Un lamento es un grito largo y fuerte que asciende a Dios de una persona que soporta un dolor o una pérdida indecible. Encontramos lamentos en el libro de Job y en los Salmos, y Dios nos ha dado un libro entero de la Biblia llamado Lamentaciones, que describe con insoportable detalle la pena y el dolor que provocó la destrucción de Jerusalén. Lamentaciones es el grito de un corazón roto, es el regalo de Dios para todos los que se afligen.
El humo seguía saliendo de las cenizas, mientras Jeremías se abría paso entre los escombros de la que fuera una gran ciudad, y lo que vio le rompió el corazón. La ciudad que una vez había prosperado bajo la bendición de Dios ahora parecía un pueblo fantasma: «¡Cómo yace solitaria la ciudad de tanta gente!» (Lamentaciones 1:1).
Jeremías tuvo la poco envidiable tarea de ser el portavoz de Dios en esta época desesperada. Su ministerio comenzó durante el reinado de Josías, el joven rey que dirigió una campaña de reforma religiosa y moral, pero el hijo de Josías, Joacim, eligió un camino muy diferente. Pidió que le leyeran la Palabra de Dios, luego cortó el rollo con un cuchillo y arrojó las Escrituras al fuego. Fue durante el reinado de este rey que quemó la Biblia que comenzó el juicio de Dios sobre Su pueblo.
Nabucodonosor, el rey de Babilonia, sitió a Jerusalén. Y cuando el pueblo era demasiado débil para defender su ciudad, su ejército reunió a las personas más talentosas, incluyendo a un joven llamado Daniel (cuya historia veremos más adelante), y los deportó a Babilonia.
El pueblo de Dios sufrió cinco desastres, uno tras otro: los enemigos sitiaron la ciudad (Jeremías 52:5), el pueblo pasó hambre (Lamentaciones 1:11), la ciudad cayó (1:7), luego fue ocupada (1:5) y el templo fue destruido (4:1).
Los que sobrevivieron perdieron sus hogares, y muchos de ellos también perdieron a sus hijos. Los más jóvenes habrían sido los primeros en morir de hambre en el asedio. Y cuando la ciudad cayó, los que tenían hijos mayores soportaron el gran dolor de ver a sus hijos e hijas marchar al exilio, sabiendo que nunca los volverían a ver: «Sus niños han ido cautivos delante del adversario » (1:5). Su dolor debe haber sido abrumador.
La pena es el doloroso proceso de adaptación a la pérdida de algo o alguien que se ama. Puede tratarse de la pérdida de un papel o de un puesto que te proporcionaba una gran satisfacción, puede ser la pérdida de la capacidad física o de la agilidad mental para dedicarse a algo que te gustaba mucho, o puede ser la pérdida de una persona muy querida sin la cual la vida nunca será la misma.
Empapado de lágrimas
Lamentaciones es un libro empapado de lágrimas: «Llora amargamente en la noche, y le corren las lágrimas por sus mejillas» (1:2); «Mis ojos derraman lágrimas, porque lejos de mi está el consolador » (1:16); «Mis ojos se consumen por las lágrimas… cuando niños y lactantes desfallecen en las calles de la ciudad» (2:11). Las referencias a las lágrimas continúan a lo largo del libro.
Las lágrimas son el estremecimiento del cuerpo ante el dolor del alma, son un regalo de Dios porque actúan como válvula de escape para tu dolor. Dios te ha dado un Salvador que sabe lo que es llorar, así que deja que tus lágrimas fluyan y no las retengas.
Lamentaciones pone el dolor en palabras, y modela cómo las personas afligidas se deshacen en cada detalle de su pérdida. La ayuda viene de enfrentar los rincones oscuros de tu dolor, y sacarlo a la luz de la presencia sanadora de Dios en compañía de otros que te aman.
La mano de Dios
Las personas que sufrieron en Lamentaciones creían que Dios es soberano. Cuando sufrían, no decían: «Esto no tiene nada que ver con Dios», decían: «si aflige, también se compadecerá según Su gran misericordia» (Lamentaciones 3:32).
