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¿Cómo puedo estar seguro de que iré al cielo? La primera parte de la respuesta, y es una respuesta en 3 palabras.
La primera palabra, Voltearse. Teme a Dios, sométete al Rey Jesús, deja que Su camino se convierta en tu camino. Que Su verdad se convierta en la verdad para ti, que Su vida se convierta en tu vida. Y para aquel que se vuelve a Jesús, Él le dice, “Tú estarás conmigo en el paraíso”.
Segunda parte de la respuesta:
Pedir
Esto es lo que está en el corazón del ladrón cuando él le dice a Jesús en el versículo 42, “recuérdame cuando vengas en tu reino”. “Jesús Tú eres el Rey, claramente tu reino no será en este mundo, pero más allá de la muerte, creo que vendrás en un reino, y cuando llegue ese momento, acuérdate de mi”.
El ladrón le preguntó a Jesús. Y a la persona que pregunta, Jesús le responde, “tú estarás conmigo en el paraíso.”
Dos observaciones en cuanto a pedir.
1. Pedir significa que no pretendemos ser justos.
Vemos esto en el versículo 41, donde el ladrón dice al otro ladrón que se encontraba al otro lado de Jesús, “nosotros estamos recibiendo lo que merecemos por nuestras obras”.
Esto es muy importante porque el ladrón no pretende ser una buena persona. Y es sorprendente lo fuerte que es ese instinto en nosotros por naturaleza.
Él no está colgando en la cruz y le dice a Jesús, “bueno, yo sé que esto no se ve muy bien, pero en el fondo, yo soy bueno”. El ladrón no hace eso. Ni siquiera dice, “yo reconozco que he hecho algunas cosas malas en mi vida, pero Jesús, quiero que sepas que también he hecho algunas buenas, para balancear las cosas un poco, así que cuando vengas en tu reino por favor, no olvides el bien que he hecho y trata de ignorar el resto”.
¡No! ¡Nada de eso! Este hombre se dirige a Jesús con absoluta honestidad y humildad. El enfrenta la realidad de que él es un pecador. Que él ha pecado contra Dios, que ha pecado contra los hombres, y nosotros somos como él. Hemos fallado en hacer aquello a lo que Dios nos ha llamado, pero que hemos terminado haciendo lo que Dios nos ha pedido que no hagamos.
Y esta es la razón exacta por la que Jesús estaba colgando allí, en esa cruz. ¡El ladrón no tenía ninguna habilidad para librarse él mismo de la condenación que le correspondía, pero Jesús sí!
Recuerden que Jesús pudo haber convocado a un ejército de ángeles en cualquier momento. Pero Él no lo hizo, ¿por qué? ¿Por qué permaneció en esa cruz? ¿Por qué soportó todo ese sufrimiento? ¿Por qué permaneció allí?
Él lo hizo para poder ser el sacrificio y el sustituto de pecadores, por eso permaneció allí en aquella cruz. Por eso es que Él es el único capaz de abrir la puerta de los cielos, para aquellos que no lo merecen. Eso nos incluye a ti y a mí, y a todos los demás. Todos han pecado y se han quedado cortos de la gloria de Dios.
Y “pedir” tiene un segundo significado.
2. Pedir significa que no tratarás de negociar con Dios.
Yo creo que la mayoría de nosotros nos parecemos en cuanto a esto. No nos gusta pedir, no nos gusta sentir que tenemos las manos vacías. Nos gusta contribuir, nos gusta dar ser los que demos, por lo que preferimos negociar.
Y así es que este mundo opera. “Mira esto que puedo hacer por ti”, “Yo puedo hacer esto por ti, siempre y cuando tú hagas esto otro por mí”. Y si estás en el negocio de las ventas, si te mueves en el mundo de los negocios, sabes que una vez que descubres lo que el otro está buscando, los irás llevando hacia lo que tú puedes brindarles.
