La Biblia nos dice que «Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). ¿De qué manera la cruz demuestra o expresa el amor de Dios?
Muchas personas que creen que Jesús murió en la cruz y resucitó no sienten que Dios las ame. Quizá tú te identifiques con eso. Conoces acerca de la cruz. Sabes que Jesús sufrió y murió allí. Pero no es obvio para ti de qué manera esto es amor.
Jesús habló siete veces durante las seis horas en las que estuvo colgado en la cruz, y cada vez que habló, reveló algo de Su amor. Espero que, al leer el resumen de la explicación de las siete últimas palabras de Jesús desde la cruz, puedas ver y saber que Jesús te ama, y espero que este amor sea irresistible para ti.
Las últimas siete palabras de Jesús desde la cruz
1. «Padre, perdónalos».
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Lucas 23:34)
Los soldados tomaron sus martillos y los clavos largos de metal y clavaron al Hijo de Dios a una viga de madera. Lo levantaron en un poste de madera que enterraron en un hoyo en la tierra. Entonces Jesús habló por primera vez desde la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
Los hombres que clavaron a Jesús en la cruz no creían que estuvieran haciendo nada malo. No tenían una mala conciencia. No sentían que necesitaran pedirle perdón a Dios. Estaban cometiendo el pecado más terrible de la historia de la raza humana, y Jesús afirmó que no sabían lo que estaban haciendo.
Esto nos dice algo de gran importancia: no puedes saber lo que es el pecado con base en tus propias percepciones de lo bueno y lo malo. Si confías en tu propia intuición, pecarás y seguirás pecando, sin siquiera darte cuenta. Necesitamos que Dios nos diga lo que es el pecado, y Él lo hace en la Biblia.
Jesús dijo: «Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen» (Mateo 5:44), y eso es lo que Él hace aquí. Las personas que derramaban su crueldad sobre Jesús eran las mismas que estaban en Su corazón. Quizá nadie había orado antes por estos soldados romanos, pero Jesús lo hizo. Y Él ora también por ti, aun si nadie más lo haría.
2. «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». (Lucas 23:43)
Dos criminales fueron crucificados con Jesús, uno a Su derecha y otro a Su izquierda. «Uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a Ti mismo y a nosotros!”» (Lucas 23:39). Aquí tenemos a un hombre en las últimas horas de su vida. Está completamente perdido, está completamente desahuciado, pero aun así está enojado con Dios.
El otro criminal también se había entregado a una vida de delincuencia. Estaba a pocas horas de la eternidad. Pronto enfrentaría el juicio de Dios. Pero entonces algo cambió: un silencio se posó sobre el alma de este hombre y, quizá por primera vez en su vida, realmente piensa en su propia posición. La tierra estaba quedando atrás y la eternidad se erigía de manera imponente en el horizonte.
Ahora él ve con asombrosa claridad que, antes que se terminara el día, estaría de pie delante de Dios y tendría que dar cuentas por su vida. Mientras estos pensamientos le daban vueltas en la cabeza, oye la voz del otro ladrón que maldice a Jesús, y le dice: «¿Ni siquiera temes tú a Dios?» (Lucas 23:40).
Entonces este hombre se volvió a Jesús y le dijo: «Acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino» (Lucas 23:42), y Jesús le respondió: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (23:43). Es una historia extraordinaria: un hombre destinado para el infierno, a punto de entrar en la destrucción eterna, recibe acceso completo al gozo y al privilegio de la vida eterna. Si hubo esperanza para este hombre, hay esperanza para ti y para cada persona que conocerás en tu vida.
Y cuando Jesús vio a Su madre, y al discípulo a quien Él amaba que estaba allí cerca, dijo a Su madre: «¡Mujer, ahí está tu hijo!». Después dijo al discípulo: «¡Ahí está tu madre!». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa (Juan 19:26-27).
La relación entre Jesús y María cambió. Por treintaitrés años, Jesús había sido el hijo de María según la carne, pero también era el Hijo de Dios. Él se hizo carne, la cual tomó de Su madre, para que pudiera ser nuestro redentor. Esa es la razón por la que Jesús vino al mundo y por qué está en la cruz.
Mientras María se encontraba al pie de la cruz, en su dolor y en su tristeza, debe haber estado clamando: «Hijo mío, hijo mío, hijo mío…». Y Jesús le dice: «Ya no debes pensar en mí como tu hijo. Mujer, ahí está tu hijo. De ahora en adelante, Juan tomará ese lugar en tu vida».
Bueno, ¿cómo debía ella considerar a Jesús? Como su Señor y Salvador. Cuando el ángel le anunció a María sobre el niño que estaba por nacer, ella dijo: «Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lucas 1:47). Ella siempre había considerado a Dios como su Salvador y, bueno, ¿cómo iba Él a salvarla?