Creer que Dios controla todas las cosas plantea preguntas difíciles que no podemos responder. Cuando nuestro Señor Jesús sufrió en la cruz, gritó: «¿Por qué…?» (Mateo 27:46). E incluso para Él, el cielo guardó silencio. Así que cuando el agónico «¿Por qué?» surja de tu alma, recuerda que Jesús ha estado allí y que Él también tuvo que confiar en el Padre sin que se le diera una respuesta.
Entonces, ¿qué debes hacer con el agravio que puedas sentir hacia Dios?
En Lamentaciones 3, hay diecinueve agravios o quejas contra el Señor. Fíjate en el uso repetido de la palabra Él, refiriéndose al Señor: «Con muro Él me ha cercado y no puedo salir» (Lamentaciones 3:7); «Él impide mi oración» (3:8); «Él me ha llenado de amargura» (3:15). No es sólo que «Dios ha permitido estas cosas»; es que «¡Dios las ha hecho! Él las ha provocado».
La queja hacia Dios no es una expresión de incredulidad, de manera profunda, puede ser una expresión de fe. Las personas que elevaron tantas quejas contra Dios en Lamentaciones no creían que lo que sufrían ocurriera por casualidad. Sabían que Dios es soberano en todas las cosas, incluido el desastre que les había ocurrido. Precisamente porque creían esto, luchaban con la queja hacia Dios.
En algún momento de tu vida puedes enfrentarte a la misma lucha. Puede que te encuentres en una gran oscuridad, puede que te sientas atrapado, agobiado, con miedo y agotado. Y puede que sientas que Dios se ha puesto en tu contra.
Las Lamentaciones son un modelo de lo que debes hacer, Dios quiere que le lleves tu queja a Él. Un amigo o un pastor pueden ayudarte con esto, pero lo más importante es que le digas a Dios la verdad sobre lo que sientes. No te quejes de Dios a sus espaldas, dile tu queja cara a cara. No hay mejor lugar para derramar tu queja que en la presencia de Dios.
Esperanza para hoy
En un libro sobre el dolor, se podría esperar encontrar mucho sobre la esperanza del cielo. Pero hay muy poco sobre el cielo en Lamentaciones. ¿Por qué? El cumplimiento del propósito último de Dios es muy maravilloso, pero el cielo puede parecer muy alejado de la dolorosa realidad a la que se enfrenta una persona en duelo. Cuando uno se aflige, su primera pregunta es «¿Cómo voy a soportar el día?». El cielo no es la respuesta a esa pregunta; lo es la misericordia de Dios.
«Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues nunca fallan Sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡Grande es Tu fidelidad! «El SEÑOR es mi porción», dice mi alma, «por tanto en Él espero»» (Lamentaciones 3:21-24).
La misericordia de Dios te bastará para pasar el día de hoy, y cuando te levantes mañana, Su amor y Su misericordia te estarán esperando. Cristo te dará la fuerza que necesites para que coincida con la carga que lleves en cada momento.
¿Es Dios realmente para mí?
Una pregunta que suele surgir en la mente de una persona afligida es: «¿Cómo puedo creer que Dios está por mí cuando ha traído tanto dolor a mi vida?» La respuesta a esta pregunta está en «el hombre», que se nos presenta en Lamentaciones 3:1: «Yo soy el hombre que ha visto la aflicción a causa de la vara de su furor.» ¿Quién es este hombre?
El hombre de Lamentaciones anticipa claramente a nuestro Señor Jesucristo.
El hombre dijo: «Mi alma ha sido privada de paz» (3:17). Y en el jardín de Getsemaní, Jesús dijo: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Marcos 14:34).
El hombre dijo: «He venido a ser objeto de burla de todo mi pueblo, su canción todo el día» (Lamentaciones 3:14). Y de Jesús, leemos: «Arrodillándose delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»» (Mateo 27:29).