Así es que se hace, todos los días… Y entonces, confías en que si enfatizas el valor de lo que puedes ofrecer, podrás cerrar el negocio y eso es exactamente lo que buscas conseguir. ¡Y entonces negocio cerrado!
Y algo que nunca querrás hacer si eres un negociante, es negociar con las manos vacías. Todo hombre de negocios sabe eso bien. Debes tener algo en el bolsillo, algo en la mesa, algo que puedas ofrecer, así opera este mundo. El mundo negocia.
Pero lo que quiero que observes en esta historia es que el ladrón tiene las manos completamente vacías. ¿Qué puede ofrecer? Todo lo que él puede hacer es venir a Jesús como un pordiosero…y pedir. Y esto es tan importante porque nuestro primer instinto, por cómo somos y por cómo es el mundo en el que vivimos, nuestro primer instinto al venir ante Dios, es querer negociar con Él.
Y así es que suena muchas veces: “Señor, si te entrego mi vida, si oro, si llevo una buena vida, si pago el precio por hacer lo que es correcto, me salvarías, me llevarías al cielo, ¿cierto? ¿cierto?”
Esto es lo que sucede si te acercas a Dios de esta manera.
Dos cosas: la primera es que pasarás toda tu vida sintiendo que Dios te debe algo a ti y estarás batallando con sentimientos de desánimo y desencanto. Pensarás que Dios no está observando su parte del trato.
Y, en segundo lugar, y esto es mucho peor, ¡irás por la vida viviendo una ilusión porque tú no tienes un trato con Dios! ¡Porque Dios nunca hace acuerdos ni tratos con otros! El único pacto que Dios sella es aquel que Él mismo escribe.
Y mis amigos, yo he escuchado a mucha gente con frecuencia, especialmente a los hombres decir, −Pastor, yo he hecho un pacto con Dios− Y yo tiemblo siempre que escucho esa frase. No sólo por lo arrogante que se escucha, sino porque la persona que piensa que ha hecho un pacto con Dios está viviendo una fantasía, una ilusión, creyendo que ha hecho un pacto que Dios no ha firmado.
Pedir. ¡Esa es la forma! Y pedir significa que tú te acercas a Jesucristo con manos vacías, reconociendo que no hay nada que puedas ofrecerle para persuadirlo o exigirle. Lo único que puedes hacer es lanzarte a su misericordia y pedir.
Pero cuando vienes a Él de esa manera, si te acercas a Él de esa manera hoy, con manos vacías, y le dices “Jesús recuérdame cuando vengas en tu reino”, a esa persona, que se voltea y pide, sin negociaciones, sino lanzándose a la misericordia de Dios, y pidiéndole a Jesús, a esa persona Jesús le responde, “Tú estarás conmigo en el paraíso”.
¿Cómo puedo estar seguro de que iré al cielo? Una respuesta en tres palabras. Primero: voltéate, segundo: pide y la tercera palabra es: confía.
Confíar
El ladrón puso su vida y su futuro en las manos de Jesucristo.
Estaba tratando de pensar en una analogía de lo que esto significa, y piensa conmigo por un momento. Supón que tienes una condición cardíaca muy seria para la que necesitas tener una cirugía de corazón abierto. Quizás alguien que me escucha en este momento se encuentra precisamente en esa condición. Imagina conmigo estar en esa situación.
Y vas al Cardiólogo y le preguntas que tiene que hacer y él te responde: “Bueno, lo primero es que te daré anestesia general, de manera que no sentirás ni sabrás nada. Estarás completamente inconsciente. Y una vez anestesiado y que no puedas hacer nada, tomaré un bisturí y te cortaré y te abriré, y entonces continúa en detalle diciéndote lo que va a hacer, y entonces te dice… “¡mira, aquí están los papeles, fírmalos!”
¡Y la gente firma estos papeles! Dan su permiso para este tipo de invasión extraordinaria. ¿Por qué? ¿Por qué? Debido a que el cardiólogo hará algo por esa persona que ella no puede hacer por sí misma. Y si esta cirugía radical no se lleva a cabo, no habrá esperanza para esa persona. De manera que ellos se entregan en las manos del cardiólogo.
