DIOS bendijo al nieto de Abraham, Jacob, con una gran familia, y con el tiempo, sus doce hijos se convirtieron en los padres de las doce tribus de Israel. Dios cumplió Su promesa a Abraham, y Su bendición recayó sobre esta extensa familia que un día se convertiría en una gran nación.
La familia no estaba exenta de problemas. Las tensiones entre los hermanos se centraban en José. Dios le había dado un sueño que parecía indicar que a José se le daría una posición de prominencia sobre sus hermanos. Los hermanos no estaban impresionados, y decidieron que era hora de dar a José una lección de humildad.
Un día, cuando estaban en el campo, los hermanos de José lo atacaron. Lo arrojaron a un pozo y lo dejaron allí hasta que pasaron unos comerciantes ambulantes. Vendieron a José a los viajeros, que lo llevaron a Egipto, y los hermanos volvieron a casa para decirle a su padre, Jacob, que a José lo había matado un animal salvaje. Jacob estaba inconsolable en su dolor (Génesis 37).
Esta historia nos lleva al segundo valle, donde descubrimos el sufrimiento de la familia que Dios había elegido para bendecir. Dado que Dios prometió Su bendición a todas las naciones a través de la línea de los descendientes de Abraham, la esperanza del mundo estaba ligada al futuro de esta familia con problemas.
Recompensas crueles a la integridad
Cuando los viajeros llegaron a Egipto, vendieron a José a Potifar, un distinguido funcionario del gobierno del Faraón (Génesis 39:1). Dios le dio a José éxito en todo lo que hizo, y finalmente Potifar puso a José a cargo de su casa (39:3-4). Pero las cosas se complicaron cuando la mujer de Potifar intentó seducirlo y José huyó de la casa. Buscando venganza, la mujer de Potifar afirmó que él había intentado violarla. Al final del día, José se encontró encarcelado junto a los prisioneros del rey. Fue un trato duro para un hombre que había actuado con integridad.
Dios acompañó a José en la cárcel y le dio la capacidad de predecir con exactitud el futuro mediante la interpretación de los sueños. El Faraón había estado preocupado por los sueños en los que había visto siete vacas gordas siendo comidas por siete vacas flacas, y por eso, cuando se enteró de la existencia de José, lo mandó a llamar. José le dijo al Faraón que Dios le estaba mostrando lo que le deparaba el futuro. Siete años de cosechas abundantes serían seguidos por siete años de hambruna (41:28-30).
El Faraón reconoció que Dios le había revelado esto a José y lo puso a cargo de la recolección de reservas de grano que sostendrían a la población durante los próximos años de hambruna. José se convirtió en la estrella en ascenso más rápida en la historia política, y junto al Faraón, se convirtió en el hombre más poderoso de Egipto (41:39-40).
Dios dispuso todo para bien
Mientras tanto, en Canaán, el padre y los hermanos de José no sabían nada de la hambruna que se avecinaba y no hicieron nada para prepararse. Cuando llegó la hambruna, estaban desesperados. Al oír las noticias de que había grano en Egipto, los hermanos de José viajaron allí con la esperanza de encontrar comida.
No sabían lo que Dios había hecho por José. Al principio no lo reconocieron, y cuando finalmente reveló su identidad, se aterrorizaron (Génesis 45:3). Pero José los perdonó. Vio que Dios había actuado incluso en las dolorosas experiencias de su vida. A través de una extraordinaria cadena de eventos crueles que involucraban a los hermanos, a los traficantes de esclavos y a la esposa de Potifar, Dios había puesto a José en posición de salvar a la familia que había elegido bendecir de ser aniquilada por la hambruna. “Para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes”, dijo. « Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien” (Génesis 45:5; 50:20).
El primer holocausto
La familia que Dios había elegido para bendecir se estableció en Egipto. Eran setenta y cinco cuando llegaron (Hechos 7:14), y en los años siguientes, la familia prosperó. Pero las cosas cambiaron rápidamente cuando un nuevo gobernante llegó al poder en Egipto (Éxodo 1:8). Le preocupaba el rápido crecimiento de los israelitas, por lo que lanzó una feroz persecución contra ellos, obligándoles a trabajar en los campos y en las obras de construcción durante largas horas en condiciones espantosas (Éxodo 1:9, 14).
El pueblo de Dios siguió prosperando incluso bajo la opresión, por lo que el Faraón introdujo su solución final: el infanticidio patrocinado por el estado. Ordenó que todo niño varón recién nacido fuera ahogado en el río Nilo (Éxodo 1:22). Los prejuicios raciales del Faraón lo cegaron ante la dignidad y el valor únicos de cada vida humana. Este fue el primer holocausto.
El nuevo faraón no sabía nada de José ni del Dios de la Biblia que había salvado a su nación del desastre de la hambruna. Donde no se conoce a Dios, no se valora la vida humana; y donde no se valora la vida humana, pronto se desata el mal.
Dios había protegido a Su pueblo del hambre en Egipto, pero nunca fue Su propósito que se quedaran allí. Y fue a través de esta feroz y prolongada persecución que los hebreos, que antes habían estado cómodamente establecidos en Egipto, comenzaron a clamar a Dios por su rescate.
Después de cuatrocientos años, en los que no había rastro de ningún progreso significativo en el plan de Dios para traer la bendición a la raza humana, Dios estaba a punto de dar un paso en el curso de la historia de nuevo y llevar a su pueblo a la tierra que había prometido.