El hombre dijo: «Él me ha llevado y me ha hecho andar en tinieblas y no en luz» (Lamentaciones 3:2). Y cuando Jesús colgó de la cruz, la oscuridad cubrió toda la tierra (Mateo 27:45).
El hombre dijo: «Aun cuando clamo y pido auxilio, él cierra el paso de mi oración» (Lamentaciones 3:8). Y en la cruz Jesús gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46).
Qué extraordinario es que cuando Poncio Pilato puso a Jesús frente a las multitudes, con esa corona de espinas en la cabeza de Jesús, dijo: «¡He aquí el hombre!» (Juan 19:5). No tenía ni idea de que, al decir esto, estaba cumpliendo con Lamentaciones 3:1.
Jesús es el hombre anticipado en Lamentaciones. El Hijo de Dios se convirtió en el Varón de Dolores, y está «familiarizado con el dolor» (Isaías 53:3). Como Jesús ha sufrido, puede ayudarnos cuando sufrimos.
Un mundo que sufre necesita un Salvador que sufra, pero nosotros también necesitamos un Salvador que haya triunfado sobre el sufrimiento. El sufrimiento no fue el final para Jesús, lo superó y triunfó en Su resurrección. Y este Salvador se ofrece a ti: «El llanto puede durar toda la noche, pero la alegría viene con la mañana» (Salmo 30:5), y un día Dios enjugará todas las lágrimas de tus ojos.
Esto es lo que descubrimos hoy:
Cuando pasas por el valle del dolor y la pérdida, estás en un lugar donde se puede encontrar a Cristo. El Salvador sabe lo que es recorrer el camino del dolor, y conoce bien la pena. Cualquier camino en el que te acerques a Jesús será bendecido, aunque sea un camino que nunca hubieras elegido recorrer.
3 Yo soy el hombre que ha visto la aflicción
A causa de la vara de Su furor.
2 Él me ha llevado y me ha hecho andar
En tinieblas y no en luz.
3 Ciertamente contra mí ha vuelto y revuelto
Su mano todo el día.
4 Ha hecho que se consuman mi carne y mi piel,
Ha quebrado mis huesos.
5 Me ha sitiado y rodeado
De amargura y de fatiga.
6 En lugares tenebrosos me ha hecho morar,
Como los que han muerto hace tiempo.
7 Con muro me ha cercado y no puedo salir,
Ha hecho pesadas mis cadenas.
8 Aun cuando clamo y pido auxilio,
Él cierra el paso a mi oración.
9 Ha cerrado mis caminos con piedra labrada,
Ha hecho tortuosos mis senderos.
10 Él es para mí como oso en acecho,
Como león en lugares ocultos.
11 Ha desviado mis caminos y me ha destrozado,
Me ha dejado desolado.
12 Ha tensado Su arco
Y me ha puesto como blanco de la flecha.
13 Hizo que penetraran en mis entrañas
Las flechas de Su aljaba.
14 He venido a ser objeto de burla de todo mi pueblo,
Su canción todo el día.
15 Él me ha llenado de amargura,
Me ha embriagado con ajenjo.
16 Ha quebrado con guijarro mis dientes,
Ha hecho que me revuelque en el polvo.
17 Y mi alma ha sido privada de la paz,
He olvidado la felicidad.
18 Digo, pues: «Se me acabaron las fuerzas,
Y mi esperanza que venía del Señor».
19 Acuérdate de mi aflicción y de mi vagar,
Del ajenjo y de la amargura.
20 Ciertamente mi alma lo recuerda
Y se abate mi alma dentro de mí.
21 Esto traigo a mi corazón,
Por esto tengo esperanza:
22 Que las misericordias del Señor jamás terminan,
Pues nunca fallan Sus bondades;
23 Son nuevas cada mañana;
¡Grande es Tu fidelidad!
24 «El Señor es mi porción», dice mi alma,
«Por tanto en Él espero».
(NBLA)
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