Piensa en eso: El ladrón se entrega y entrega su eternidad en las manos de Jesucristo. “Me pongo en tus manos Señor”. Y Jesús le concede esta maravillosa promesa, “en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta es la promesa del Salvador. Aquel hacia quien este hombre se ha vuelto, a quien este hombre le ha pedido y en quien este hombre ha confiado.
Y no quiero que te pierdas esto, el ladrón estaba en la misma posición en la que nosotros estamos hoy en cuanto a esta situación. Porque si te volteas a Cristo y le pides a Cristo, ¿qué es lo que tienes? La respuesta es que cuando te volteas hacia Jesús y le pides a Jesús, lo que obtendrás será Su Palabra. Tendrás Su promesa, la promesa de Aquel en quien has puesto tu confianza.
Eso es lo que el ladrón obtuvo, una promesa, “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y el que confía en Jesús es aquel que descansa en Su Palabra y se pone de pie en Su promesa. La palabra dice: “aquel que viene a mí nunca será echado fuera”. De manera que aquí estás tú, tú vienes a Él, le pides, te inclinas a Él y Él dice que nunca te echará fuera de Su presencia.
Tomas esa palabra, confías en ella. Y para la persona que confía, la persona que pide, Jesús le dice, “tú estarás conmigo en el paraíso”. ¿Y qué hace el cristiano creyente? Él confía en esta promesa. Él encuentra descanso en esta palabra.
Y eso exactamente fue lo que hizo el ladrón durante las siguientes horas.
Para la mayoría de nosotros, el período de tiempo entre confiar en Jesús y el tiempo en que veamos a Jesús cara a cara va a ser más largo. Pero me es fascinante que aún en ese espacio de horas en el cual el ladrón se volteó y pidió y confió en Jesús, él experimentó lo que significa ser una persona que confía en Jesús.
Y recuerda lo que significó, en el siguiente versículo, el versículo 44, se nos dice que inmediatamente después de que el ladrón se encomendó a Jesús, ¿qué sucede? Versículo 44, “y era cerca de la sexta hora, y había oscuridad por toda la tierra hasta la novena hora”. Es la mitad del día y de repente, Dios apaga la luz.
El ladrón confió en medio de las tinieblas
Y el ladrón tuvo que confiar en la promesa de Jesús en medio de las tinieblas que le rodeaban. Y Mateo y Marcos nos dicen que, en medio de esa oscuridad, Jesús clama, “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Y ahí se encuentra el ladrón, quien ahora enfrenta algo que es imposible de entender en ese momento.
Y te digo algo: que habrá momentos en tu vida, y en mi vida, en los que como alguien que confía en Cristo, nos encontraremos en medio de una gran oscuridad, sin poder responder a la pregunta, ¿por qué? Y en medio de circunstancias que no podremos explicar.
¿Y qué haces en ese momento? Confías en Jesús en medio de la oscuridad, así como también confías en Él en medio de la luz. Descansas en Sus promesas y te sujetas a esas promesas, tanto en la oscuridad como en la luz. Eso fue exactamente lo que hizo el ladrón. Y no sólo habrá experiencias donde el Cristiano tendrá que confiar en la oscuridad, sino que también tendrá que confiar en circunstancias de mucho dolor.
El ladrón confió en circunstancias de mucho dolor
Piensa en esto: La agonía de la crucifixión aumenta con el pasar del tiempo, en la medida que las heridas de las manos y los pies se van abriendo y desgarrando. Y la fiebre va en aumento y va empeorando cada vez más. Lo que eso significa es que el ladrón experimentó más dolor en su cuerpo luego de haber confiado en Jesús, que antes de voltearse a Él. De manera que trata de entender que confiar en Cristo nunca será un pasaporte para una vida sin dolor.