Respuesta: Jesús fue a la cruz y entregó la vida que Él había extraído de María. Su cuerpo fue quebrantado; Su sangre fue derramada. El hijo de María murió, y a través de Su muerte se convirtió en su Salvador. María perdía un Hijo irremplazable y ganaba un Salvador incomparable.
4. «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?».
Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: «Elí, Elí, ¿lema sabactani?». Esto es: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46, cf. Marcos 15:34).
Cumplimiento del Salmo 22:1
Jesús fue clavado en la cruz a las nueve en punto de la mañana y, entre las nueve y el mediodía, habló solo tres veces, primero a Su Padre: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen»; después, al ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso»; y, por último, a Su madre y a Su discípulo: «¡Mujer, ahí está tu hijo!… ¡Ahí está tu madre!».
Tres oraciones en tres largas horas. Durante el resto de ese tiempo, Jesús estuvo colgado allí y sufrió en silencio. Tres horas, y cada minuto debió haberse sentido como una eternidad. Entonces, al mediodía, la oscuridad cubrió la tierra: «Desde la hora sexta [mediodía] hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena [tres de la tarde]» (Mateo 27:45).
Durante tres horas, Jesús sufrió dolor y burlas en manos de los hombres, pero ahora estaba cayendo en algo mucho peor: Jesús entró a todas las dimensiones del infierno cuando estuvo en la cruz. El infierno es un sufrimiento consciente en la más negra oscuridad, rodeado de poderes demoníacos, bajo el juicio de Dios, más allá del alcance del amor de Dios. En la cruz, Jesús soportó todo lo que es el infierno, y lo hizo para que tú nunca sepas cómo es ese lugar.
5. «Tengo sed».
Después de esto, sabiendo Jesús que todo ya se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed» (Juan 19:28).
Cumplimiento del Salmo 22:15
Jesús estuvo en la cruz por seis horas y, con cada hora que pasaba, Su sufrimiento iba en aumento. La fiebre se propagó por Su cuerpo mientras las heridas alrededor de los clavos que habían atravesado Sus manos y Sus pies se hacían más grandes por el peso de Su cuerpo. La deshidratación se asentó y Jesús debió haber sentido que todo el cuerpo le quemaba.
El mismo Jesús que dijo: «Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba», ahora dice: «Tengo sed». Esta es la única vez en la que Jesús se refiere a Su propio sufrimiento en la cruz. Las demás palabras que habló fueron para perdonar a otros, abrir el paraíso, proveer para Su madre, revelar la angustia del infierno, anunciar la expiación y encomendar Su espíritu al Padre al morir. Pero, en estas palabras, Él habla de Su sufrimiento físico.
Todos sufrimos de varias maneras, pero, en algún punto de tu vida, sufrirás de una manera que te empujará al límite de tu resistencia. Jesús ha estado ahí; Él sufrió y esa es la razón por la que puede ayudar a aquellos que sufren. Jesús tuvo sed a causa de Su sufrimiento, así que es capaz de ayudar a los que sufren.
6. «¡Consumado es!».
Entonces Jesús, cuando hubo tomado el vinagre, dijo: «¡Consumado es!». E inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Juan 19:30).
Jesús dijo: «¡Consumado es!». ¿Qué fue consumado? 1. La larga noche de Su sufrimiento; 2. El transcurso completo de Su obediencia; 3. La batalla decisiva con Su enemigo; y 4. La obra completa de Su expiación.
Este fue el fin del sufrimiento de Jesús. El Señor conoce el sufrimiento más que cualquier otra persona, pero ahora ya no está sufriendo. Eso se acabó. Él terminó con el sufrimiento. Tampoco sigue en la tumba, sino que está a la diestra del Padre en el cielo, donde intercede por nosotros.
Esto es importante. Un mundo que sufre necesita un Salvador que sabe lo que es el sufrimiento. Pero un Salvador abrumado por el sufrimiento no nos sirve de nada. Necesitamos un Salvador que haya triunfado sobre el sufrimiento. Eso es lo que tenemos en Jesús: Él cayó en un sufrimiento indescriptible, pero no fue vencido por él. Jesús superó el dolor y salió triunfante.
7. «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu».
Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu». Habiendo dicho esto, expiró (Lucas 23:46).
Cumplimiento del Salmo 31:5
Jesús no fue superado por la muerte. Esta no logró vencerlo. El Señor dijo: «Nadie me la quita [mi vida]… Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo» (Juan 10:18). La vida de Jesús no fue tomada; fue entregada. Él se entregó a Sí mismo para morir: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu».
Esta es la importancia de que Jesús haya hablado en voz alta. ¿Has estado con una persona que está agonizando? Nadie habla en voz alta en el momento de la muerte, pero Jesús sí lo hizo. Él entró triunfante a la muerte, y Marcos agrega: «Viendo el centurión que estaba frente a Él, la manera en que expiró, dijo: “En verdad este hombre era Hijo de Dios”» (Marcos 15:39). ¿Ves la gloria en todo esto? Nunca nadie ha muerto así.