La vista desde el segundo valle
En el segundo valle, nos enfrentamos a la realidad del mal y al misterio del sufrimiento. ¿Por qué permitió Dios que el pueblo al que había bendecido experimentara tanto dolor? Dios no ha decidido responder a esa pregunta por completo. Pero el segundo valle de la historia bíblica nos muestra, que incluso nuestro sufrimiento más doloroso, encontrará su lugar en el propósito final de Dios.
1 Jacob habitó en la tierra donde había peregrinado su padre, en la tierra de Canaán. 2 Esta es la historia de las generaciones de Jacob:
Cuando José tenía diecisiete años, apacentaba el rebaño con sus hermanos. El joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, mujeres de su padre. Y José trajo a su padre malos informes sobre ellos. 3 Israel amaba a José más que a todos sus hijos, porque era para él el hijo de su vejez; y le hizo una túnica de muchos colores. 4 Y sus hermanos vieron que su padre amaba más a José que a todos ellos; por eso lo odiaban y no podían hablarle amistosamente.
5 José tuvo un sueño y cuando se lo contó a sus hermanos, ellos lo odiaron aún más. 6 Y él les dijo: «Les ruego que escuchen este sueño que he tenido. 7 Estábamos atando gavillas en medio del campo, y sucedió que mi gavilla se levantó y se puso derecha, y entonces las gavillas de ustedes se ponían alrededor y se inclinaban hacia mi gavilla».
8 Y sus hermanos le dijeron: «¿Acaso reinarás sobre nosotros? ¿O acaso te enseñorearás sobre nosotros?». Y lo odiaron aún más por causa de sus sueños y de sus palabras.
9 José tuvo también otro sueño, y se lo contó a sus hermanos, diciendo: «He tenido otro sueño; y el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante mí». 10 Cuando se lo contó a su padre y a sus hermanos, su padre lo reprendió, y le dijo: «¿Qué es este sueño que has tenido? ¿Acaso yo, tu madre y tus hermanos vendremos a inclinarnos hasta el suelo ante ti?».
11 Sus hermanos le tenían envidia, pero su padre reflexionaba sobre lo que se había dicho.
12 Después sus hermanos fueron a apacentar el rebaño de su padre en Siquem. 13 Israel dijo a José: «¿No están tus hermanos apacentando el rebaño en Siquem? Ven, y te voy a enviar a ellos». «Iré», le dijo José.
14 Entonces Israel le dijo: «Ve ahora y mira cómo están tus hermanos y cómo está el rebaño, y tráeme noticias de ellos». Lo envió, pues, desde el valle de Hebrón, y José fue a Siquem. 15 Estando él dando vueltas por el campo, un hombre lo encontró, y el hombre le preguntó: «¿Qué buscas?». 16 «Busco a mis hermanos», respondió José; «le ruego que me informe dónde están apacentando el rebaño». 17 «Se han ido de aquí», le contestó el hombre, «pues yo les oí decir: “Vamos a Dotán”». Entonces José fue tras sus hermanos y los encontró en Dotán.
18 Cuando ellos lo vieron de lejos, y antes que se les acercara, tramaron contra él para matarlo. 19 Y se dijeron unos a otros: «Aquí viene el soñador. 20 Ahora pues, vengan, matémoslo y arrojémoslo a uno de los pozos; y diremos: “Una fiera lo devoró”. Entonces veremos en qué quedan sus sueños».
21 Pero Rubén oyó esto y lo libró de sus manos, y dijo: «No le quitemos la vida». 22 Rubén les dijo además: «No derramen sangre. Échenlo en este pozo del desierto, pero no le pongan la mano encima». Esto dijo para poder librarlo de las manos de ellos y devolverlo a su padre.
23 Y cuando José llegó a sus hermanos, lo despojaron de su túnica, la túnica de muchos colores que llevaba puesta. 24 Lo tomaron y lo echaron en el pozo. El pozo estaba vacío, no había agua en él.
25 Entonces se sentaron a comer, y cuando levantaron los ojos, vieron una caravana de ismaelitas que venía de Galaad con sus camellos cargados de resina aromática, bálsamo y mirra, e iban bajando hacia Egipto. 26 Y Judá dijo a sus hermanos: «¿Qué ganaremos con matar a nuestro hermano y ocultar su sangre? 27 Vengan, vendámoslo a los ismaelitas y no pongamos las manos sobre él, pues es nuestro hermano, carne nuestra». Y sus hermanos le hicieron caso.
28 Pasaron entonces los mercaderes madianitas, y ellos sacaron a José, subiéndolo del pozo, y vendieron a José a los ismaelitas por veinte monedas de plata. Y estos se llevaron a José a Egipto.
29 Cuando Rubén volvió al pozo, José ya no estaba en el pozo. Entonces rasgó sus vestidos; 30 y volvió a sus hermanos y les dijo: «El muchacho no está allí; y yo, ¿adónde iré?».
31 Así que tomaron la túnica de José, mataron un macho cabrío, y empaparon la túnica en la sangre. 32 Entonces enviaron la túnica de muchos colores y la llevaron a su padre, y dijeron: «Encontramos esto. Te rogamos que lo examines para ver si es la túnica de tu hijo o no». 33 Él la examinó, y dijo: «Es la túnica de mi hijo. Una fiera lo ha devorado. Sin duda José ha sido despedazado». 34 Jacob rasgó sus vestidos, puso cilicio sobre sus lomos y estuvo de duelo por su hijo muchos días.
35 Todos sus hijos y todas sus hijas vinieron para consolarlo, pero él rehusó ser consolado, y dijo: «Ciertamente enlutado bajaré al Seol por causa de mi hijo». Y su padre lloró por él. 36 Mientras tanto, los madianitas lo vendieron en Egipto a Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia.
(NBLA)
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