Y aquellos que piensen que si confían en Jesús de alguna manera ya no tendrán más tinieblas en su vida o no tendrán circunstancias dolorosas de algún tipo, evidentemente esa persona no está entendiendo ni tomando en serio lo que estamos aprendiendo de la Biblia aquí.
Aprendemos que la persona que entre en el gozo de la presencia del Señor es aquel que confía en Él, y que el recorrido del cristiano en este mundo incluirá tiempos en los cuales tendremos que confiar en medio de la oscuridad de situaciones que no entenderemos, en medio de los porqués de nuestra vida y que confiamos en Él aún en tiempos de gran dolor. Y entonces vendrá un momento en que confiaremos en Él aún en medio de la misma muerte.
El ladrón confió en su muerte
La Biblia no nos habla del momento en que el ladrón fallece porque toda la atención giraba en torno a la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Pero sabemos que el ladrón tuvo que confiar en Jesús no solo en la oscuridad, no solo en el dolor, pero tuvo también que confiar en medio de la misma muerte, cuando ese momento llegó.
Hace algunos años mi esposa y yo tuvimos el privilegio de recibir a Joseph Ton en nuestro hogar en Londres. Joseph era un pastor distinguido, un líder de la iglesia en Rumanía, y yo aprendí mucho de él durante los días que compartimos juntos.
Y de las muchas historias que nos compartió, muchas que han permanecido en mi memoria todos estos años después, él nos contó de una visita que le hizo a un amigo pastor en Rumanía, un hombre que había servido al Señor bajo circunstancias muy difíciles durante el período comunista en ese país.
El pastor había enfermado gravemente y no tenía mucho tiempo más de vida y Joseph fue a visitar a este hermano y amigo en otro pueblo.
Joseph era un hombre que le gustaba ir directo al punto, de manera que cuando me estaba contando la historia me dijo que él se acercó a la cama de este hermano pastor y le dijo, “Hermano, he venido hoy hasta aquí para decirte cómo morir”.
Él estaba yendo al punto, supongo. Y entonces le dijo esto: “Olvida todo lo relacionado a tu vida cristiana. Olvida todo lo que tenga que ver con tu vida cristiana”. ¡Wao! ¡Maravilloso consejo! Porque si yaces en tu cama en ese momento, pensando en todo lo que has hecho por Jesús, no pasará mucho tiempo antes de que puedas comenzar a ver todo lo que no hiciste por Jesús. Lo que pudiste hacer mejor por Jesús, tantas cosas más que pudiste haber hecho por el Señor y que no hiciste.
Mientras más tu mente navegue por esas aguas, mayores serán tus dudas y mayores tus temores. De manera que Joseph le dijo a su amigo, “he venido a decirte cómo morir. Olvida tu vida cristiana, olvida lo que has hecho por Jesús, y fija tu mirada completamente en lo que Jesús ha hecho por ti”.
Y nunca olvidaré a Joseph decir, “¿Sabes algo Colin? Esa es la manera de morir, y esa es la manera de vivir”. ¡Me encantó eso! Así es como debemos morir y así mismo debemos vivir. ¿Ves? Es que nuestro trabajo para el Señor nunca termina, nunca se completa, nunca llegará a ser como el oro puro. Pero la obra de Jesús por nosotros sí se ha completado, se ha terminado. Por eso Él dice desde la cruz, “¡Consumado es!” Está terminado, puedes descansar completamente en esta verdad.
Voltéate, pide y confía. Eso hizo el ladrón, y para aquel que se voltea a Jesús, le pide a Jesús y confía en Jesús, Jesús le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Una oración
Padre, escucha nuestras oraciones. Y concede Tu sello sobre Tu Palabra en nuestros corazones para que podamos ser verdaderamente aquellos que voltean, piden y confían en Jesús, nuestro maravilloso Salvador, a quien nos empeñamos en exaltar y adorar en cada parte de nuestras vidas. Te lo pedimos en Su nombre. Amén.
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