HEMOS llegado al último valle de la vida cristiana. La gran montaña de la gloria eterna de Dios está por delante, pero el camino que conduce allí pasa por el valle sombrío de la muerte. Un día caminarás por este valle, y cuando lo hagas, Cristo estará contigo.
Cuando Jesús murió, cambió la naturaleza de la muerte para cada creyente. Todavía tenemos que caminar a través del valle, pero la muerte no tiene poder sobre aquellos que pertenecen a Jesús.
El libro de Hebreos explica lo que sucedió cuando Jesús murió y cómo tu muerte será diferente como resultado: «padeció la muerte, para que por la gracia de Dios probara la muerte por todos» (Hebreos 2:9).
Jesús tuvo una gran agonía de alma cuando se preparó para enfrentar la muerte. «Mi alma está muy afligida», dijo en el huerto de Getsemaní (Mateo 26:38).
Nada más había abrumado a Jesús. Pero al anticipar Su muerte, dijo: «Padre, si es posible, que pase de Mí esta copa» (Mateo 26:39). La perspectiva de lo que estaba a punto de experimentar lo llenó de consternación. Cuando sepas lo que había en esa copa, entenderás por qué se horrorizó ante la idea de beberla.
Muriendo una doble muerte
La Biblia habla de la muerte en dos dimensiones. La primera, la muerte física, nos resulta familiar a todos. Pero también existe «la segunda muerte» (Apocalipsis 2:11; 20:6, 14; 21:8). Esta es el juicio de Dios que se derramará en el Último Día.
Jesús experimentó simultáneamente la primera y la segunda muerte. Los hombres malvados lo clavaron en una cruz, donde la vida se agotó de Su cuerpo. Al mismo tiempo, Dios puso nuestros pecados sobre Jesús y derramó sobre Él el juicio que nos correspondía. Por eso, cuando leemos que por la gracia de Dios probó la muerte por todos, significa que probó ambas dimensiones de la muerte juntas (Hebreos 2:9).
Nuestro Salvador se enfrentó a la muerte como nadie lo ha hecho antes o lo hará después. Soportó la muerte en ambas dimensiones al mismo tiempo. Y si enfrentarse a esa doble muerte fue tan horrendo para Jesús en perspectiva, ¿cómo debió ser en la realidad?
Los cristianos nunca probarán la segunda muerte. Cristo la soportó por nosotros y se llevó su aguijón (1 Corintios 15:55). La muerte sigue siendo un valle oscuro, pero su naturaleza ha cambiado para cada creyente. A eso se refería Jesús cuando dijo: «En verdad les digo que si alguien guarda Mi palabra, no verá jamás la muerte» (Juan 8:51). Los cristianos enfrentan la muerte sin el aguijón. Su muerte no significará la separación del Padre, sino la entrada en Su presencia.
No tengas miedo
Mientras que muchas personas mueren pacíficamente, algunas soportan una gran lucha. La perspectiva de morir puede ser aterradora incluso para una persona que está segura de su destino eterno. Por eso, es útil pensar en lo que ocurrirá cuando llegue ese momento de partida de esta vida.
Los Evangelios recogen una ocasión en la que Jesús se acercó a los discípulos que estaban en una barca en el lago. A última hora de la noche, Jesús salió a su encuentro, caminando sobre el agua. Cuando los discípulos lo vieron, pensaron que era un fantasma y se aterrorizaron. Pero Jesús les habló. «¡Tengan ánimo! Soy yo. No teman» (Marcos 6:50).
Esa es una gran imagen de lo que le sucede al creyente en el momento de la muerte. Algunos cristianos mueren en paz y parecen tener una fuerte sensación de que el cielo se abre. Otros mueren con una gran lucha y, como los discípulos, experimentan un gran temor. De cualquier manera, Jesús viene a llevarlos a casa.
El momento de la llegada
La Biblia nos da otra maravillosa imagen de lo que será la muerte para el creyente. Visto desde este lado del valle, es Cristo viniendo a llevarnos a casa, pero visto desde el cielo, será el momento de la llegada.
Cuando llegues al cielo, Jesús estará a tu lado y te presentará al Padre (Hebreos 2:13). Él ha prometido que si lo confiesas ante los hombres, Él te confesará ante Su Padre en el cielo (Mateo 10:32). Cristo se identificará gustosamente con todo Su pueblo. Ante el Padre dirá: «Aquí estoy, Yo y los hijos que me has dado» (Hebreos 2:13).
En ese día, la palabra de Cristo será lo único que importa. Él te confesará ante el Padre, y te llevará a la alegría de la vida eterna. Esta es Su promesa, entonces ¿qué hay que temer?
La vista desde el cuarto valle
Para el creyente cristiano, la muerte es un paso a la presencia inmediata y consciente de Jesús. Este regalo es nuestro porque Cristo soportó la segunda muerte por nosotros. Él se llevó el aguijón de la muerte y cambió su naturaleza para todo Su pueblo.
La experiencia de la muerte puede ser aterradora, pero Cristo caminará contigo a través de ella, y te llevará a casa. El cristiano puede decir con seguridad: «Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento» (Salmo 23:4).
Al otro lado del valle se encuentra la gran cumbre que es el destino de nuestro viaje. Su gloria está más allá de lo que hemos visto o podemos comprender. Pero Dios nos ha dado una visión de lo que nos espera, y es a esa visión final a la que nos dirigimos ahora.
5 Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando. 6 Pero uno ha testificado en un lugar de las Escrituras diciendo:
«¿Qué es el hombre para que Tú te acuerdes de Él,
O el hijo del hombre para que te intereses en Él?
7 Lo has hecho un poco inferior a los Ángeles;
Lo has coronado de gloria y honor,
Y lo has puesto sobre las obras de Tus manos;
8 Todo lo has sujetado bajo sus pies».
Porque al sujetarlo todo a él, no dejó nada que no le sea sujeto. Pero ahora no vemos aún todas las cosas sujetas a él.
9 Pero vemos a Aquel que fue hecho un poco inferior a los ángeles, es decir, a Jesús, coronado de gloria y honor a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios probara la muerte por todos. 10 Porque convenía que Aquel para quien son todas las cosas y por quien son todas las cosas, llevando muchos hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio de los padecimientos al autor de la salvación de ellos. 11 Porque tanto el que santifica como los que son santificados, son todos de un Padre; por lo cual Él no se avergüenza de llamarlos hermanos, 12 cuando dice:
«Anunciaré Tu nombre a Mis hermanos,
En medio de la congregación te cantaré himnos».
13 Otra vez:
«Yo en Él confiaré».
Y otra vez:
«Aquí estoy, Yo y los hijos que Dios me ha dado».
14 Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, también Jesús participó de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, 15 y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida. 16 Porque ciertamente no ayuda a los ángeles, sino que ayuda a la descendencia de Abraham.
17 Por tanto, tenía que ser hecho semejante a Sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo. 18 Pues por cuanto Él mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
(NBLA)
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