lo resume así: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”. Así que esa es la mejor noticia para todos los que estamos en Cristo, para nosotros que estamos en Adán y sometidos a la miseria de su fracaso, estar en Cristo y compartir el triunfo de Su éxito es la más grande y mejor noticia.
Porque ¿quién en todo el mundo, sino Dios, podría cumplir lo que Dios promete?
John Henry Newman, en el himno “Loor al Santísimo en las alturas” lo expresó así:
¡Oh piadosa sabiduría de nuestro Dios!
Cuando todo era pecado y vergüenza,
Un segundo Adán a luchar
Y a rescatar vino.
¡Oh piadosa sabiduría de nuestro Dios!
Cuando todo era pecado y vergüenza,
Un segundo Adán a luchar
Y a rescatar vino.
Y así, el triunfo de Jesús sobre Satanás resulta en un ministerio maravilloso. Fíjate en Lucas capítulo 4, versículo 13. Satanás ya está de retirada. Deja a Jesús hasta que llegue un momento más oportuno. Y Jesús, en el versículo 14, vuelve a Galilea con el poder del Espíritu Santo y las noticias sobre Él se extienden por todas partes.
Y es aquí que quiero llegar a nuestra tercera parada en esta vistazo relámpago a través del maravilloso ministerio del Señor Jesucristo.
3. El rechazo
Ahora te das cuenta de que aquí hay una larga serie de pasajes, porque este tema recorre toda la historia del Evangelio y no sólo en el Evangelio de Lucas. Podría haber añadido muchos más, pero quiero que al menos veas estos con claridad.
Empecemos por el capítulo 4 de Lucas. Y en el versículo 18, verás que el Señor Jesús está comenzando ahora su ministerio de enseñanza pública, y dice allí, «El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres», y Jesús expone estos maravillosos dones que trae consigo.
Lucas recoge la enseñanza de Jesús, pero lo que quiero que observes hoy es la respuesta. Mira el versículo 28: «toda la gente de la sinagoga se llenó de alegría». ¡No! ¿qué dice? ¡Se llenaron de ira! ¿No es una frase fuerte? He aquí el primer ministerio de enseñanza de Jesús. Y la gente de la sinagoga se enfurece al oírle.
¿Qué hicieron? Versículo 29, se levantaron y le echaron de la ciudad. Lo llevaron a la cima de la colina sobre la que estaba construida la ciudad para arrojarlo por el precipicio. Esto después de Su primer sermón. Pero bueno, Él es el Hijo de Dios, así que pasó por en medio de ellos y siguió su camino.
Pasa al capítulo 6, versículo 11, donde Lucas nos habla de otra ocasión en la que Jesús curó a un hombre que tenía la mano seca. Fue un milagro asombroso, la curación de un hombre enfermo en un culto del día de reposo. Pero fíjate lo que dice el texto; “Pero ellos se llenaron de ira y discutían entre ellos, que cosa le podrían hacer a Jesús”.
Nadie está diciendo, ya sabes, cantemos ahora algunos cantos y alegrémonos de esta sanidad. Se molestaron mucho y empezaron a discutir entre ellos lo que podrían hacerle a Jesús. Vayamos al capítulo 8, por favor. Me estoy fijando en el versículo 37 en particular, pero la historia que conduce a este pasaje es una historia sobre Jesús yendo a otra región, al otro lado del lago.
Se dirige a una región llamada de los gadarenos. Y allí había un hombre que había aterrorizado a toda la comunidad. Realmente llenaba de miedo a la gente por su violencia. Por supuesto, las autoridades locales habían intentado contenerlo, incluso lo habían atado con cadenas. Pero la fuerza de este hombre era extraordinaria. Era sobrehumana, literalmente. Y había roto las cadenas y vivía entre las tumbas, y gritaba, y era un terror para la comunidad, y no sabían qué hacer con él.
Cuando Jesús llegó a la orilla y bajó de la barca, los demonios que había en este hombre reconocieron a Jesús, y bajó gritando de la colina y Cristo expulsó de él una legión de demonios, de espíritus malignos. Y entonces la gente de la comunidad que sale a ver lo que estaba pasando, encuentra al hombre sentado, vestido y en su sano juicio.
Ahora quiero que te fijes en lo que dice el versículo 37. Entonces toda la gente de la región de los gadarenos le pidió a Jesús que se marchara. Uno pensaría que dirían: “Señor Jesús, tenemos otros 10 problemas sociales en esta zona, ¿podrías venir y ocuparte también de ellos?” Pero no es eso lo que dicen. Les invade el miedo, no quieren a Dios tan cerca. Así que subió a la barca y se marchó.
Ahora bien, este modelo de rechazo que recorre todo el relato de los Evangelios encuentra, por supuesto, su culminación en el evangelio de Lucas, en el capítulo 23, donde la multitud que está ante Poncio Pilato pide que Jesús sea crucificado.
Por eso quiero llamar tu atención al capítulo 23, versículo 21, y verás que mientras Jesús es llevado ante el pueblo, ellos seguían gritando: crucifícale, crucifícale”. Y Pilato apela en el versículo 22, por tercera vez. Lo repitió una y otra vez, “Qué delito ha cometido? No encuentro en este hombre ningún motivo para la pena de muerte”.
Ahora mira conmigo el versículo 23, en las palabras. “Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuera crucificado, y sus voces comenzaron a predominar”. Amigos, vivimos en un mundo que rechaza a Cristo, un mundo imposible de entender. Será muy difícil leer y entender un periódico hasta que no comprendas esta verdad tan importante; que vivimos en un mundo que rechaza a Cristo.